La invención de las especies o cómo reescribir el duelo

Esta película se estrenó en cines en mayo de 2024 y es la tercera de la directora ecuatoriana Tania Hermida. Está protagonizada por Ana María Carrión, Jean Carlo Cabrera, Gabriel Saltos y Pancho Aguirre, quiénes interpretan a Carla, Darwin, Wiki y Harriet.

MARIAM IBARRA

Si esto fuera una reseña podría empezar así…

La invención de las especies es un viaje, un tránsito constante hacia nosotros mismos, una película sobre el duelo, pero­ también sobre cómo la amistad nos ayuda a transitarlo.

Carla llega a las Islas Galápagos con su padre después de haber perdido a su hermano y la facilidad de las palabras. Allí conoce a Wiki, Darwin y Harriet, quienes durante siete días la acompañan y la ayudan a transitar su duelo. Lo primero que hace al llegar es cambiarse el nombre: deja de ser Carla para convertirse en Isla, primero en silencio, luego apropiándose –nuevamente– de todos los vocablos.

Transita dos duelos a la vez: el de su hermano y el de su infancia. Con la llegada de su primera menstruación ambos se hacen más evidentes. El duelo se dimensiona y la infancia adquiere un doble sentido: por una parte, reafirma la vida antes del duelo; por otra, consolida la identidad de Carla, que entra en crisis a raíz de su crecimiento. En ambos casos se pierde algo.

La Isla llega a la isla

Carla sabe que su hermano se ha suicidado, aunque su padre diga lo contrario. Este, que también vive el duelo por la muerte de su hijo mayor, la lleva con él a las Galápagos en el marco de un congreso, como una forma de acompañarse mientras lidian con la pérdida. A pesar de ello, Carla parece vivirla en soledad, pero cuando llega a las Islas eso cambia.

(Carla, sola, subiendo al mirador, y Darwin observándola de lejos. Fotograma de la película La invención de las especies, de Tania Hermida)

La primera persona que ve en su llegada es Harriet, una mujer trans que llegó a las Islas hace mucho tiempo y que se ganó la reputación de ser curandera. Harriet es la primera en llamarla Isla, y se convierte en un personaje vital a la hora de pensar su tránsito. Después conoce a Darwin y a Wiki: el primero, un niño de la isla, hijo de la cocinera del hostal donde se están hospedando; el segundo, hijo de una bióloga, que al igual que el papá de Carla está en las Islas por el congreso.

Juntos reccoren las Galápagos y visitan lugares fuera del perímetro turístico. Van a Alemania –un bosque de Scalesia en el centro de Isla Isabela– y al Muro de las lágrimas, un antiguo centro de trabajo forzado de la colonia penal que existió entre 1945 y 1959, construido, piedra a piedra, por los prisioneros de la Isla. El viaje a Alemania es sobre todo hacia su propio centro, no solo geográficamente, sino también de forma emocional, pues es en ese lugar que Carla mira la muerte de frente por primera vez.

Gracias a la amistad que Carla forma con Darwin y Wiki el duelo se hace más transitable, haciendo que perdure el vínculo ­–como sugiere la voz en off que nos cuenta la historia– por mucho más tiempo que los 7 días que visita las Islas.

La narrativa de las Islas –que deviene en un ejercicio metatextual– también goza de una importancia significativa a la hora de pensar la película y el duelo de Carla. Las Islas no se mueven, pero están profundamente vivas y mutan. Todos los libros que hablan sobre ellas, especialmente los que hablan sobre las Galápagos, detonan la idea de que para sobrevivir el futuro hay que contar historias ­–las islas sobreviven, también, porque se cuentan–.

Es así, que de la mano de Harriet –quién performáticamente le trasmite las historias– Carla entenderá el poder de la palabra, que no solo la transforma, sino que la ayuda a sobrellevar la muerte de su hermano. Cuando logra contarles a Darwin y a Wiki sobre ello, simbólicamente, abraza el cambio. El silencio que se trabaja en la primera mitad de la película deviene conversación en la segunda; la fiesta y el baile se vuelven también estancias del duelo.

La mutación como estrategia de supervivencia es para Carla, para Darwin y para las Islas evidente. Las especies evolucionan para sobrevivir, y Carla, al igual que las iguanas en las que encuentra fascinación, se permite evolucionar para seguir existiendo. Aceptar la entrada de la infancia a la adolescencia es el primer paso. Con una estructura similar a la del génesis, es decir, en 7 días, 7 partes, vemos la evolución de Carla. El origen de las especies, de Darwin, es el punto de partida, pero no es suficiente. El rito y lo sagrado son vitales para su continuidad, ayudando a que lo que ya tiene nombre, tenga mucho más sentido.

Lo que tiene nombre

En esta película todo tiene nombre: la vida, la muerte, el duelo, las Islas. El nombre rompe el silencio en todo momento, incluso el producido por el dolor. Se nombran las especies, las frutas, las playas –hay una consciencia que los abarca en su totalidad y que por ello se permite resignificarlos–. Lo que se nombra existe, y así mismo desaparece, como el duelo que, aunque pueda no terminar en ningún momento, se transita y se aplaca.

Carla está constantemente jugando con los nombres: primero con el suyo, de Carla a Isla, luego con el de su hermano, de Pedro a piedra, como en el poema “Sollozo por Pedro Jara”, de Efraín Jara Idrovo: “Pedro ya no, tan solo piedra”. Lo que no podía nombrar no era el duelo, ni la pérdida, ni incluso la muerte (a pesar de que en toda la película vemos que su relación con ella está en tensión), lo que no podía nombrar era a su hermano, y en el momento que logra hacerlo vemos cómo transita hacia un nuevo sentido. Carla logra en ese momento transformar la relación que tiene con los muertos y con sus nombres, pero también logra transformarse a sí misma. En el juego de refiguración se da cuenta de que ha recuperado las palabras y que ahora, otra vez, tiene algo qué decir.

El duelo también alcanza una nueva refiguración; ya no es solo el duelo-infancia o duelo-hermano, sino también un duelo contextual. Ese último apunte es inevitable. Al haberse grabado la película durante la pandemia, cuando muchos perdimos las palabras, porque simplemente, al igual que Carla no había nada que decir, La invención de las especies se vuelve una memoria del duelo en todas sus estancias. Las palabras como urgencias, y otra vez nosotros hablando de ello. El duelo se vuelve triple; para ese entonces la película ya ha acabado.

 

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    Si esto fuera una reseña podría empezar así…

    La invención de las especies es un viaje, un tránsito constante hacia nosotros mismos, una película sobre el duelo, pero­ también sobre cómo la amistad nos ayuda a transitarlo.

    Carla llega a las Islas Galápagos con su padre después de haber perdido a su hermano y la facilidad de las palabras. Allí conoce a Wiki, Darwin y Harriet, quienes durante siete días la acompañan y la ayudan a transitar su duelo. Lo primero que hace al llegar es cambiarse el nombre: deja de ser Carla para convertirse en Isla, primero en silencio, luego apropiándose –nuevamente– de todos los vocablos.

    Transita dos duelos a la vez: el de su hermano y el de su infancia. Con la llegada de su primera menstruación ambos se hacen más evidentes. El duelo se dimensiona y la infancia adquiere un doble sentido: por una parte, reafirma la vida antes del duelo; por otra, consolida la identidad de Carla, que entra en crisis a raíz de su crecimiento. En ambos casos se pierde algo.

    La Isla llega a la isla

    Carla sabe que su hermano se ha suicidado, aunque su padre diga lo contrario. Este, que también vive el duelo por la muerte de su hijo mayor, la lleva con él a las Galápagos en el marco de un congreso, como una forma de acompañarse mientras lidian con la pérdida. A pesar de ello, Carla parece vivirla en soledad, pero cuando llega a las Islas eso cambia.

    (Carla, sola, subiendo al mirador, y Darwin observándola de lejos. Fotograma de la película La invención de las especies, de Tania Hermida)

    La primera persona que ve en su llegada es Harriet, una mujer trans que llegó a las Islas hace mucho tiempo y que se ganó la reputación de ser curandera. Harriet es la primera en llamarla Isla, y se convierte en un personaje vital a la hora de pensar su tránsito. Después conoce a Darwin y a Wiki: el primero, un niño de la isla, hijo de la cocinera del hostal donde se están hospedando; el segundo, hijo de una bióloga, que al igual que el papá de Carla está en las Islas por el congreso.

    Juntos reccoren las Galápagos y visitan lugares fuera del perímetro turístico. Van a Alemania –un bosque de Scalesia en el centro de Isla Isabela– y al Muro de las lágrimas, un antiguo centro de trabajo forzado de la colonia penal que existió entre 1945 y 1959, construido, piedra a piedra, por los prisioneros de la Isla. El viaje a Alemania es sobre todo hacia su propio centro, no solo geográficamente, sino también de forma emocional, pues es en ese lugar que Carla mira la muerte de frente por primera vez.

    Gracias a la amistad que Carla forma con Darwin y Wiki el duelo se hace más transitable, haciendo que perdure el vínculo ­–como sugiere la voz en off que nos cuenta la historia– por mucho más tiempo que los 7 días que visita las Islas.

    La narrativa de las Islas –que deviene en un ejercicio metatextual– también goza de una importancia significativa a la hora de pensar la película y el duelo de Carla. Las Islas no se mueven, pero están profundamente vivas y mutan. Todos los libros que hablan sobre ellas, especialmente los que hablan sobre las Galápagos, detonan la idea de que para sobrevivir el futuro hay que contar historias ­–las islas sobreviven, también, porque se cuentan–.

    Es así, que de la mano de Harriet –quién performáticamente le trasmite las historias– Carla entenderá el poder de la palabra, que no solo la transforma, sino que la ayuda a sobrellevar la muerte de su hermano. Cuando logra contarles a Darwin y a Wiki sobre ello, simbólicamente, abraza el cambio. El silencio que se trabaja en la primera mitad de la película deviene conversación en la segunda; la fiesta y el baile se vuelven también estancias del duelo.

    La mutación como estrategia de supervivencia es para Carla, para Darwin y para las Islas evidente. Las especies evolucionan para sobrevivir, y Carla, al igual que las iguanas en las que encuentra fascinación, se permite evolucionar para seguir existiendo. Aceptar la entrada de la infancia a la adolescencia es el primer paso. Con una estructura similar a la del génesis, es decir, en 7 días, 7 partes, vemos la evolución de Carla. El origen de las especies, de Darwin, es el punto de partida, pero no es suficiente. El rito y lo sagrado son vitales para su continuidad, ayudando a que lo que ya tiene nombre, tenga mucho más sentido.

    Lo que tiene nombre

    En esta película todo tiene nombre: la vida, la muerte, el duelo, las Islas. El nombre rompe el silencio en todo momento, incluso el producido por el dolor. Se nombran las especies, las frutas, las playas –hay una consciencia que los abarca en su totalidad y que por ello se permite resignificarlos–. Lo que se nombra existe, y así mismo desaparece, como el duelo que, aunque pueda no terminar en ningún momento, se transita y se aplaca.

    Carla está constantemente jugando con los nombres: primero con el suyo, de Carla a Isla, luego con el de su hermano, de Pedro a piedra, como en el poema “Sollozo por Pedro Jara”, de Efraín Jara Idrovo: “Pedro ya no, tan solo piedra”. Lo que no podía nombrar no era el duelo, ni la pérdida, ni incluso la muerte (a pesar de que en toda la película vemos que su relación con ella está en tensión), lo que no podía nombrar era a su hermano, y en el momento que logra hacerlo vemos cómo transita hacia un nuevo sentido. Carla logra en ese momento transformar la relación que tiene con los muertos y con sus nombres, pero también logra transformarse a sí misma. En el juego de refiguración se da cuenta de que ha recuperado las palabras y que ahora, otra vez, tiene algo qué decir.

    El duelo también alcanza una nueva refiguración; ya no es solo el duelo-infancia o duelo-hermano, sino también un duelo contextual. Ese último apunte es inevitable. Al haberse grabado la película durante la pandemia, cuando muchos perdimos las palabras, porque simplemente, al igual que Carla no había nada que decir, La invención de las especies se vuelve una memoria del duelo en todas sus estancias. Las palabras como urgencias, y otra vez nosotros hablando de ello. El duelo se vuelve triple; para ese entonces la película ya ha acabado.

     

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