El clima político en Ecuador es tenso frente a la Consulta Popular del próximo 16 de noviembre, la segunda dentro del periodo del presidente Daniel Noboa Azín.
Por un lado, el partido oficialista ADN lidera la campaña por el SÍ, utilizando todo el poder monetario y estatal que posee. Por el otro, desde múltiples voces de distintos puntos del país, campañas ciudadanas y sociales, se suman en un gran esfuerzo por el NO.
Ecuador ha vivido un periodo de confusión social ante una política polarizada que se siente más que nunca. Gran parte de la ciudadanía se encuentra cansada de defender posturas que no les representan. Los jóvenes se sienten asqueados de la política convencional y del sistema de partidos. La falta de respuestas reales ha generado una década de desencanto político. En este clima, muchos miran la Consulta sin leer sus apenas cuatro preguntas, planteando que “da lo mismo lo uno o lo otro”, “todos son iguales” o “yo voy a votar solo para evitar la multa”. La política no convoca ni integra.
Sin embargo, en esta Consulta, el país se juega la amenaza de una dictadura: la concentración del poder en pocas manos, el incumplimiento de los debidos procesos legales y la práctica de deshacerse de instituciones que no favorecen el poder (como actuó la Corte Constitucional el 17 de septiembre cuando Noboa intentó convocar a una nueva constituyente por decreto). Son elementos graves por reconocer. Sus cuatro preguntas ponen en riesgo perder nuestra soberanía nacional, debilitar la democracia y borrar la Constitución actual.
Daniel Noboa representa una derecha que, si bien desciende de una familia de la vieja política del país, en los últimos dos años ha operado como una derecha que no hemos visto antes. Representa una política de masas en un momento en el que la forma en la que comprendemos el momento y mundo que vivimos, está derechizada. El descontento es el terreno fértil para el avance del autoritarismo. El “Nuevo” Ecuador de Noboa convoca al país más de lo que logramos comprender. Sus indicadores de aprobación si bien han bajado en determinado momentos —sobre todo a finales de 2024 por la crisis energética (con recortes energéticos de 14 horas)— han podido recuperarse con cifras de aprobación altas, a diferencia de los gobiernos anteriores, como Lasso y Moreno. En este sentido, evidenciar y comprender esta realidad, permite obtener un análisis claro crítico.
Reconocer cómo ADN concentra el poder y legitima una serie de retrocesos en derechos es clave. Su control dentro del ejecutivo está acompañado por una mayoría en el legislativo y los abusos de poder que ha realizado en el sistema judicial. Un claro indicador de ello son las marchas realizadas contra los jueces de la Corte Constitucional, llamándoles delincuentes cuando existió una oposición a los deseos del mandatario. A esto se suma los millones de dólares de patrimonio que lleva su familia, un gran elemento de ventaja a la hora de las elecciones. No solo tiene control del Estado y poder económico, tiene (por ahora) hegemonía.
Esta legitimidad social es impulsada por un nuevo momento que vive la política y el mundo. La acumulación de poder actual depende también del control de la información y las narrativas digitales. La tecnología y la vida virtual hoy en día juegan en la política, masificando ideas, narrativas y discursos. A la par de inventar y construir relatos para multiplicarlos con trolls y pautas. La tecnología ha cambiado la forma como organizamos la vida y aún no podemos dimensionar los efectos que tendrá la llegada de la inteligencia artificial a nuestra cotidianidad.
Ante un mundo sobreinformado y lleno de datos sin fuente ni verificación, la política ya erosionada se vuelve una dinámica cada vez más hostil. Los cambios de tecnología son apenas una parte del momento político que vivimos. China, Rusia y Estados Unidos están en periodos de disputa geopolítica, que se asemejan a la Guerra Fría y generan un mundo con acuerdos e instituciones frágiles e inestables. La primera pregunta de bases militares en las islas Galápagos de la consulta está totalmente alineada a los intereses bélicos de EE.UU. ante las amenazas de otra Guerra Mundial.
Las tensiones geopolíticas resaltan la importancia que tienen los cambios en tecnología. Desde inicio de este año, EE.UU. ha obstaculizado el uso de TikTok en el país, ya que su dueño, China, representa “un riesgo de seguridad nacional”. Sin embargo, después de que la plataforma colaborara en el triunfo de Donald Trump en 2024, las leyes establecidas por el legislativo fueron obstaculizadas mediante decreto del mandatario.
Su algoritmo adictivo es una fórmula que la potencia militar no ha podido descifrar ni replicar. Por ello, Trump se encuentra estableciendo acuerdos con sus amigos billonarios para la compra de parte de la empresa con funciones en Estados Unidos. Aún no está claro la política que definirá China ante el acceso de la licencia y de la propiedad intelectual del algoritmo. Sin duda lo que esto evidencia es que la data y el alcance del ciber mundo juegan un rol determinante en la actualidad, pues influyen en los sistemas electorales y hasta en la geopolítica.
Sumado a esto, vivimos un momento de ascenso del fascismo, liderado por Trump. Su figura conecta con las masas porque rompe el status quo de la clase política que define el orden estadounidense. No habla desde lo políticamente correcto, habla sin filtro y sin reparo, desde un populismo que permite que la clase trabajadora se sienta menos olvidada dentro de Washington DC. Esta crisis política está enraizada dentro de varias crisis económicas a nivel mundial, que agitan y agravan las tensiones mundiales.
El rol político que juega Noboa se asemeja al de Trump, ya que representa proyectos de extrema derecha viejos, hoy vistos como frescos ante los desencantos de la clase política. Un tipo de populismo oligárquico, con discursos que prometen cambios de equidad y justicia que nunca se cumplirán. Las élites más ricas del mundo, los que siempre han gobernado con dinero, ahora gobiernan sentados en la presidencia. Estas figuras son posibles en un periodo de crisis política, donde los desencantos del sistema partidista nos dejan sin horizontes.
Sin embargo, la realidad de Ecuador y Estados Unidos guarda grandes diferencias: el proyecto de Trump que hoy fomenta desde la cuna del libre mercado, es una política económica nacionalista de protección del mercado interno. En cambio, Ecuador y Noboa, como país periférico se presentan como alfombra de servicio al interés económicos del primer mundo. En X, Noboa informa sus avances en inglés al presidente estadounidense. Trump ejerce el fascismo desde el centro del poder fomentando un enclave nacionalista, mientras su homólogo ecuatoriano no logra ni construir un proyecto de nación. Su mayor meta cumplida es arrendar el país y cumplir los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La capacidad mediática de Noboa para borrar sus errores, implantando nuevos relatos e incluso creando problemas ficticios y escándalos, es muy parecida a la de su cabecilla Trump. Ante el recorte brutal del Estado que ha ejecutado, su respuesta es la entrega de bonos, una propuesta populista y una estrategia vieja de partidos como la Concentración de Fuerzas Populares (CFP) de los 50 y después del Partido Social Cristiano (PSC) en los 90.
Su presidencia es un logro hereditario, que representa un proyecto que mira al Estado como caja chica de la élite y una fundación caritativa para las mayorías, como fue históricamente la Junta de Beneficencia en Guayaquil. La vieja política de este país volvió a dirigir el Estado como nunca antes, logrando autodenominarse como “lo nuevo”.
Noboa capitaliza el anclaje del correísmo y el anticorreísmo, convirtiendo el progresismo en una mala palabra. La crítica al progresismo como lo viejo, lo corrupto, lo que hay que borrar y hacer tabla rasa, es una narrativa que favorece a Noboa y el hilo conductor de la cuarta pregunta. Un relato que nos aleja de un Estado garante de derechos, de que lo público exista ante la privatización y que lo comunitario no sea criminalizado.
Es también una polarización que fomenta división en la sociedad civil, las organizaciones políticas, sociales y los ciudadanos comunes que quieren vivir con dignidad. La polarización genera odio y el odio ciega nuevas posibles alternativas. Fragmentando aún más a las personas desean una vida con pan y paz, con niveles de bienestar. Aquellos que solicitan un Estado que de alguna forma busque garantizar condiciones mínimas de vida.
Lo que por décadas se ha nombrado como izquierda del país, también es parte de la crisis política. Sus discursos “radicales” que odian la socialdemocracia abren más camino para el avance de la derecha. Una izquierda que planteó “mejor un banquero que un dictador” o “si Noboa gana será más fácil luchar contra él que si vuelve Correa”, es una izquierda sin brújula política ni ética. Una que mira los cambios desde los libros y no desde el dolor que siente un joven al perder su amigo en una balacera o su madre por falta de medicina en el hospital. Una izquierda que ya no tiene un proyecto político para el campo popular.
Las izquierdas ecuatorianas de hoy continúan anclándose a los imaginarios de los 70 y guardan una práctica soberbia con la clase trabajadora al creer que las organizaciones sociales son su campo de disputa. De alguna manera creen que las organizaciones populares avanzan dependiendo de cuántas veces repite sus consignas, si se autodetermina como marxista o si se adscribe dentro de su tendencia política. Ninguno de estos indicadores implica cambios reales para las mayorías.
Por otro lado, las izquierdas que hoy dicen “somos la única y principal fuerza política del país”, rompen la posibilidad de avanzar a disputar a la derecha oligárquica. La impertinencia y el ego son síntomas de una política inmadura, una que no pone en balanza los costos de vivir en condiciones crónicas de crisis económica. Evidentemente ninguna izquierda por sí sola puede ganar esta batalla. Todas guardan un grave error: ponen los intereses de la tendencia política por sobre el objetivo de conquistar una causa justa.
La crisis política que vive el país tiene varios elementos más por observar. Entre ellos la ausencia de cuadros nuevos que lideren procesos sociales, la falta de referentes de confianza y la poca creatividad para repensar una sociedad dinámica. Pero uno de los mayores elementos por mirar son las prácticas de las izquierdas, que quedan en evidencia cuando buscan poder para capitalizar en su tendencia, por sobre la construcción de un proyecto que busque y logre generar cambios.
El partido político se vuelve la propia condena, la cárcel política donde nadie baja banderas, egos o colores. Desde aquí no se pueden abrir diálogos, puentes o mecanismos mínimos ante un enemigo gigante. Irónicamente, lo que las banderas y las tendencias olvidan es que a los ciudadanos comunes, los de a pie, no les importan sus discursos y diferencias políticas: les importa llegar a fin de mes.
Cuenca y el Quinto Río, la movilización realizada el 16 de septiembre en la capital del Azuay en defensa del agua y los páramos, es un ejemplo merecedor por mirar. Quimsacocha lleva una lucha legítima de más de 15 años, una lucha germinada en las manos de campesinos, pueblos y nacionalidades. Este acumulado histórico de defensa y lucha, abrió puertas para que la causa se democratice, colectivice y socialice en una acción que amplió la convocatoria a miles de personas. Así, más de 100.000 personas llenaron las calles: una lucha comunal y colectiva por el agua surgió y dio esperanza al país.
Pero aquí se deben resaltar algunos componentes. Cuenca buscó que la marcha no esté en manos de ningún partido, figura o cadáver político. La causa era la defensa de la vida y el agua, el símbolo eran los ríos y los páramos. La lucha era de todos y todas, no de los que les dirigían, de una bandera ni de una autoridad. Una marcha diversa e inmensa que logró frenar a Daniel Noboa y obligó a retroceder a una empresa minera canadiense. Cien mil personas se movilizaron por intereses colectivos, el bien común y una causa justa.
Para reconstruir un horizonte político y salir de la crisis profunda que vive la política, la tarea de las izquierdas es volver a la causa, desde un sentir auténtico y conectado con las mayorías. Un mandato que exige reconocer las demandas de las mayorías y no “iluminar” el camino políticamente correcto para aquellos que viven la crisis en carne propia. Por ello, la campaña por el NO, hoy, es un llamado de unidad, dignidad y supervivencia. La causa justa tiene que ser más importante que la tendencia política. Porque no podemos dudar que, si todo está mal ahora, mañana podría ser peor. En tiempos de crisis política, todo puede estar aún peor: el fascismo comete crímenes de barbarie humana a plena luz del día.




