Al escribir este texto, la escritora Yuliana Ortiz termina teniendo más preguntas que respuestas sobre lo que significa llevar un afro en espacios de blanqueamientos simbólicos.
¿Cómo escribir sobre el cabello afro sin que sea una experiencia dolorosa?
Me pregunto al volver de una cafetería de Guayaquil en la que las personas no dejaban de mirarme, apuntarme o reírse de mi cabello. Independientemente del sentimiento personal que éste me inspire, porque sí, adoro mi cabello, para ciertas corporalidades el amor propio no es suficiente.
¿Si le quito la pulsión de desahogo o la urgencia terapéutica qué queda de este texto?, ¿queda algo?
No me había dado cuenta que escribir sobre el cabello afro, mi cabello crespo, churo, mi cabeza peluda, me era incómodo. A pesar de que hace muchos años opté por aceptar su abundancia, aceptar que el tiempo de baño y de cuidado lo marca él y que es un tiempo ininteligible para los cuerpos que se levantan se duchan se secan con una toalla o se pasan el secador, juegos de la ruleta gratis y salen, listos a sus jornadas diarias.
¿Pero por qué esto sería importante?, ¿para qué hablar de mi cabello afro?
A propósito de estas preguntas, la artista visual y escritora emergente Shaskya Hurtado, en su fanzine Cabeza de mococha escribe lo siguiente:
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Facing reality/Looking back from the future
¿Por qué escribir sobre el cabello natural de las negras? Tengo muchas respuestas posibles a esa pregunta:
Porque quiero.
Porque hace falta.
Porque ubica con claridad mi cuerpo negro en el arte.
Porque el cabello afro es visto como un problema a resolver.
Porque el cabello afro es visto como sucio.
Porque el cabello afro es visto como despeinado.
Porque en el espacio público el cabello afro es leído como una invitación a ser deshumanizada.
Porque el cabello afro en los espacios privados es “inadecuado”, “no profesional”.
Porque en la escuela y el colegio (público y privado) está visto como anormal y no presentable.
Porque estoy cansada de que me falten el respeto.
Porque cuando salgo a la calle necesito acomodar al resto.
Porque la gente revienta en risas al ver el cabello afro.
Porque la violencia hace que la vida gire en torno al cabello.
Porque es solo cabello.
Porque no es solo cabello.
¿Por qué no?
Entonces recuerdo que la primera vez que quise hacer algo sobre el cabello afro, mi cabello, se trataba de una serie de fotografías en lugares específicos de la ciudad, donde no había representación negra y, si acaso la había, era un tipo específico de negritud sujeta a procesos de blanqueamiento —entendiendo la blanquitud como un hacer que excede el color de los cuerpos, la blanquitud como requisito para moverse libremente en las ciudades excluyentes como Guayaquil—.
Cuando hago este tipo de comentarios, las personas generalmente no asumen como blanquitud la serie de dispositivos que se usan para alisar el cabello o el cuerpo, que a través del maquillaje nos afinemos la nariz, entre otras cosas, que sean justamente los rasgos que pueden ser leídos como afrodescendientes los que sistemáticamente sean borrados de las corporalidades. Tomando en consideración que para Paul B. Preciado el cuerpo constituye un archivo vivo y ningún archivo es producto de una casualidad.
Pero volviendo al cabello afro, ¿qué lugar ocupa en el espacio público?, ¿por qué es tan importante pensarlo desde dicho lugar?
En un mundo ideal los cuerpos existirían sin tener que explicar su presencia, sin tener que asumir que dependiendo el lugar donde se desplieguen las críticas, estas pueden dejar el plano de lo verbal para convertirse en verdaderos ataques físicos.
¿Por qué si pedimos a gritos ser respetadas, normalizamos tocar el cabello afro sin consentimiento?, ¿por qué las mismas compañeras blanco-mestizas o mestizas de color me tocan el cabello a manos amplias y después piden que no se las toque a ellas?, ¿tener el cabello afro me hace menos merecedora de respeto que ellas?
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Hace unos días, en un taller de lectura expresé que el sistema capitalista, heredero directo del colonialismo es tan esquizofrénico que un cuerpo similar al mío, puede tener una experiencia distinta dentro del mismo espacio.
Creo que esa diferencia explica que muchas compañeras negras no asuman como blanquitud llevar el cabello alisado desde la adolescencia, sin siquiera pensar en dejarlo expandir o mirar sus otras posibilidades.
Lejos de que esto sea una barbaridad, como también lo señalan a viva voz —casualmente las personas que no llevan afro—, en el sistema ecuatoriano sí es más difícil acceder a cuestiones básicas, como buen trato y respeto, por llevar el cabello natural.
Tal vez por esta misma razón, hay una especie de obsesión dentro de la comunidad negra por estar “bien vestida”, verse siempre elegante, esfuerzos que no te eximen de críticas racistas y de maltrato, otra vez en el espacio público.
Por citar un par de ejemplos, el caso de Jimmy Ocles que lleva buscando justicia hace ya varios meses. El caso de Paola Cabezas que ya incluso ha tomado instancias legales. Ambas personas llevan el cabello natural, Paola por su parte siendo asambleísta, no queda fuera de comentarios deshumanizantes y bromas sobre su racialidad.
Cuando dejé de alisarme el cabello, mi madre me preguntó si estaba segura, que con el cabello así, “despeinado”, ¿cómo iba a conseguir trabajo?, ¿cómo me iban a respetar?. Me gustaría decir que mi madre se equivocaba, pero a mí, en varias ocasiones me han pedido que me ate el cabello para dar clases.
La primera vez que me pidieron que me atara el cabello de manera despectiva, fue en una aula de laboratorio de biología, cuando estudiaba ingeniería ambiental. Yo le dije a la docente, rubia, altamente racista y humillante con todo aquel que ella considerara inferior, que solo me ataría el cabello si también le hacía atar a las compañeras lacias.
Recuerdo que me temblaban las manos porque sabía que responderle podía costarme la materia, pero lo hizo, de mala gana gritó que todas las mujeres deberían entrar a su laboratorio con el cabello bien amarrado.
Ella, por supuesto, jamás se ató el cabello.
¿Por qué hablar del cabello afro debería considerarse algo banal?, ¿por qué yo misma banalizo este tipo de charlas?
Tampoco se trata de que este texto concluya —de ser esto posible— de manera nihilista, pero sí es importante entender, que mientras una mujer negra se levanta, se tarda muchas horas en peinarse y en la calle le gritan cuestiones ofensivas solo por llevar afro o, por llevar afro de manera rebelde; o que no sea bien recibida en los lugares a los que asiste, desde mi perspectiva es una situación que debería molestarnos no solo a las personas racializadas, sino a toda persona que dice ser creyente de la vida y los derechos humanos.
¿Si creo en la vida, no es contradictorio anular la vitalidad de los cuerpos que no se parecen al mío?, ¿o solo los cuerpos similares tienen derecho a libre tránsito en el espacio público?
Las redes sociales y la publicidad, que siempre han sido la cara de la misma moneda, hoy con mucha más fuerza, siguen intentando asimilarnos. Incluso intenta crear una sola forma de llevar el pelo siendo negra, por eso hay algunas influencers de cabello afro que sugieren que si no tienes tiempo para definirte el cabello, mejor te lo cortes. Esa declaración lejos de molestarme, me aclaró que todas las veces que me corté el cabello lo hice para que dejen de mirarme, o de hacerme comentarios sobre lo mal que me veía —por decirlo de una manera amable—.
Para escribir este texto he hablado con amigas negras de todas las clases sociales, de distintas profesiones: modelos de alta costura, abogadas, trabajdoras sociales, docentes, artistas, etc. Todas ellas han sufrido algún tipo de violencia por llevar el cabello natural. Han sido seguidas en supermercados, han asumido que se prostituyen o les han preguntado si llevan peluca.
¿Qué decisiones sobre nuestro cabello son nuestras?, ¿hay decisiones propias en la actualidad?
Es como si las mujeres negras tuvieramos que caminar en puntitas para que no nos miren desde el ojo exotizable o utilizar todos los productos que nos hagan disimular nuestra abundancia.
En este texto podría hablar de big chop, de transición, de todas esas cosas importantísimas que hemos ido construyendo las nuevas generaciones negras para dignificarnos, para recuperar, no de manera nostálgica, sino activa, una memoria viva que nos pertenece.
Sin embargo, cuando escribo de lo que me duele, nunca termino de hacerme preguntas. Las preguntas son tan abundantes como mi cabello. Creo que por eso adoro el texto de Shaskya Hurtado, pero también adoro el poema ‘Diáspora não é lar’ de Nina Rizzi, donde me acerca a esa rabia, a ese descontento del empoderamiento y la reivindicación. Para nuestros cuerpos: donde el amor propio no basta para que podamos caminar seguros en el mundo.
Mientras sigo llenándome de preguntas quisiera recomendar algunas cuentas que me han servido en mi proceso de cuidado del cabello, también están las recetas naturales para el cuidado, muchas cosas han cambiado casa adentro para nuestra comunidad. Solo falta que podamos transitar en paz, sin discriminación y sin ser objeto de burlas masivas.
Cuentas recomendadas:
También hago playlists para el tiempo del peinado, que dependiendo el tamaño y la textura puede tardar horas, como es mi caso:
¿Cómo escribir sobre mi cabello sin que sea una experiencia dolorosa?
Sigo haciéndome las preguntas.