La lideresa waorani enfrenta desde hace casi 30 años a los capitales petroleros, que invaden y contaminan el parque Yasuní, uno de los lugares más biodiversos del mundo y el de mayor reserva de petróleo en Ecuador. Ante el anuncio del presidente Guillermo Lasso para ampliar la producción de hidrocarburos, sus reclamos están más vigentes que nunca.
Alicia Cahuiya subió al podio en la Asamblea Nacional de Ecuador. Su palabra de mujer waorani retumbó en los murales donde se hacen leyes para la patria, colonial y paradójica. Había llegado desde Yasuní con un grupo de indígenas bajo la consigna de apoyar la explotación de hidrocarburos en su territorio ancestral, pero ella estaba decidida a romper el guion.
«Hay siete empresas petroleras operando en el territorio waorani que abarca cuatro provincias. ¿Qué beneficios hemos recibido? ¡En más pobreza hemos quedado! (…) Los indígenas que habitamos la selva no somos el problema. Queremos que se respete el territorio. (…) Cada vez, los gobiernos lo están dividiendo: zona intangible, parque Yasuní. ¿Dónde estamos administrando los waorani?».
Así reclamó Alicia, lideresa indígena de la Amazonía ecuatoriana, ese 4 de octubre de 2013. Lucía una serpiente pintada en cada mejilla, signo de sabiduría. Dos atados de tejidos claros y oscuros le cruzaban el pecho con un gran collar de semillas; una pluma larga y roja coronaba su cabeza.
«Todos ustedes tienen que decir sí», les había pedido el presidente de la Nacionalidad Waorani del Ecuador (Nawe), Moi Enomenga, a las y los indígenas de base, antes de iniciar la comparecencia en la Asamblea Nacional del Ecuador. Alicia recuerda que éste vestía como «gran señor» y llevaba una corona robada.
Los comuneros fueron citados de manera tramposa al debate en el poder legislativo para aprobar el proyecto de ley que autorizaría la explotación del Bloque 31 y Bloque 43 en el Parque Nacional Yasuní. Éste es uno de los lugares más biodiversos del planeta y alberga a los Kichwa, Shuar, Waorani y pueblos aislados como los Tagaeri o Taromenane.
Los representantes del expresidente Rafael Correa (2007-2017) presionaron a Alicia y a otros waorani, a través de la dirigencia cooptada. Todos fueron transportados desde sus comunidades a conveniencia del Gobierno.
Poco parecía importar a los asambleístas que la aprobación de esta iniciativa de ley implicaría como consecuencia la depredación del bosque amazónico y la afectación a la integridad de pueblos como el Kichwa de Sarayaku, Sapara o pueblos en aislamiento como los Tagaeri-Taromenane.
Enomenga amenazó: «Alicia, estás haciendo muy mal. Cuando llegues a la comunidad, tus hermanos te van a matar». Los waorani se llaman hermanos entre ellos. La idea de que su propia gente pudiera lastimarla, provocó en Alicia gran tristeza.
Vivió atemorizada y en zozobra temiendo por su vida y la de su familia. Al poco tiempo, personas desconocidas ingresaron a una habitación, que rentaba por un precio módico, en la ciudad del Puyo, cuando salía de la selva.
Esa noche se quedó dormida en el altillo al que se subía por una escalera. Cuando los intrusos ingresaron, no la vieron. Robaron su computador, teléfono y cámara después de envenenar al perro que cuidaba la entrada de la casa y dejaron un papel que decía: «Cuidado con tu vida puedes morir». Alicia aún se pregunta qué hubiera pasado si ellos la encontraban abajo.
Pese a esas amenazas, Alicia continuó trabajando por los waorani y otros pueblos. En 2013, fue testigo en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para contar la situación de los pueblos aislados Tagaeri-Taromenane, afectados por proyectos de desarrollo de sectores estratégicos que devastan recursos naturales y modos de vida. Y desde 2018, es coordinadora del Programa de Pueblos Indígenas Aislados de la Organización Land is Life.
Las diferentes acciones y protestas de las y los indígenas no detuvieron las exploraciones petroleras. Tras la consulta popular de 2018 para proteger el Yasuní, el gobierno de Lenín Moreno (2017-2021) incumplió el mandato del pueblo ecuatoriano; autorizó la construcción de plataformas de perforación y producción de hidrocarburos en el Bloque 43 (ITT) que afectó a los pueblos aislados y territorio waorani.
En ese contexto, en 2019 el pueblo waorani ganó el fallo legal en tribunales nacionales para que se respete el derecho de consulta previa, libre e informada, amparado en el artículo 57 de la Constitución Política del Estado ecuatoriano. Aún así el gobierno no frenó sus planes.
La presión gubernamental y de las petroleras, en distintos momentos, fue tan fuerte que promovieron contratos injustos desde siempre. Por ejemplo, la empresa Agip Oil en 2001 ganó millones de dólares, generados en el Bloque 10, y la comunidad solo recibió un saco de arroz, un saco de azúcar, dos baldes de manteca, una funda de sal, dos balones de fútbol, un silbato para el árbitro y un cronómetro.
Eso sí, las consecuencias pesan en el territorio. En pleno corazón de la Reserva de Biósfera del Yasuní se evidencia el daño: el río Manduro registra el doble de hidrocarburos (0.6 mg/1) permitidos por la Unión Europea para aguas de baño y sesenta veces más de lo aprobado para agua de consumo doméstico. Mientras que 447 mecheros permanecen encendidos quemando gas licuado de petróleo (GLP) a cielo abierto. Y, hace unos meses, la comuna waorani Dikapare —ubicada en Bloque 55, en la provincia de Orellana— fue militarizada para proteger las operaciones de la petrolera Ecuaservoil S.A.
EL LARGO CAMINAR DE ALICIA
Conocí a Alicia en 2017 en Pacayacu, durante una protesta pacífica a la que se sumó en reclamo a Petroecuador por la contaminación de pozos de agua en la provincia de Sucumbíos. El día anterior, un sueño me anticipó su bravura. La vi como una niña dentro de una jaula negra colgando dentro del árbol. En mi sueño ella no tenía miedo, como no lo tiene en la vida real. Un año más tarde, marchó en el Día Internacional de la Mujer con el colectivo de Mujeres Amazónicas para exigir el cumplimiento de su mandato en la dirigencia.
Durante cuatro años, en distintos momentos, la vi caminar descalza en las calles de Quito y asistir a ruedas de prensa y a comparecencias. Su imagen con diademas de plumas rojas y amarillas, wayruros en muñecas y rodillas para protección, y su vestimenta tradicional tejida con fibras de chambira la identifican en todos los espacios que participa.
Su antifaz rojo sobre su rostro, pintado con achiote, la muestra más imponente cuando habla ante los dirigentes indígenas, presidentes, periodistas, ambientalistas o foros internacionales. Su cabello largo y negro le cae como cascada sobre la espalda.
Mide aproximadamente 1.55 metros. A sus 46 años tiene la fortaleza de un río; va y vuelve de Ñoneno a Quito, y luego a Shell —su comunidad— entre caminatas, transbordos en canoa y autobús.
Ella enfrenta a las petroleras y al poder político con el orgullo que inspira el legado de sus ancestros, habitantes del Yasuní. Esta es la única herencia para sus cinco hijos, nietos y el mundo.
Su abuela Waare la llamó ‘Weya’ que significa ‘Guardiana de la Cascada’ y la instruyó en el uso de las plantas. Ella le enseñó a ir al monte, preparar las flechas, elaborar artesanías y cuidar de la chacra. Su abuelo Iteca fue un guerrero muy respetado que luchó contra los caucheros. Lo asesinaron y su cuerpo se enterró de forma ritual en medio del Yasuní.
Waare lloraba recordando a Iteca pero no tenía un lugar donde honrar su memoria, porque esta fue arrasada por la maquinaria de las petroleras. Los waorani se quedaron sin moretales, kewencores —lugares de enfrentamientos por defensa territorial— y tumbas de sus abuelos cuando el gobierno autorizó tender líneas de caminos y tuberías por kilómetros a través de la selva.
Cuando Alicia comprendió que las lágrimas de su abuela advertían el dolor de las próximas generaciones, sintió un gran incendio en su corazón. Decidió en la década de los 2000 buscar una forma de hacer escuchar su voz. Se organizó con otras mujeres; mejoró su español y viajó a Quito, con más frecuencia, para contar una historia que contradice el discurso de bonanza petrolera.
Previamente, las obras de infraestructura petrolera provocaron el desplazamiento forzoso de los waorani. No fue la única política que les afectó. En la década de los setenta, gobierno y petroleras como la Texaco-Gulf instalaron el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) para cumplir la función de mediador comunitario.
Bajo el argumento de evangelizar y educar a los waorani, gobierno, petroleras e ILV iniciaron la segregación forzosa hacia el «protectorado» indígena de Tiweno con el fin de que las tierras queden vacías. De esta forma, el Estado ecuatoriano pudo ofertar terrenos «baldíos» a petroleras, reforzando la práctica de expropiación de tierras colectivas por «interés público».
Los rastros y la memoria de los ancestros de Alicia Cahuiya se borran con políticas públicas hidrocarburíferas. Por eso, ella y otros waorani están en resistencia. Ellos saben que el petróleo continúa devastando su territorio y que, sin selva, podrían desaparecer.
TOMAR LA LANZA
El petróleo llevó otros problemas a los territorios indígenas: tala de bosques, minería, hidroeléctricas, alcoholismo, violencia, prostitución. Algunos dirigentes waorani firmaron acuerdos con petroleras para la explotación del territorio ancestral. Mientras las mujeres eran relegadas al cuidado doméstico, los hombres —empleados por las petroleras— aprendían español y costumbres ajenas; ganaban dinero pero no llevaban ropa ni alimentos para cuidar de sus hijos.
«(Los hombres) salían de esas reuniones de la dirigencia o con las petroleras y llegaban borrachos a pegar. Me pregunté qué podíamos hacer para que esto se detuviera», comparte Alicia, quien también sufrió maltratos.
Así fue que nació la Asociación Mujeres Waorani de la Amazonía Ecuatoriana (Amwae) con el fin de generar empleo, autonomía financiera; fortalecer emprendimientos de mujeres y visibilizar su presencia política.
La lideresa dice que en la selva no se necesitan dólares sino arduo trabajo para cuidar de la tierra, y que la inserción de la lógica del mercado de consumo modificó la relación de los waoranis con la selva. «Si fuera por dinero, mis hijos no conocerían la selva», asegura.
La lucha de Alicia, como de otras mujeres waorani organizadas, empezó primero en casa. Ella enfrentó a su padre que trabajó toda su vida para las petroleras y que aún las defiende y luego debió también confrontar a su marido.
Históricamente, el matrimonio se usó por los waorani para pacificar las guerras, unir a los clanes y reforzar la función pacificadora de las mujeres. Incumplir la promesa de este supone la muerte. Alicia tenía 12 años cuando debió casarse con Nanto en Shell. Antes había sido prometida a la hija de un poderoso chamán del Yasuní pero los adultos eligieron a su actual esposo.
«Tienes que llegar a una hora puntual o quedarte en casa», intentaba imponer Nanto a Alicia cuando asumió la dirigencia. Pero ella tenía que cumplir con sus tareas: viajar y organizar a su gente mientras en casa había quejas y celos.
Incluso su esposo —quien también fue dirigente comunitario— le pidió, en algún momento, que aceptara a la petrolera en el Yasuní. Alicia no cedió.
Pese a que los waorani no permiten que las mujeres toquen las armas, porque consideran que es de ‘mala suerte’, Alicia tomó un día la lanza de Nanto. Por su cuenta, cazó monos y tapires.
Con el transcurrir del tiempo, Nanto aprendió a cuidar también de cuatro niñas y un niño mientras su esposa trabajaba como política.
VICTORIA EN COTOPAXI
El verano de 2021 marcó un hito en la trayectoria política de Alicia. Fue elegida como la responsable de Mujer y Familia en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), una de las organizaciones de mayor repercusión en el país y dentro de la región. Así se convirtió en la primera mujer waorani electa con el cargo más alto en una instancia de representación política indígena nacional.
El nuevo presidente de la Conaie, Leonidas Iza, en su posesión enfatizó: «Hay que fortalecer la justicia indígena en nuestras comunidades por los niveles de violencia que nuestras compañeras están sufriendo».
A más de 30 años del «primer levantamiento indígena» de 1990, la elección de Alicia es el resultado de procesos políticos de dirigencia local y comunitaria, el de su historia personal y el de otros liderazgos femeninos indígenas como Tránsito Amaguaña y Dolores Cacuango.
Según recuerda Alicia, esa marcha fue su primera visita a Quito, de la mano de sus padres. Así forjó su camino, hasta llegar a ser vicepresidenta de la Nawe; cofundadora y presidenta de la Amwae. Esta última organización genera empleo en la elaboración de artesanías y la producción de cacao, trabajo reconocido con el Equator Prize en 2014 y el Premio Latinoamérica Verde, en la categoría Biodiversidad y Bosques en 2015.
Esa tarde de la posesión del 24 de julio, entre las montañas de Cotopaxi, Alicia —con el antifaz de guerrera pintado en la cara— recibió el encargo de cuidar de las familias y mujeres de 53 organizaciones que representan a 18 pueblos y 15 nacionalidades indígenas.
Su tía Huica la acompañó junto a otros waorani para unirse a la celebración. Nanto estuvo a su lado brindando su apoyo en ese histórico momento. Alicia entrelazó las manos con sus compañeros y las levantaron en signo de victoria.
Como dirigenta de la Conaie, Alicia Cahuiya planea capacitar en derechos a más mujeres para erradicar la violencia de género en las comunidades. Seguirá apoyando y formando parte de procesos de fortalecimiento de liderazgos femeninos indígenas en Ecuador y en la Amazonía sudamericana.
Le tocará continuar con su ardua lucha en un contexto hostil para los indígenas, con un Estado que pretende ampliar las explotaciones petroleras en el Yasuní. El gobierno del banquero Guillermo Lasso (posesionado en mayo de 2021) ya anunció el incremento de producción petrolera diaria para que pase de 500 mil barriles de petróleo (bdp) a un millón.
El plan de la expansión de la frontera petrolera ya está en marcha y por eso la lucha de Alicia Cahuiya está más vigente que nunca. Imágenes satelitales muestran la apertura de una carretera de 4,7 km en el Bloque 43 que atraviesa el parque Yasuní y que conecta la plataforma Tambococha B y C, Ishpingo A y B. Esto ocurre pese a que persiste la huella del derrame de 15.800 barriles de petróleo —ocurrido el pasado 7 de abril de 2020—, afectando a familias waorani y de otros pueblos que conviven con los ríos Napo y Coca. Aún no hay justicia para las 25 mil familias damnificadas.
Tras el canto de los niños del Cotopaxi en kichwa —que fue parte de la ceremonia de posesión como alta dirigenta— la cuestionante de Alicia a las autoridades gubernamentales se oyó más fuerte: «¿Dónde vivirán los niños?«.
Su reclamo es que permitan y faciliten la depredación de uno de los bosques más ricos en biodiversidad. «El gobierno debe entender que la selva no es territorio vacío, no es una mercancía», expresó Alicia con dignidad y exigió, una vez más, «¡Déjennos vivir como waorani!».
Este reportaje es parte del proyecto Defensoras del territorio, de Climate Tracker y FES Transformación.