Chimamanda Ngozi Adichie estuvo en la Feria del Libro de Bogotá. Viajé para verla y escucharla. Esto fue lo que aprendí en un auditorio en el que los afrocolombianos alzaron la voz por su espacio.
Llegué a Bogotá sin un plan. La autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, a quien conocía por Medio sol amarillo, un libro que escribió sobre la guerra civil de su país, estaría en la Feria Internacional del Libro.
Me embarqué en un avión para escucharla, sin haber estado nunca en esa ciudad, sin tener contactos literarios, sin haber leído la obra completa de la autora con la que quería encontrarme.
En mi impulso convergía el entusiasmo de un viaje y la angustia de vivir en Guayaquil, una ciudad que se ha vuelto inhóspita y en la que quiero estar el menor tiempo posible.
¿Un escape u otra forma de ver la realidad?
Bogotá me recibió con una lluvia intermitente, algo de sol y de frío. Me abrigué, tomé un taxi y fui al Centro Cultural Gabriel García Márquez. Me parecía lógico empezar mi visita literaria así. Me compré un ejemplar de Americanah, un libro de Ngozi Adichie que muestra el choque cultural que vive una estudiante nigeriana al llegar a Estados Unidos para asistir a la universidad.
Leí el prólogo de la escritora chilena Lina Meruane, que me encontró con un recuerdo de mi infancia: “si no comes vas a parecer una niña de Biafra”. Ese fue mi primer encuentro con Chimamanda en Bogotá.
A Lina le decían lo mismo que a mí para obligarnos a comer y, gracias a Medio sol amarillo, Meruane y yo, mujeres de más de cuarenta años, aprendimos que hubo una guerra civil que separó a Nigeria de Biafra y que durante más de dos años se bloqueó toda ayuda humanitaria a los secesionistas teniendo como consecuencia una hambruna en la que murieron miles de personas.

Esta novela histórica me enfrentó a imágenes que reemplazaron a una África construida a partir de películas como África mía, con Meryl Streep y Robert Redford, la miniserie Raíces cuyo protagonista Kunta Kinte es vendido como esclavo; y los documentales de safaris que pasan en la televisión nacional, a la hora del almuerzo los domingos. Es decir, una África construida a partir de la negación de su historia, la falta de documentación sobre ese continente en el sistema educativo de occidente y, la monstruosa maquinaria de los medios de comunicación.
Se vino toda África
Los imaginarios cinematográficos nos mueven a creer en historias únicas. Quizás esos imaginarios movieron a un hombre, que pasaba cerca de la fila de lxs asistentes a la charla de Chimamanda, a decir en voz alta: “se vino toda África”.
Tras cinco horas de fila, parada en la intemperie y aguantando la lluvia intermitente, que se saltaron los invitados de la Cámara del Libro, entré con Isabel y Ángela, dos docentes colombianas a quienes conocí en la espera, para escuchar a la escritora que con su discurso feminista y antirracista ha sido inspiración para miles de personas.

Nosotras logramos entrar en el auditorio José Asunción Silva, que tiene una capacidad para 700 personas, pero noté que poco antes de la charla llegaron varios grupos de personas, deseosos de entrar y no podrían hacerlo porque no alcanzaron a recibir el boleto porque había empezado a repartirse al mediodía.
Ingresamos unos minutos antes de la charla, pactada para las 17:00. Cansada y mojada, no pensé en las personas que se quedaban afuera. Solo pensé que estaba cumpliendo el objetivo del viaje: ver a Chimamanda. Pensaba que quería sentarme en un buen lugar. Después de tanta espera me lo merecía.
En el auditorio, delante de mí, había un grupo pequeño de hombres y mujeres indígenas. Hacia la derecha y la izquierda los asientos estaban ocupados por dos filas de mujeres afrocolombianas, algunas con atuendos coloridos, turbantes y trenzas. Entre todxs serían 50 ó 60. De 700. El auditorio seguía estando compuesto, en su mayoría, por mestizos y “blancos”.
La periodista Claudia Morales dirigió la entrevista hacia la obra de la escritora y Chimamanda tomaba cada oportunidad para transformar su respuesta en algo político:
Creo que tantas niñas y mujeres están siendo educadas para pedir disculpas, a veces tenemos que pedir excusas por tener una opinión, una tiene casi que pedir perdón por ocupar un espacio en el mundo, pero los niños y los hombres no tienen que hacer esto. No se les educa para eso y creo que deberíamos hacer lo mismo con las niñas, si haces algo malo pide disculpas, pero no las pidas por tener una opinión que no sea popular.
La autora no tuvo reparos en hablar de la falta de documentación de los feminismos no occidentales, de la diversidad de la apariencia de las mujeres, del derecho al acceso a la lectura en las poblaciones marginales, de la ignorancia de los periodistas hablándole de safaris a Francia Márquez, vicepresidenta de Colombia, de la escritura para tratar de que salgan las palabras cuando sientes dolor, de la violencia de todos los colonialismos, de cómo la raza y el color de la piel no son el problema sino el racismo, de su exigencia para que se inviten a poblaciones indígenas y afrocolombianas al evento, de cómo Colombia tiene que empezar a mirar hacia adentro porque presentía que no había unidad en su diversidad…
La hora de las interrogantes
Con tanta chispa el auditorio se convirtió en un caldero, porque cada cosa que dijo Chimamanda esa tarde envalentonó a quien la escuchaba dentro y fuera del auditorio, en las pantallas que reprodujeron la entrevista. La llama se encendió cuando el público tomó la palabra y una mujer negra abrió su intervención contándole que mientras ella estaba en la fila para entrar al auditorio un hombre dijo en voz alta: “Se vino toda África”.
Ella no le respondió pero, calmada, pensó “Estoy aquí con el poder que me concede ser una mujer negra que entra a escuchar a otra mujer negra”. Después de esa experiencia, la mujer quería saber cómo transformar la representación de los negros en los medios para que puedan ocupar lugares donde su opinión sea escuchada.
Chimamanda tomó el micrófono y le pidió al hombre que dijo lo que dijo, que se parara y que participara de la discusión, con ellas.
Se hizo un silencio indignado, porque eso que podía parecer una broma estúpida, de esas en las que caemos sin darnos cuenta, pero que al repetirlas construyen estereotipos que fortalecen inequidades, tenía la intención de herir a quienes lo escucharon.
Una docente universitaria indígena contó que empezó una clase con una de las charlas de Chimamanda porque tenía miedo de ser discriminada por su etnia. Una niña de 9 años le preguntó a la escritora si cuando ella tenía su edad supo que era feminista. Una escritora afrocolombiana le pidió consejo para ser leída cuando a las mujeres afro se les cierran las puertas de las editoriales.
Pero como la mayoría de las preguntas venían de mujeres, se le pidió a un hombre que hiciera una pregunta. Un afrocolombiano al final del auditorio tomó el micrófono.
De pie, rodeado por un grupo de personas que no iban a entrar porque llegaron tarde, le preguntó por la democratización de las lecturas afro en vías de achicar las brechas como forma de reparación y de justicia.
Con la voz en alto cerró su intervención pidiéndole a la feria que democratice espacios como este, en el que ellos, como población afro, de clase trabajadora, no tenían acceso por estar agendado en horario laboral. “Ocupar estos espacios no debería ser una lucha constante para nosotros. Se debería pensar en espacios más abiertos”.
La cara de Chimamanda estaba desinflada. Yo pensaba en el privilegio que tuve para poder hacer fila todo el día y entrar, antes que él al auditorio. Espero que la gente que entró sin hacer fila y sin mojarse con la lluvia, se haya sentido como yo.
Lo que aprendí
Qué iba a imaginar que ese viaje, apresurado y mal planeado, resultaría una lección de vida para mí y para todxs los que estábamos en el auditorio. Qué iba a imaginar yo, que batallo todo el tiempo con la idea de sentirme ignorante con respecto a ciertas historias, aún cuando sé que es imposible saberlo todo, que ese día, iba a acortar la distancia histórica, geográfica, cultural y política que me separa de millones de relatos.
Ayer Isabel me escribió: Cada ser, cada minuto, cada sonrisa y cada desacuerdo de ese día, aún no lo dejo ir.
Fíjate, Isabel, que yo tampoco.