INDÓMITA estuvo en Bogotá para cubrir la primera vuelta de las elecciones colombianas. En este reportaje, Andrea Guillem narra el rol que cumple el movimiento de mujeres y feminista —que busca la paz y acabar con la violencia y la miseria para «vivir sabroso»— en la construcción de una nueva forma de hacer política en Colombia y en América Latina.
El 29 de mayo de 2022 se jugó la primera vuelta electoral en Colombia con un resultado histórico para la izquierda que, en 200 años de vida republicana, nunca estuvo tan cerca de tomar el poder político mediante el voto. En un país que pareciera resignado a la violencia, con una tradición de asesinatos a todas las figuras presidenciales con principios progresistas, y con un conflicto armado de sesenta años que ha tocado a generaciones enteras a través del despojo, el desplazamiento y el terror.
En el cierre de campaña, el 22 de mayo del 2022 en plaza de Bolívar, en Bogotá, miles de personas se aglomeraron para escuchar a Gustavo Petro y a Francia Márquez, que han vuelto a la política colombiana posible, cercana y sensual. Ambos candidatos podían verse solo en las pantallas gigantes, porque estaban ocultos detrás de enormes planchas antibalas que los protegían. Francia Márquez logró, con sus palabras, llevar a más de uno a las lágrimas.
No pude evitar derramar lágrimas escuchando el discurso gritado de @FranciaMarquezM. Le agradezco profundamente por reiterar lo que debe ser un mantra para todas las personas: « vamos a cambiar esta violencia dure lo que dure y cueste lo que cueste ». Admiración total.
— Catalina Martínez Coral (@catamartinezc) May 22, 2022
Habló de su historia, que es la de miles de madres en Colombia que sostienen sus hogares duplicando sus trabajos, de los estudios que realizó para defender su territorio y de su familia, que con dignidad ha resistido frente al miedo.
«Mis abuelos y abuelas desde muy pequeña me enseñaron el respeto por la dignidad, por la humanidad, por la vida. Eso soy: la memoria de mis abuelos y abuelas que nunca aprendieron a leer ni a escribir, pero les enseñaron y aprendieron la dignidad de un pueblo, el pueblo que con orgullo he llevado en la espalda», dijo esa noche.
Con su rostro dulce y su voz fuerte, Francia Márquez habló de las múltiples discriminaciones que ha vivido como una mujer negra, caleña, del departamento del Cauca, en el occidente del territorio colombiano, uno de los departamentos más violentados durante el Paro Nacional de 2021, por parte de la fuerza pública. Desde pequeña se formó como defensora de la naturaleza, en contra de la explotación minera a gran escala. Trabajó para pagar sus estudios para convertirse en abogada y defender su territorio. Madre de dos hijos, emprendió un negocio de tamales y fue trabajadora doméstica para sostener a su familia. Por eso, cuando habla sobre los problemas que viven las colombianas, lo hace desde la experiencia y el conocimiento.
Al cierre de su discurso, Francia Márquez es cubierta por su esquema de seguridad cuando un láser le apunta desde el otro extremo del lugar. pic.twitter.com/HabkFF7Xsp
— 070 (@cerosetenta) May 22, 2022
Márquez es el rostro del feminismo antiracista, interseccional y anticapitalista dentro del Pacto Histórico, como se ha denominado a la coalición electoral colombiana compuesta principalmente por partidos y movimientos políticos de izquierda. Es la articuladora de las organizaciones feministas y populares fundamentales para la campaña territorial. Susana Muhammad, concejala de Bogotá y vicepresidenta de Colombia Humana, asegura que la irrupción de Francia Márquez pone la agenda feminista como su bandera. «Se vuelve la figura política feminista del pacto y con la incorporación de ella en la fórmula, la alineación de las organizaciones de mujeres fue inmediata», agrega. Cabe destacar que el equipo de campaña es paritario y la jefa territorial de campaña en Bogotá es una mujer feminista.
Hacer campaña por la izquierda en Colombia supone un desafío enorme. Por un lado, el riesgo latente de un atentado contra la vida de los candidatos. Desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, Jaime Pardo Lean en 1987, Bernardo Jaramillo, Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro en 1990, es casi una tradición. Por otro lado, porque el voto en Colombia no es obligatorio, lo que significa que casi la mitad del país no puede o decide (en menor medida) no hacerlo. La tasa de participación de estas elecciones también es histórica y alcanzó el 54% del total de votantes, según la registraduría de Colombia, la más alta en 20 años.
Además, se trata de un país en el que el Estado no tiene el control de todo el territorio. Este se encuentra bajo el dominio de grupos vinculados al narcoparamilitarismo que funcionan como ejércitos privados a sueldo que desplazan poblaciones en beneficio de grandes terratenientes, asesinan a las guerrillas, controlan las rutas de la cocaína y ejercen poderes de coerción violenta sobre la población para la compra de votos, un fenómeno conocido como «maquinaria electoral». Según un informe de 2014 de la ONG De Justicia, especializada en temas legales, el Estado no llega ni presta servicios en aproximadamente el 60% del territorio nacional.
Juliana López, antropóloga graduada de la Universidad Nacional, nació en Bogotá después de generaciones desplazadas de Nariño, departamento colombiano limítrofe con Ecuador. Ahora es «rola», como se conoce a los nacidos en Bogotá de padres foráneos. Mientras comparte aguardiente artesanal en vasos de plástico cuenta cómo sus abuelos fueron desplazados y sus tierras fueron arrebatadas. «Todos en este país hemos sido víctimas del conflicto armado», dice.
§
En las historias de las personas con las que caminé, encontré dos retratos de Colombia. La primera, una Colombia casi condenada a la violencia perpetua, donde el poder de los dueños del país es tan grande que los sueños de cambio han sido cancelados. Estas personas no fueron a votar. La otra Colombia: una Colombia posible, una que quiere un cambio. Esta sensación de cambio se manifestó en la primera vuelta. Pero, ¿hacia dónde?
Al término de una tarde de lluvia, abordé un taxi camino a la localidad bogotana de Teusaquillo, donde me estaba alojando por unos días. En cada ocasión que hablé con un conductor de taxi o Uber sobre su intención de voto, recibí la misma respuesta: que votarían por Rodolfo Hernández. Esta vez, con Ramiro, un hombre de 43 años del departamento de Tolima al volante, escuché la justificación. No era por alguna de las propuestas de Hernádez, sino por miedo a Petro. “Colombia necesita un cambio, pero no uno extremo”, dijo el hombre firmemente mientras conducía.
El pensamiento de Ramiro retrata el imaginario que tiene una gran parte de la población colombiana sobre Gustavo Petro, quien militó en su juventud en la guerrilla urbana conocida como M-19, declarada socialdemócrata y la primera insurgencia en dejar las armas en 1990.
Aunque el conflicto armado en Colombia es sumamente complejo, hay una causa fundamental en la que coinciden muchos expertos y expertas: la desproporcionada concentración de la tierra. Lo particular del país vecino es que nunca ha experimentado de manera efectiva ninguún tipo de reforma agraria.
De acuerdo con el tercer censo nacional agropecuario de Colombia, realizado en 2020, el 70.4% de las Unidades de Producción Agropecuaria (UPA) que tienen menos de 5 hectáreas, ocupan el 2% del área rural; mientras el 0.2% de las UPA que tienen más de 1000 hectáreas ocupan el 73.8% del área rural. Esta estructura de propiedad no ha cambiado en dos siglos, según recoge un artículo publicado en El Espectador. Esa concentración de la tierra, que en Colombia es sinónimo de poder, sigue siendo el problema fundamental de la desigualdad, que tiene como contracara el despojo.
Werner López, politólogo bogotano, explica que las élites oligárquicas desplegaron una resistencia a sangre y fuego frente a cualquier intento de reforma agraria, que acorralaron a las fuerzas de izquierda a la vía armada, mientras la política institucional la controlaba el bipartidismo liberal-conservador. «Había tantas guerrillas en los ochenta que incluso llegó a existir la Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar», dice.
Rodolfo Hernández, el contrincante de Petro, es justamente, un terrateniente del municipio de Bucaramanga, capital del departamento de Santander. Un hombre de 77 años, empresario de la construcción, que se presenta como un abuelito impertinente y grosero, y dice ser un outsider de la política tradicional. Pero en 1991 fue concejal de Santander y en 2015 llegó a la alcaldía de Bucaramanga. Durante su periodo en la alcaldía, la Procuraduría de Colombia abrió 34 investigaciones disciplinarias en su contra; actualmente se encuentra bajo una investigación penal por el presunto delito de contratación indebida.
Entre los escándalos más famosos de Hernández está el haber abofeteado a un concejal, decir públicamente ser admirador de Adolfo Hitler, y declarar que las mujeres no deberían participar en política y quedarse en la cocina, así como las filtraciones de audios en los que amenaza de muerte a un periodista. Su carácter es el del uribismo, que más que una persona, es una forma de hacer política.
En estas elecciones se condensan muchos sentidos acumulados que dejaron los estallidos sociales de 2019 y 2020, un periodo de protestas y de convulsión social durante el gobierno de Iván Duque. Las protestas revelaron las formas de terror que ejerce el Estado y, para un sector importante de la población, vaciaron de contenido los argumentos que el uribismo utilizaba para justificar el paramilitarismo. Ya no eran grupos localizados en los territorios rurales, era una protesta generalizada y autónoma en todo el país. Hasta ahora no existe un registro oficial y legítimo que dé cuenta de los verdaderos números de la represión.
El Paro constituyó un espacio de resistencia a la reforma tributaria de Iván Duque, en un pedido por atender a las demandas de los estudiantes, y el rechazo ante la negligente gestión sanitaria de la pandemia. Colombia es un país que exporta alimentos y donde uno de cada dos colombianos vive inseguridad alimentaria a causa de la pobreza, de acuerdo con la FAO. Un país herido por una guerra de sesenta años y un proceso de paz incompleto y constantemente saboteado. Con profundas consecuencias para las mujeres, quienes han enfrentado lo peor del conflicto armado.
Las colombianas han visto a sus hijos morir por la violencia y el hambre, pero también se han enfrentado ellas mismas a la violencia, principalmente a la sexual.
Según datos del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica se han registrado de manera oficial al menos 15 771 víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado.
Además, las mujeres en el país vecino han soportado la mayor carga de trabajo remunerado y no remunerado. Cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) exponen que las mujeres dedican 52.22 horas en promedio a la semana en el trabajo no remunerado mientras los hombres dedican 21.42 horas de su tiempo; es decir que las mujeres dedican 30.8 horas en promedio más a estas actividades. Una brecha más amplia que en Ecuador, donde es de 22.4 horas.
§
El movimiento feminista se ha convertido en una fuerza política poderosa en Colombia. Durante el paro nacional, las mujeres jugaron un papel fundamental. Susana Muhammad cuenta cómo en el paro, las mujeres asumieron un rol de cuidados a través de los puestos de primeros auxilios, las ollas comunitarias y en la primera línea. Eran además, quienes promovían la constitución de espacios democráticos de deliberación a través de asambleas barriales. Esto permitió pacificar muchas zonas y abrir un debate sobre el país que se quiere construir. De estas asambleas y diálogos sacaron un pliego petitorio firmado por 172 organizaciones llamado “Feministas proponemos al país”, donde se expone reivindicar la movilización social, pero cuidando la vida como principio inviolable. Las mujeres y feministas vienen luchando por la construcción de paz y el fortalecimiento de la democracia en Colombia.
Un movimiento que ha demostrado ser estratégico: en 2018 la plataforma Causa Justa —que aglutina a más de 100 organizaciones de derechos humanos, feministas y activistas— presentó una demanda al tribunal de la Corte Constitucional de Colombia para despenalizar el aborto hasta la semana 24. Desde 2006 el aborto en Colombia estaba despenalizado solo en tres causales: violación, malformación del feto incompatible con la vida del útero, y riesgo para la salud física o mental de la mujer gestante. Sin embargo, la consideración del aborto como delito exponía a las mujeres a procesos de judicialización, hostigamiento, y malas prácticas médicas. Una realidad parecida a la de Ecuador.
Desde 2018 hasta febrero de 2022 —cuando Corte emitió su sentencia— la plataforma emprendió una campaña para cambiar la conversación social con respecto al aborto, en un país profundamente conservador e inclinado hacia la penalización social, pero en el que según datos de Cifras y Conceptos, solo el 20% apoya que las mujeres que abortan vayan a la cárcel. Por eso no plantearon la discusión en el eje aborto sí, aborto no, sino alrededor de las consecuencias para las mujeres y sus familias, de condenarlas a prisión. Además se abrió el diálogo acerca de los plazos y las semanas.
La plataforma Causa Justa demandó una despenalización sin plazos, sin embargo, la Corte, después de 140 comparecencias de activistas, médicas y expertos, determinó el plazo hasta la semana 24. Esta victoria logra que hoy Colombia tenga uno de los plazos más largos para abortar sin penalización, como Reino Unido, Holanda y Nueva York.
Lizeth Moreno, militante de Feministas y plebeyas, un nodo —una forma de organización temprana dentro del partido— feminista dentro de Colombia Humana, no puede evitar soltar lágrimas cuando recuerda el paro. «Estamos cansados de esta carnicería, la política de muerte no puede continuar», dice. Junto a ella está Yes Moreno, también militante desde el feminismo, quien se une a contar cómo es la tarea que despliegan en Bogotá y en otras ciudades para hacer campaña en territorios conflictivos y empobrecidos. A través de la gráfica urbana, de la elaboración colectiva de canciones y de la pedagogía popular en el TransMilenio —un sistema de transporte masivo— difunden las propuestas del futuro gobierno hablándole a las mujeres, apelando a sus principales preocupaciones. En zonas rurales como Sincelejo, cuenta Ángela González, otra de las políticas feministas, han tenido que camuflar sus organizaciones para ocultar su carácter político por seguridad.
Uno de los triunfos de las organizaciones feministas dentro del Pacto Histórico ha sido la lista paritaria para el Congreso, en un país donde no es obligatorio hacerlo. Además, han levantado la propuesta de paridad en todos los espacios de trabajo públicos y privados; así como la de la creación de un Sistema Nacional de Cuidados y la creación del Ministerio de Igualdad. Proponen también el reconocer el tiempo de cuidado que dedican las mujeres como horas de trabajo en el salario; y una renta básica universal a las jefas de hogar en condiciones de pobreza y pobreza extrema.
Yes Moreno define el feminismo que militan como popular y por eso —afirma— articulan con otras formas de lucha, como la lucha antirracista, la lucha por el trabajo y de reivindicaciones más de tipo anticlasista, pero también comparten la lucha ambiental y ecologista. Construyen en un espacio mixto con todas las implicaciones que eso tiene. Han sido cuestionadas por otros movimientos políticos feministas separatistas por aquello. El argumento es que los partidos políticos mantienen lógicas patriarcales con esquemas de exclusión y de arbitrariedad en la designación de candidatos y candidatas y que la paridad, aunque necesaria, es insuficiente.
Moreno no está en total desacuerdo con esas críticas, pero recalca que desde Colombia Humana no aguantarán ni apoyarán a ninguna persona cuestionada por violencia basada en género, porque quieren aportar a la construcción de un proyecto de vanguardia no solo en Colombia, sino en el mundo. Buscan feminizar la política, que significa una mayor participación de mujeres en las instituciones, pero también un cambio en la lógica de hacer política anteponiendo el principio de cuidar la vida. En 2018, el Congreso colombiano estaba compuesto por apenas el 19.7% de mujeres, algo que cambió en las elecciones de marzo de 2022 con un 28.8% de congresistas electas. Porcentaje que sigue lejos de ser una representación equitativa.
Adicionalmente, desde el nodo Juventud Humana han hecho un trabajo para visibilizar la violencia política al interior del movimiento, realizando denuncias públicas. «El corazón de la Colombia Humana está en el marco de la juventud, de las mujeres y de las feministas que llevamos esas banderas», dice Yes Moreno. «Eso implica que nuestras compañeras también sean hoy consejeras locales de juventud electas a nivel nacional, que hagan parte de juntas de acción comunal. Eso demuestra la vocación de poder que tenemos las juventudes, las mujeres, las feministas en Colombia Humana y en el Pacto Histórico».
Si hacer campaña de izquierda en Colombia es un desafío, hacer campaña feminista lo es aún más. Yes Moreno, Lizeth Moreno y Ángela González han asumido el reto con valentía, inspiradas en la palabra y el ejemplo de mujeres como Francia Márquez. Llevan en cada acción la memoria de las compañeras militantes a quienes han perdido a causa de la violencia patriarcal. Una de ellas fue Wendy Calderón, abanderada de la lucha por el derecho a decidir, líder comunitaria de la localidad bogotana de Fontibón y electa como consejera del consejo territorial de planeación distrital. Su recuerdo las motiva a levantarse a construir un gobierno feminista.
En la segunda vuelta que tendrá lugar este domingo 19 de junio de 2022, para vencer a Rodolfo Hernández, la estrategia va a ser ampliar la agenda feminista. Esto implica movilizar el voto de las mujeres en contra de lo que él representa, haciendo pedagogía desde el amor. Es decir, hablar con el votante contrario o indeciso no desde la superioridad ni desde el juzgamiento, sino explicando las causas de la injusticia, del hambre y de la violencia de manera sencilla, con ejemplos concretos y cotidianos, con un lenguaje claro, cercano. Como dice Francia Márquez: «vivir sabroso significa vivir sin miedo». Además buscan transmitir la urgencia de que cada joven y cada mujer se tome las elecciones de forma personal y la campaña se haga de forma descentralizada aunque coordinada.
El feminismo tiene que apelar a ese sentido pragmático para vencer a las nuevas extremas derechas que se alzan en la región. Ya lo hicieron en Chile las cabras, ahora es el turno de las berracas colombianas.