El día que pensé en congelar mis óvulos

Para la autora de este texto, ser madre no es un deseo actual, pero cumplió 30 y siente que el reloj biológico empieza a presionarla. En algún momento pensó en congelar sus óvulos y a partir de ese pensamiento, reflexiona sobre la maternidad y el futuro.

JUZZ PINCAY PAZMIÑO 

93%. Si tuviera que dar un porcentaje sobre mi decisión de no ser madre sería 93%. Estoy 93% segura de que no quiero transitar la maternidad. Este número ha ido disminuyendo —a los 23 años era el 100%— y la afirmación del ‘no quiero ser mamá’ también ha perdido fuerza con el tiempo.

Años atrás me negaba completamente a la idea de ser responsable de otro ser humano. Hoy, a mis 30 años, las ganas de convertirme en madre se cierran en 7%. Y aunque no parezca, es un número muy poderoso.

Tengo un montón de razones para no ser madre en este momento y la más importante es que no quiero. Ahora mismo, no quiero. Yo, tan creyente de que lo que sale de la boca y los dedos tiene poder, siempre repetí lo que me decía el resto: por ahora, porque no sé qué pase más adelante, los métodos anticonceptivos fallan o quizá sencillamente en algún momento cambie de opinión.

Tengo permiso de cambiar de opinión. El problema es que antes podía darme lujo de regalarme tiempo para la decisión. Pero tic, tac, tic tac, al reloj biológico de mi cuerpo le interesan poco mis decisiones.

La edad y la fertilidad están agarrados de las manos con los ojos vendados frente a mi 7%.

Tengo amigas que han decidido ser madres después de los 30 y algunas lo han logrado con éxito, unas no llegan a los tres meses de embarazo cuando la pérdida les atraviesa el alma y el cuerpo, y otras llevan cuentas en el calendario bajo tratamientos carísimos que hacen que el corazón se les ponga como una pasa y la vida les parezca más pesada.

“Juzz, esto agota física y emocionalmente, si vas a intentar que sea antes de los 35 hermana, si no todo es una huevada cara y triste”. Tan lejos me parecía en ese momento esa posibilidad y ahora siento resentimiento hacia la naturaleza que quiere arrebatarme todo hasta esto que pienso que no quiero, que no sé si quiero. Como una especie de venganza por años de óvulos sanos que no lograron ser fecundados gracias a mi toma diaria de pastillas anticonceptivas. Tic, tac, tic, tac.

Foto: Pixabay

Y entonces mi seguridad/inseguridad de la no maternidad atraviesa otros miedos: no quiero ser mamá vieja, mis papás no podrán malcriar a ningún ser humano que tenga mi sangre, mi futuro esposo querrá ser padre y no va a funcionar, el dinero no alcanza. Tic, tac, tic, tac. Pienso también en la contradicción que soy afirmando al mundo mi deseo nulo de maternidad, mientras bromeo con mi pareja sobre el equipo de fútbol del que será el hijo/hija que no sé si quiero.

Y entonces le confieso a la vida, pero sobre todo a mí, que tengo miedo de que las ganas que no tengo de ser madre aparezcan cuando no pueda serlo. Y entonces el 7% es poderoso y asusta porque todo lo que da miedo es fuerte.

Pasé casi 10 años con pastillas anticonceptivas, poniendo como ofrenda mis emociones y cuerpo para no salir embarazada porque la maternidad tanto como la no maternidad son aterradoras para mí en este preciso instante. Y llegó el día que pensé en congelar mis óvulos, porque no le quiero permitir a la naturaleza dejarme sin esa opción que afirman maravillosa pero que yo prefiero, ahora mismo, mirar de lejos. Quiero tener la posibilidad así nunca la tome y quiero tener la opción de agarrarla si quiero.

Nunca he romantizado la maternidad. Siempre la he visto como la decisión de tener el alma fuera del cuerpo, cada hijo/hija una especie de horrocrux, una responsabilidad que va más allá de crianza responsable, algo para lo que me considero cobarde aún.

A mi reloj biológico no le importa nada de esto, tic, tac, tic, tac.

(Este texto fue escrito desde mi corazón y mi vientre no fecundo).

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    JUZZ PINCAY PAZMIÑO 

    93%. Si tuviera que dar un porcentaje sobre mi decisión de no ser madre sería 93%. Estoy 93% segura de que no quiero transitar la maternidad. Este número ha ido disminuyendo —a los 23 años era el 100%— y la afirmación del ‘no quiero ser mamá’ también ha perdido fuerza con el tiempo.

    Años atrás me negaba completamente a la idea de ser responsable de otro ser humano. Hoy, a mis 30 años, las ganas de convertirme en madre se cierran en 7%. Y aunque no parezca, es un número muy poderoso.

    Tengo un montón de razones para no ser madre en este momento y la más importante es que no quiero. Ahora mismo, no quiero. Yo, tan creyente de que lo que sale de la boca y los dedos tiene poder, siempre repetí lo que me decía el resto: por ahora, porque no sé qué pase más adelante, los métodos anticonceptivos fallan o quizá sencillamente en algún momento cambie de opinión.

    Tengo permiso de cambiar de opinión. El problema es que antes podía darme lujo de regalarme tiempo para la decisión. Pero tic, tac, tic tac, al reloj biológico de mi cuerpo le interesan poco mis decisiones.

    La edad y la fertilidad están agarrados de las manos con los ojos vendados frente a mi 7%.

    Tengo amigas que han decidido ser madres después de los 30 y algunas lo han logrado con éxito, unas no llegan a los tres meses de embarazo cuando la pérdida les atraviesa el alma y el cuerpo, y otras llevan cuentas en el calendario bajo tratamientos carísimos que hacen que el corazón se les ponga como una pasa y la vida les parezca más pesada.

    “Juzz, esto agota física y emocionalmente, si vas a intentar que sea antes de los 35 hermana, si no todo es una huevada cara y triste”. Tan lejos me parecía en ese momento esa posibilidad y ahora siento resentimiento hacia la naturaleza que quiere arrebatarme todo hasta esto que pienso que no quiero, que no sé si quiero. Como una especie de venganza por años de óvulos sanos que no lograron ser fecundados gracias a mi toma diaria de pastillas anticonceptivas. Tic, tac, tic, tac.

    Foto: Pixabay

    Y entonces mi seguridad/inseguridad de la no maternidad atraviesa otros miedos: no quiero ser mamá vieja, mis papás no podrán malcriar a ningún ser humano que tenga mi sangre, mi futuro esposo querrá ser padre y no va a funcionar, el dinero no alcanza. Tic, tac, tic, tac. Pienso también en la contradicción que soy afirmando al mundo mi deseo nulo de maternidad, mientras bromeo con mi pareja sobre el equipo de fútbol del que será el hijo/hija que no sé si quiero.

    Y entonces le confieso a la vida, pero sobre todo a mí, que tengo miedo de que las ganas que no tengo de ser madre aparezcan cuando no pueda serlo. Y entonces el 7% es poderoso y asusta porque todo lo que da miedo es fuerte.

    Pasé casi 10 años con pastillas anticonceptivas, poniendo como ofrenda mis emociones y cuerpo para no salir embarazada porque la maternidad tanto como la no maternidad son aterradoras para mí en este preciso instante. Y llegó el día que pensé en congelar mis óvulos, porque no le quiero permitir a la naturaleza dejarme sin esa opción que afirman maravillosa pero que yo prefiero, ahora mismo, mirar de lejos. Quiero tener la posibilidad así nunca la tome y quiero tener la opción de agarrarla si quiero.

    Nunca he romantizado la maternidad. Siempre la he visto como la decisión de tener el alma fuera del cuerpo, cada hijo/hija una especie de horrocrux, una responsabilidad que va más allá de crianza responsable, algo para lo que me considero cobarde aún.

    A mi reloj biológico no le importa nada de esto, tic, tac, tic, tac.

    (Este texto fue escrito desde mi corazón y mi vientre no fecundo).

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