Economía feminista para transformar el amor

Unos días antes de la celebración mundial del Día de la Mujer se armó en Twitter un debate sobre la economía de las parejas heterosexuales y sus roles. En este artículo, una experta en economía feminista propone levantar un inventario feminista para negociar en el amor, a partir de las claves de la autora Marcela Lagarde.

GABRIELA MONTALVO

Volvamos al debate. Volvamos a la relación entre el amor de pareja y a la economía de la pareja. Pensemos cómo tejerla desde el feminismo para transformar el amor.

La discusión sobre esta relación es antigua y no es un secreto que los problemas relativos al dinero, no solo con respecto a su mayor o menor disponibilidad, sino sobre su origen y, sobre todo, sobre su control y administración, constituyen uno de los aspectos más importantes en las relaciones de pareja y una de las principales causas de discusiones, separaciones e incluso divorcios. Es uno de los ámbitos en los que se manifiesta el maltrato y la violencia de género.

Junto a varios aportes de la economía feminista, recojo en este breve texto algunas de propuestas que hace Marcela Lagarde, antropóloga feminista, en su libro Claves feministas para la negociación en el amor.

Marcela Lagarde publicó este libro para aportar desde una visión positiva a la economía feminista de la pareja.

Lagarde topa algunos puntos sensibles sobre este tema. Desde el título deja en claro que hablará en términos de negociación. Esto implica reconocer partes, intereses, posturas, conflictos.

Lo que nos han dicho del amor

Los estudios feministas explican claramente que los procesos de socialización han sido y aún son diferentes para mujeres y hombres. Esto es particularmente evidente en cuanto al amor.

Para las mujeres el amor —en sus formas de enamoramiento, matrimonio y maternidad— se presenta como el eje prioritario de su proyecto de vida. Los hombres, en cambio, son orientados hacia el reconocimiento social, influyendo, o incluso determinando, lo que unas y otros deben asumir en las relaciones afectivas, lo que cada uno debe dar y espera recibir.

Tras hacer un recorrido por distintos tipos de amor, el texto de Lagarde explica cómo hombres y mujeres hemos sido programados y programadas para responder de formas distintas ante el amor, el deseo, el sexo y todo lo relacionado con la pareja.

Explica cómo en el enamoramiento, mientras los hombres se exaltan a sí mismos, las mujeres se auto-desplazan del centro de su vida, para poner en ese lugar al ser amado, el hombre.

Eso va configurando el amor en las mujeres como una disposición constante a lo que Lagarde llama la «dádiva» constante, el sacrificio.

Marcela ejemplifica esto en su texto claramente cuando dice que las mujeres «a la tercera tarde el enamoramiento ya le estamos haciendo al hombre una ensalada, a la siguentes es pasta con salsa, a la cuarta es pollo…» y después puede ser «yo te cuido a tus hijos» o «te ayudo en tu trabajo, redacto tu tesis, termino tu obra…».

Ese dar sin medida en el amor puede resultar perverso para las mujeres: dan su cariño, su tiempo, sus cuidados, su energía, sus recursos, su dinero, sus opciones vitales (renuncian a ser), dan su vida en beneficio del otro. Hay algo perverso en esto: la negación del amor propio. Para Lagarde, esta es la mayor perversión de la cultura patriarcal.

Hagamos un inventario para la igualdad

Entre sus claves, Lagarde propone levantar una «geografía de la pareja». Esto signfica saber dónde están las desigualdades, dónde cada quien es quien y cómo es.

Y, más allá, habla de llevar un «libro de contabilidad de la pareja»: saber qué aporta cada quién a la relación, en qué abusa cada quien, en qué se beneficia cada quien y explica que para poder «pactar» o negociar una relación en igualdad, es necesario aceptar que existen desigualdades en los costos, las ganancias, los beneficios y los aportes de cada uno.

Construir una relación sana supone conocer estas desigualdades, entenderlas y tratar de superarlas. Y uno de los puntos más importantes es el del dinero. El dinero constituye un elemento de poder.

via GIPHY

Quien tiene el dinero y decide sobre él tiene el poder. Solo en la medida en la que las mujeres tengan acceso y capacidad de generación de dinero y recursos, tendrán poder para, efectivamente, negociar en la relación.

Marcela dice que «para poder negociar en el amor tenemos que ser propietarias. Una no puede negociar si no tiene un piso de negociación».

Para ella, «ser negociadora implica tener condición para negociar. Y la primera condición es tener voz propia, deseos propios y anhelos propios».

Lagarde señala también que «toda esta propuesta (para construir y tejer relaciones sanas) supone hacer acciones afirmativas en favor de nosotras mismas».

Y las mujeres hemos desarrollado varias estrategias para identificar y/o defendernos de la desigualdad y la violencia. Una de ellas puede ser, sin duda, masculinizarnos para obtener un lugar en el orden patriarcal. Y esto no es figurado, es literal. Todas sabemos de las mujeres que se han disfrazado de hombres para poder acercarse a ciertos espacios.

Pensemos desde dónde entramos a la negociación

Y aunque ahora esos espacios estén nominalmente abiertos para las mujeres, se nos ha exigido cumplir con características y rasgos culturalmente asignados a lo masculino.

Varios estudios han demostrado que, para triunfar en determinados espacios, como el ámbito político o el corporativo es necesario, tanto para hombres como para mujeres, demostrar masculinidad.

Tanto el líder como el gerente son descritos como un sujeto seguro, racional, calculador, joven, enérgico y competitivo, que sabe alternar rudeza e incluso autoritarismo con gestos de confianza y persuasión, actos de autonomía y de poder con otros de lealtad y obediencia hacia el partido o la corporación, todo ello para probar su masculinidad en el persistente modelo cultural y mental que se ha instalado para ejercer el poder: el del hombre.

El sistema de organización social vigente valora la masculinidad —esa idea de masculinidad—, mientras desprecia lo femenino.

A las mujeres esto nos ha dejado un costo alto: el de la doble y triple carga de trabajo —de acuerdo a ONU Mujeres, a nivel mundial el trabajo no remunerado recae sobre las mujeres en una proporción de 2,5  frente a uno en los hombres—.

Se nos ha «permitido» entrar con bastante esfuerzo en ciertos ámbitos masculinos, pero no se ha redistribuido la carga «femenina» y recién se están abriendo las puertas para que los hombres experimenten otras posibilidades de ser más allá de la masculinidad hegemónica.

Pero también existen otras estrategias para enfrentar la desigualdad. Hacer visible y revalorizar lo que ha sido asignado a la feminidad es una de ellas. No solo para las mujeres, ni como rescate a la “feminidad”, sino para el sostenimiento de la vida.

Esta es una de las premisas de la economía feminista: recuperar la importancia vital de todo aquello que ha sido asignado a la feminidad, poner en el centro a los cuidados, entendidos, junto a Berenice Fisher y Joan Tronto, como «todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo».

Hacerlo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser, nuestro entorno. Implica asumir una postura adulta y libre, informada, en condiciones de negociar para amar. Implica, en palabras de India Toctli, la recuperación del término «poder» desde un lugar distinto al de la competición, la lucha, el ganador o el perdedor, la imposición, la violencia, en definitiva, el miedo, para relacionarlo con la calma, la tranquilidad, la sonrisa, la alegría, la ilusión, la comunidad, la interdependencia, la autonomía, el cuidado, el respeto, la conexión.

También dice Lagarde que lo que le pasa a una en el amor nos pasa a todas. Que para sanar «necesitamos sacar un hilito, una agujita, un dedal y cosernos finito».

Seamos ese hilo entre nosotras.

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    Junto a varios aportes de la economía feminista, recojo en este breve texto algunas de propuestas que hace Marcela Lagarde, antropóloga feminista, en su libro Claves feministas para la negociación en el amor.

    Marcela Lagarde publicó este libro para aportar desde una visión positiva a la economía feminista de la pareja.

    Lagarde topa algunos puntos sensibles sobre este tema. Desde el título deja en claro que hablará en términos de negociación. Esto implica reconocer partes, intereses, posturas, conflictos.

    Lo que nos han dicho del amor

    Los estudios feministas explican claramente que los procesos de socialización han sido y aún son diferentes para mujeres y hombres. Esto es particularmente evidente en cuanto al amor.

    Para las mujeres el amor —en sus formas de enamoramiento, matrimonio y maternidad— se presenta como el eje prioritario de su proyecto de vida. Los hombres, en cambio, son orientados hacia el reconocimiento social, influyendo, o incluso determinando, lo que unas y otros deben asumir en las relaciones afectivas, lo que cada uno debe dar y espera recibir.

    Tras hacer un recorrido por distintos tipos de amor, el texto de Lagarde explica cómo hombres y mujeres hemos sido programados y programadas para responder de formas distintas ante el amor, el deseo, el sexo y todo lo relacionado con la pareja.

    Explica cómo en el enamoramiento, mientras los hombres se exaltan a sí mismos, las mujeres se auto-desplazan del centro de su vida, para poner en ese lugar al ser amado, el hombre.

    Eso va configurando el amor en las mujeres como una disposición constante a lo que Lagarde llama la «dádiva» constante, el sacrificio.

    Marcela ejemplifica esto en su texto claramente cuando dice que las mujeres «a la tercera tarde el enamoramiento ya le estamos haciendo al hombre una ensalada, a la siguentes es pasta con salsa, a la cuarta es pollo…» y después puede ser «yo te cuido a tus hijos» o «te ayudo en tu trabajo, redacto tu tesis, termino tu obra…».

    Ese dar sin medida en el amor puede resultar perverso para las mujeres: dan su cariño, su tiempo, sus cuidados, su energía, sus recursos, su dinero, sus opciones vitales (renuncian a ser), dan su vida en beneficio del otro. Hay algo perverso en esto: la negación del amor propio. Para Lagarde, esta es la mayor perversión de la cultura patriarcal.

    Hagamos un inventario para la igualdad

    Entre sus claves, Lagarde propone levantar una «geografía de la pareja». Esto signfica saber dónde están las desigualdades, dónde cada quien es quien y cómo es.

    Y, más allá, habla de llevar un «libro de contabilidad de la pareja»: saber qué aporta cada quién a la relación, en qué abusa cada quien, en qué se beneficia cada quien y explica que para poder «pactar» o negociar una relación en igualdad, es necesario aceptar que existen desigualdades en los costos, las ganancias, los beneficios y los aportes de cada uno.

    Construir una relación sana supone conocer estas desigualdades, entenderlas y tratar de superarlas. Y uno de los puntos más importantes es el del dinero. El dinero constituye un elemento de poder.

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    Quien tiene el dinero y decide sobre él tiene el poder. Solo en la medida en la que las mujeres tengan acceso y capacidad de generación de dinero y recursos, tendrán poder para, efectivamente, negociar en la relación.

    Marcela dice que «para poder negociar en el amor tenemos que ser propietarias. Una no puede negociar si no tiene un piso de negociación».

    Para ella, «ser negociadora implica tener condición para negociar. Y la primera condición es tener voz propia, deseos propios y anhelos propios».

    Lagarde señala también que «toda esta propuesta (para construir y tejer relaciones sanas) supone hacer acciones afirmativas en favor de nosotras mismas».

    Y las mujeres hemos desarrollado varias estrategias para identificar y/o defendernos de la desigualdad y la violencia. Una de ellas puede ser, sin duda, masculinizarnos para obtener un lugar en el orden patriarcal. Y esto no es figurado, es literal. Todas sabemos de las mujeres que se han disfrazado de hombres para poder acercarse a ciertos espacios.

    Pensemos desde dónde entramos a la negociación

    Y aunque ahora esos espacios estén nominalmente abiertos para las mujeres, se nos ha exigido cumplir con características y rasgos culturalmente asignados a lo masculino.

    Varios estudios han demostrado que, para triunfar en determinados espacios, como el ámbito político o el corporativo es necesario, tanto para hombres como para mujeres, demostrar masculinidad.

    Tanto el líder como el gerente son descritos como un sujeto seguro, racional, calculador, joven, enérgico y competitivo, que sabe alternar rudeza e incluso autoritarismo con gestos de confianza y persuasión, actos de autonomía y de poder con otros de lealtad y obediencia hacia el partido o la corporación, todo ello para probar su masculinidad en el persistente modelo cultural y mental que se ha instalado para ejercer el poder: el del hombre.

    El sistema de organización social vigente valora la masculinidad —esa idea de masculinidad—, mientras desprecia lo femenino.

    A las mujeres esto nos ha dejado un costo alto: el de la doble y triple carga de trabajo —de acuerdo a ONU Mujeres, a nivel mundial el trabajo no remunerado recae sobre las mujeres en una proporción de 2,5  frente a uno en los hombres—.

    Se nos ha «permitido» entrar con bastante esfuerzo en ciertos ámbitos masculinos, pero no se ha redistribuido la carga «femenina» y recién se están abriendo las puertas para que los hombres experimenten otras posibilidades de ser más allá de la masculinidad hegemónica.

    Pero también existen otras estrategias para enfrentar la desigualdad. Hacer visible y revalorizar lo que ha sido asignado a la feminidad es una de ellas. No solo para las mujeres, ni como rescate a la “feminidad”, sino para el sostenimiento de la vida.

    Esta es una de las premisas de la economía feminista: recuperar la importancia vital de todo aquello que ha sido asignado a la feminidad, poner en el centro a los cuidados, entendidos, junto a Berenice Fisher y Joan Tronto, como «todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo».

    Hacerlo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser, nuestro entorno. Implica asumir una postura adulta y libre, informada, en condiciones de negociar para amar. Implica, en palabras de India Toctli, la recuperación del término «poder» desde un lugar distinto al de la competición, la lucha, el ganador o el perdedor, la imposición, la violencia, en definitiva, el miedo, para relacionarlo con la calma, la tranquilidad, la sonrisa, la alegría, la ilusión, la comunidad, la interdependencia, la autonomía, el cuidado, el respeto, la conexión.

    También dice Lagarde que lo que le pasa a una en el amor nos pasa a todas. Que para sanar «necesitamos sacar un hilito, una agujita, un dedal y cosernos finito».

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