Empoderadas rima con agotadas

Es hora de pensar a qué le tenemos miedo cuando evitamos decir que estamos cansadas, que lo podemos todo, pero no al mismo tiempo, que necesitamos ayuda.

ALINA MANRIQUE CEDEÑO

Buscando viejos papeles encontré una fotografía. En ella tengo cinco años y mi mamá, embarazada de mi hermano menor, me coloca la medalla a la mejor estudiante del salón.

Esa mañana recordé que en los años previos a su tercer parto solía admirar a mi mamá como una mujer que lo podía todo: trabajar, mantenerse a la moda, hacer su rutina de gimnasia, tomar café con sus amigas, preparar ricas cenas para nosotros, leer a Vargas Llosa y a Isabel Allende… y dejé la foto en mi agenda atiborrada de pendientes.

Tengo una amiga a la que recurro cada vez que siento que me ahogo con todo lo que tengo que hacer: dormir ocho horas, hacer ejercicio por treinta minutos al día, comer saludable, meditar, trabajar como profesora universitaria y periodista a la vez, maternar a mis hijos, darles tiempo de calidad a mi esposo y a mis amigas y guardar tiempo para pintarme las uñas y el cabello, asistir a reuniones importantes en dos escuelas, ocuparse de la fuga de agua y del baño del perro, acudir a cada chequeo médico que corresponde a una mujer que bordea los cuarenta años… Ella, Diana, siempre me calma diciendo que soy como uno de sus gatos: que caigo de pie.

Llegué a casa esa noche, a las nueve, con la foto en la agenda y el mensaje de mi amiga en Whatsapp. Mi hija estaba esperándome para charlar, y me hizo comer algo. La vi sostenerse la cabeza con las manos y escuché la lista de pendientes que la preocupaban: el portafolio del quimestre, la tarea de francés, el examen extracurricular de inglés, dormir antes de las diez  y preparar un regalo para una amiguita. “Quiero sacar 10 en todo”, me dijo. Solo tiene 12 años.

Entonces entendí cuánto me he equivocado hasta ahora. Mi mamá era una mujer empoderada, una verdadera equilibrista que lo inundaba todo con su perseverancia e independencia y hacía que todo pareciera sencillo. Yo he estado dándole el mismo mensaje a mi hija, y el sistema lo refuerza con tantos mensajes de empoderamiento malentendido.

Porque una «mujer empoderada» es bella, de cuerpo tonificado y manicura impecable. Está en pareja, sus hijos tienen excelentes notas y siempre están limpiecitos, tiene trabajo o una empresa propia, se ve con sus amigas, va al gimnasio y lo publica en redes sociales. La mujer empoderada saca 10/10 en todas las esferas de su vida. La mujer empoderada no necesita ayuda, no se conforma ni se agota.  

Es hora de pensar a qué le tenemos miedo cuando evitamos decir que estamos cansadas, que lo podemos todo, pero no al mismo tiempo, que necesitamos ayuda y protección. ¿A perder nuestra independencia? ¿A mostrar vulnerabilidad? ¿A sentirnos perezosas? ¿A decepcionar a alguien?

Es tan delgada la línea entre mantener la confianza en nosotras mismas sin exigirnos tener todo bajo control y caer en una agotadora espiral de automejora. Siempre habrá una nueva misión, algo por corregir, algo por ganar. En nuestro intento de ser malabaristas en tacones, siempre habrá una esfera que cae.

El verdadero empoderamiento femenino debería ser mirarnos con amor, abrazar nuestras limitaciones, aceptar y agradecer la ayuda.

Finalmente, le dije a mi hija algo que debí decirme hace tiempo: No hay nada que puedas hacer que me haga decepcionarme de ti. Te amo aunque no saques 10 en todo y aunque no logres completar todos los pendientes de tu agenda. Aunque fracases.

No eres esclava del tiempo, ni de las expectativas que la gente tiene de una mujer completa. Ese amor inalterable es el que me hace sentir poderosa, y no me agota.

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    ALINA MANRIQUE CEDEÑO

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    Tengo una amiga a la que recurro cada vez que siento que me ahogo con todo lo que tengo que hacer: dormir ocho horas, hacer ejercicio por treinta minutos al día, comer saludable, meditar, trabajar como profesora universitaria y periodista a la vez, maternar a mis hijos, darles tiempo de calidad a mi esposo y a mis amigas y guardar tiempo para pintarme las uñas y el cabello, asistir a reuniones importantes en dos escuelas, ocuparse de la fuga de agua y del baño del perro, acudir a cada chequeo médico que corresponde a una mujer que bordea los cuarenta años… Ella, Diana, siempre me calma diciendo que soy como uno de sus gatos: que caigo de pie.

    Llegué a casa esa noche, a las nueve, con la foto en la agenda y el mensaje de mi amiga en Whatsapp. Mi hija estaba esperándome para charlar, y me hizo comer algo. La vi sostenerse la cabeza con las manos y escuché la lista de pendientes que la preocupaban: el portafolio del quimestre, la tarea de francés, el examen extracurricular de inglés, dormir antes de las diez  y preparar un regalo para una amiguita. “Quiero sacar 10 en todo”, me dijo. Solo tiene 12 años.

    Entonces entendí cuánto me he equivocado hasta ahora. Mi mamá era una mujer empoderada, una verdadera equilibrista que lo inundaba todo con su perseverancia e independencia y hacía que todo pareciera sencillo. Yo he estado dándole el mismo mensaje a mi hija, y el sistema lo refuerza con tantos mensajes de empoderamiento malentendido.

    Porque una «mujer empoderada» es bella, de cuerpo tonificado y manicura impecable. Está en pareja, sus hijos tienen excelentes notas y siempre están limpiecitos, tiene trabajo o una empresa propia, se ve con sus amigas, va al gimnasio y lo publica en redes sociales. La mujer empoderada saca 10/10 en todas las esferas de su vida. La mujer empoderada no necesita ayuda, no se conforma ni se agota.  

    Es hora de pensar a qué le tenemos miedo cuando evitamos decir que estamos cansadas, que lo podemos todo, pero no al mismo tiempo, que necesitamos ayuda y protección. ¿A perder nuestra independencia? ¿A mostrar vulnerabilidad? ¿A sentirnos perezosas? ¿A decepcionar a alguien?

    Es tan delgada la línea entre mantener la confianza en nosotras mismas sin exigirnos tener todo bajo control y caer en una agotadora espiral de automejora. Siempre habrá una nueva misión, algo por corregir, algo por ganar. En nuestro intento de ser malabaristas en tacones, siempre habrá una esfera que cae.

    El verdadero empoderamiento femenino debería ser mirarnos con amor, abrazar nuestras limitaciones, aceptar y agradecer la ayuda.

    Finalmente, le dije a mi hija algo que debí decirme hace tiempo: No hay nada que puedas hacer que me haga decepcionarme de ti. Te amo aunque no saques 10 en todo y aunque no logres completar todos los pendientes de tu agenda. Aunque fracases.

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