‘Ese momento de borrar mi nombre’ rompe una genealogía de silencio

María Josefina Viteri Baquerizo plantea una puesta en escena en la que, a pesar de haber solo una actriz, hay un diálogo coral sobre la violencia contra las mujeres, una violecia que es parte de la genealogía familiar. La obra y su proceso fue publicada por la editorial Recodo Press y tuvo pocas presentaciones en Guayaquil. 

JÉSSICA ZAMBRANO

En Ese momento de borrar mi nombre hay una casa herida. 

Mujeres que han parido hijos clandestinos, o demasiados hijos, y están heridas. 

Una descendencia que está herida. 

Un viaje por un país donde las mujeres están heridas. 

Ese momento de borrar mi nombre, la obra que construye la actriz María Josefina Viteri, de manera autoetnográfica y sola en el escenario, es una propuesta escénica  y sonora, al estilo de un LP con cinco temas. 

En ella nos permite recorrer la ‘Casa Cuna’ patrimonial de pasado aristocrático, en el centro de Guayaquil, en la que en sus bajos hay chicas que cobran por sexo, pero les prestan sus labiales al cuerpo escénico, tal vez porque, la casa, normalmente, está habitada por fantasmas.

La obra fusiona archivos cinematográficos, documentales, sonoros y se constituye como un ritual en el que es posible ser testigo de una mujer, o varias, en su tránsito por la orfandad y la ruina que desencadena una violencia simbólica contra las mujeres por ser mujeres. 

La obra utiliza la técnica de  la escultora suiza Heidi Butcher. Por medio de látex elimina de la casa formas arquitectónicas y texturas que traen consigo huellas de dolor. “Reinterpretamos estas historias ruinosas transponiéndolas sobre tela, dándoles una nueva piel y un nuevo contexto, en un nuevo espacio, en una obra viva destinada a la curación”, dice la autora sobre el proceso de montaje. 

La puesta en escena funciona de tal manera que los espectadores se convierten en intrusos de una obra coral, en la que si bien Viteri plantea la exploración genealógica de su archivo familiar, también intervienen las voces de otras mujeres, sus testimonios y las maneras de fugarse o habitar una estructura machista y heredada. 

De entrada, hay una mujer venado, una diosa que lo mira todo y que es el primer paso de luz. Los intrusos, o espectadores, suben una escalera y miran en el cuarto principal un cúmulo de fotos que dan señales sobre el pasado y el linaje. 

Luego la infancia, los juegos y la mujer que se convierte en novia. La mujer que se convierte en esposa. La mujer que tiene hijos y siempre está esperando su turno. En el tránsito, algunos archivos cinematográficos nos advierten de una sexualidad inexplorada, castigada. 

“¿Qué le preguntaría a una mujer que vive en este país? ¿Cómo aguantan? Y es una pregunta que me hago a mí misma, es decir, cómo aguantamos”.

Como parte del proceso creativo, Viteri explora su propia genealogía a partir de la investigación de su archivo e historias familiares, que incluyen las del ex presidente Alfredo Baquerizo, de quien desciende. 

La muerte de su abuela Julieta, a causa de la violencia y los descuidos padecidos a lo largo de su vida, gatilla esta investigación autoetnográfica centrada en las prácticas machistas identificadas en la historia familiar de Viteri.

Como parte de este reconocimiento, la autora ahonda en otros testimonios similares. Realiza entrevistas a un grupo focal de mujeres para indagar sobre sus historias personales y las de sus familias. En sus relatos, estas mujeres coinciden en referir descuidos, abandonos y violencias que, a la vez, van construyendo de manera invisible la estructura sociopolítica del país.

Dice  Maria Auxiliadora Ávila sobre la obra que Viteri “indaga en aquellos momentos de su saga familiar en los que las estructuras machistas determinan ciertos comportamientos, haciendo de alguna manera predecible el destino de muchos de sus antepasados y, potencialmente, el suyo propio”.

Considera que este “es un ejercicio de absoluta honestidad pensar en su propio presente, pensar en el lugar que ocupa en su árbol familiar, examinar cómo se desmarca del destino previsible trazado por la historia patriarcal y las formas en que esta se ha manifestado en las vicisitudes que las mujeres de su familia tuvieron que afrontar a lo largo de generaciones”.

Tal vez, después de que los espectadores hurguen en la vida íntima de las protagonistas, se rompa una genealogía, al menos simbólica, al menos para no repetir el silencio.

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    JÉSSICA ZAMBRANO

    En Ese momento de borrar mi nombre hay una casa herida. 

    Mujeres que han parido hijos clandestinos, o demasiados hijos, y están heridas. 

    Una descendencia que está herida. 

    Un viaje por un país donde las mujeres están heridas. 

    Ese momento de borrar mi nombre, la obra que construye la actriz María Josefina Viteri, de manera autoetnográfica y sola en el escenario, es una propuesta escénica  y sonora, al estilo de un LP con cinco temas. 

    En ella nos permite recorrer la ‘Casa Cuna’ patrimonial de pasado aristocrático, en el centro de Guayaquil, en la que en sus bajos hay chicas que cobran por sexo, pero les prestan sus labiales al cuerpo escénico, tal vez porque, la casa, normalmente, está habitada por fantasmas.

    La obra fusiona archivos cinematográficos, documentales, sonoros y se constituye como un ritual en el que es posible ser testigo de una mujer, o varias, en su tránsito por la orfandad y la ruina que desencadena una violencia simbólica contra las mujeres por ser mujeres. 

    La obra utiliza la técnica de  la escultora suiza Heidi Butcher. Por medio de látex elimina de la casa formas arquitectónicas y texturas que traen consigo huellas de dolor. “Reinterpretamos estas historias ruinosas transponiéndolas sobre tela, dándoles una nueva piel y un nuevo contexto, en un nuevo espacio, en una obra viva destinada a la curación”, dice la autora sobre el proceso de montaje. 

    La puesta en escena funciona de tal manera que los espectadores se convierten en intrusos de una obra coral, en la que si bien Viteri plantea la exploración genealógica de su archivo familiar, también intervienen las voces de otras mujeres, sus testimonios y las maneras de fugarse o habitar una estructura machista y heredada. 

    De entrada, hay una mujer venado, una diosa que lo mira todo y que es el primer paso de luz. Los intrusos, o espectadores, suben una escalera y miran en el cuarto principal un cúmulo de fotos que dan señales sobre el pasado y el linaje. 

    Luego la infancia, los juegos y la mujer que se convierte en novia. La mujer que se convierte en esposa. La mujer que tiene hijos y siempre está esperando su turno. En el tránsito, algunos archivos cinematográficos nos advierten de una sexualidad inexplorada, castigada. 

    “¿Qué le preguntaría a una mujer que vive en este país? ¿Cómo aguantan? Y es una pregunta que me hago a mí misma, es decir, cómo aguantamos”.

    Como parte del proceso creativo, Viteri explora su propia genealogía a partir de la investigación de su archivo e historias familiares, que incluyen las del ex presidente Alfredo Baquerizo, de quien desciende. 

    La muerte de su abuela Julieta, a causa de la violencia y los descuidos padecidos a lo largo de su vida, gatilla esta investigación autoetnográfica centrada en las prácticas machistas identificadas en la historia familiar de Viteri.

    Como parte de este reconocimiento, la autora ahonda en otros testimonios similares. Realiza entrevistas a un grupo focal de mujeres para indagar sobre sus historias personales y las de sus familias. En sus relatos, estas mujeres coinciden en referir descuidos, abandonos y violencias que, a la vez, van construyendo de manera invisible la estructura sociopolítica del país.

    Dice  Maria Auxiliadora Ávila sobre la obra que Viteri “indaga en aquellos momentos de su saga familiar en los que las estructuras machistas determinan ciertos comportamientos, haciendo de alguna manera predecible el destino de muchos de sus antepasados y, potencialmente, el suyo propio”.

    Considera que este “es un ejercicio de absoluta honestidad pensar en su propio presente, pensar en el lugar que ocupa en su árbol familiar, examinar cómo se desmarca del destino previsible trazado por la historia patriarcal y las formas en que esta se ha manifestado en las vicisitudes que las mujeres de su familia tuvieron que afrontar a lo largo de generaciones”.

    Tal vez, después de que los espectadores hurguen en la vida íntima de las protagonistas, se rompa una genealogía, al menos simbólica, al menos para no repetir el silencio.

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