Una historia de abuso sistemático: el caso de Gisèle Pelicot expone cómo el patriarcado perpetúa la cultura de violación, incluso dentro de instituciones como el matrimonio, silenciando a las víctimas y protegiendo a los agresores.
A inicios de septiembre el mundo conoció la historia de Gisèle Pelicot, mujer francesa de 72 años que fue violada sistemáticamente por su exesposo y 72 hombres más. Gisèle tuvo la valentía de negarse a que el juicio en contra de su ex-conviviente se hiciera a puerta cerrada. Nos invitó a la cruzada de hacer que la vergüenza cambiara de bando.
Los detalles de este hecho y la cantidad de hombres involucrados en la agresión nos muestran, una vez más, cómo la cultura de la violación en la que estamos inmersos perpetúa los casos de agresión y deshumanización en contra de las mujeres.
Dominique Pelicot, esposo de Gisèle Pelicot por 50 años, la drogó, violó y permitió que otros 72 hombres lo hicieran de igual forma durante casi una década. Gracias a la renuncia de Gisèle al anonimato podemos ver los engranajes de este monstruo, al que llamamos patriarcado, funcionar engrasados, afilados y tan bien como de costumbre.
Hasta hace pocos años Dominique Pelicot mantenía ante su familia y miembros de su comunidad la imagen de un respetable jubilado. Su fachada empezó a quebrarse en septiembre de 2020 cuando fue sorprendido grabando debajo de la falda de mujeres en un supermercado. Tras detenerlo, la policía descubrió archivos que graficaban sus abusos y que fueron determinantes para poder identificar a otros hombres acusados de violar a Gisèle.
Aún antes de rendir declaraciones oficiales, Dominique admitió haber drogado a su esposa mezclando somníferos con comidas y bebidas, y haber organizado las violaciones sistemáticas mientras ella estaba en profunda inconsciencia. Luego de haberse ausentado por una infección urinaria, se subió al estrado para finalmente admitir ser un violador “como todos los demás acusados”.
El hombre, que se consideraba “buen marido”, encontró justificación a sus actos en el hecho de que la víctima no quería acostarse con él y que no estaba dispuesta a mantener dinámicas swinger.
Dominique es consciente de que el juicio arruinó su vida y que de no haber sido descubierto hubiera seguido felizmente casado y todo podría haber permanecido igual. Pese a que estas declaraciones puedan parecernos descabelladas, la psicóloga Anabelle Montagne asegura que Dominique no presenta problemas mentales ni patologías que le impidan discernir lo bueno de lo malo. Así mismo, Laurent Layet, uno de los psiquiatras llamados al estrado, dijo que “los crímenes más extraordinarios los cometen personas comunes y corrientes”.
Después de dos años de investigación la policía logró identificar a 54 de los 72 hombres que se distinguen en los videos de violaciones sadomasoquistas. Dos de ellos fueron exonerados por falta de pruebas y otro murió.
En caso de ser condenados, los acusados de violación con agravantes, enfrentarán penas de hasta 20 años de prisión. Entre ellos hay obreros, camioneros, un periodista, un enfermero, un guardia de prisión y un bombero. Algunos son esposos y padres, sus edades varían entre 26 y 74 años.
La mayoría de ellos afirmaron que no sabían que Gisèle estaba inconsciente, sin embargo, Dominique Pelicot dijo a los investigadores que los invitados no tenían permitido hablar en voz alta, debían desvestirse en la cocina y no podían oler a perfume o a tabaco. Además, debían esperar hasta hora y media en un estacionamiento cercano para esperar a que la droga surtiera efecto. Los acusados parecen no haber sospechado de esa situación y aseguraron haber sido engañados por el jubilado, quién recientemente los contradijo.
Ninguno de ellos intentó constatar que contaba con el consentimiento de Gisèle Pelicot para realizar las prácticas sexuales, tampoco se preocuparon por usar preservativos y la contagiaron de cuatro enfermedades venéreas.
Pese a la indudable ausencia de consentimiento, algunos de estos hombres dijeron que no sintieron haberla violado porque su marido fue quién la ofreció. Uno, por su parte, alegó que para él “violación es cuando agarras a alguien de la calle”.
De todos los hombres a los que Dominique Pelicot invitó, solo dos se negaron, pero ninguno denunció o hizo algún tipo de llamado de atención sobre el caso. Ese silencio cómplice hoy nos resuena como una muestra del pacto patriarcal, el acuerdo implícito con el que muchos hombres son capaces de solapar los crímenes más crueles para proteger a “los suyos”.
Jean Pierre Maréchal es uno de los hombres que conoció a Dominique a través de Coco.fr, el foro de encuentros sexuales que fue clausurado por las autoridades francesas. Este se negó a violar a Gisèle Pelicot pero, en cambio, replicó la metodología del caso para violar a su esposa y madre de sus tres hijos en repetidas ocasiones. Dominique Pélicot le facilitó las drogas y estuvo presente durante estas violaciones. En su testimonio, Maréchal culpa a Dominique de haberlo convencido de llevar a cabo estos actos.
La defensa de este hombre no fue negar la agresión, sino exponer sus traumas del pasado para atenuar un acto que no cree que hubiera sido capaz de cometer si no hubiera conocido a Dominique Pelicot.
A diferencia de Gisèle, la esposa de Maréchal se despertó durante una de las violaciones, pero decidió creer lo que su esposo le dijo en ese momento para tranquilizarla. Optó por no denunciarlo para proteger a sus hijos, tratando de aferrarse a la vida apacible y feliz que dice haber tenido con su pareja.
Esta mujer es un ejemplo de lo complejo que es para muchas denunciar a sus agresores. En muchos casos, el silencio se debe al miedo o a la falta de credibilidad de los sistemas de justicia, en otros se manifiesta como el sentido de responsabilidad que exige el rol de madre, así como la dificultad de afrontar la idea de empezar una vida nueva.
Ahora que el juicio está en curso podemos ver cómo las autoridades eligen palabras y enfoques que intentan cuidar la imagen de estos hombres. Sabemos, por ejemplo, que el fiscal pidió un juicio a puertas cerradas y que el tribunal ha solicitado hablar de “escenas de sexo” y no de violaciones, argumentando que hablar de “violación” no respeta la presunción de inocencia.
Guillermo de Palma, representante de seis de los acusados, dijo que “hay violaciones y violaciones” para dar a entender que hay hechos que deben ser interpretados con menor gravedad. Los defensores de los acusados, además, dicen que iniciarán demandas para defender los derechos de sus defendidos y cuidarlos de las repercusiones de que sus nombres y rostros se hayan hecho públicos.
Los medios de comunicación, por su parte, han sido cuestionados por evitar fotografiar o grabar a los acusados y utilizar únicamente la imágen de la víctima para relatar los hechos. Y, pese a que Dominique Pelicot se ha declarado culpable y existen fotografías públicas de él, cuando vemos su imagen es pequeña o incluso representada con un dibujo.
Medios menos tradicionales como la revista de humor gráfico Charlie Hebdo no han perdido la oportunidad de publicar caricaturas para representar los hechos de una forma que solo podría causarle gracia a un perverso.
Asimismo hay quienes se expresaron a través de sus redes sociales pidiendo a las mujeres indignadas por el caso ser cuidadosas con sus formas de expresión, evitando así generalizaciones, de forma tal que ningún hombre “bueno” pudiera sentirse aludido. Ese fue el caso del político estadounidense José Torres, quien aprovechó la ocasión para decir que es feminista y pedir que no se “atrapara verbalmente a hombres como él”, quien se considera un aliado.
Otros, en cambio, usaron el caso de un acusado con VIH que violó a Gisèle sin protección, para defender el derecho a no informar a sus compañeros sexuales sobre enfermedades de transmisión sexual.
Mientras tanto, otros medios, ante el horror, decidieron ignorar lo que las feministas venimos diciendo y fundamentando con datos estadísticos hace mucho, que los violadores no son monstruos.
Algunos han reforzado esta narrativa haciendo eco del informe en el que se compara a Dominique Pelicot con el personaje de la novela gótica Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), de Robert Louis Stevenson, ya que, según el psicólogo Bruno Daunizeau, ambos eran “abuelos cariñosos y queridos” en el día, y en las noches violadores.
La historia relata cómo un científico crea un líquido capaz de transformarlo en un monstruo. A diferencia del personaje, Dominique no estuvo en ningún momento bajo la influencia de sustancias que alteran su estado de consciencia. Irónicamente la única que tuvo su consciencia alterada durante las noches fue la víctima.
Algunos diarios, por su parte, reprodujeron palabras que los familiares de Gisèle Pelicot y su violador usaron para describirlo y que refuerzan la narrativa del monstruo. Su hija, por ejemplo, pensaba que era un hombre sano y amable en el que podía confiar. Sus nueras lo describieron como un hombre servicial y cariñoso con sus nietos, sin embargo, luego descubrieron que también habían sido fotografiadas desnudas en secreto. El hombre al que muchos veían como buen vecino solo fue bueno fingiendo mientras organizaba las violaciones a las que sometía a su esposa en las noches.
Pese al horror de los hechos es importante hacer énfasis en que los violadores no son monstruos ni enfermos mentales, aunque resulta reconfortante pensar que son seres sacados de libros de terror que se transforman por arte de magia y viven entre las sombras.
Este caso, al igual que la gran mayoría, nos demuestra que pueden ser nuestros padres, abuelos, vecinos o pareja de toda la vida quienes abusen de nosotras. Hay, sin embargo, un monstruo enorme que algunos no quieren nombrar y que otras reconocemos por el escozor que produce en nuestras propias heridas; el sistema en el que estamos inmersas, y que cuida a agresores mientras las víctimas mortales siguen siendo mujeres: el patriarcado.
El patriarcado dirige la responsabilidad hacia nosotras y nos responsabiliza por lo que nos ocurre y, de una u otra manera, por no cumplir con el rol pasivo que la cultura de la violación insiste en imponernos.
Un monstruo que a veces tiene el rostro del más cruel de los violadores, otras de sus cómplices silenciosos, pero que también se reconoce en palabras y símbolos que se convierten en los cimientos ideológicos que avalan los actos más atroces. Hoy nos señalan a las que nombramos al patriarcado, a las que hablamos de violadores potenciales y a cualquiera que ose advertir que las mujeres no estamos a salvo y vivimos en un sistema que sigue protegiendo a nuestros agresores.
Gisèle Pelicot decidió no bajar la cabeza y, junto a ella, somos muchas las que decidimos no callarnos más.