Hombres con falda: ¿audaz o falaz?

En esta columna, Pedro Gutiérrez cuestiona el uso de la falda cuando no busca incomodar, sino que se utiliza para validar a hombres blancos heterosexuales.

PEDRO GUTIÉRREZ GUEVARA

Hace pocos meses participé en el II Encuentro de Abogadxs Litigantes LGBTI de las Américas donde conocí a personas no hetero y/o cisgénero de muchos países. Ahí, una compañera bisexual me dijo “déjame tomarte una foto porque te ves divino. Tienes la misma falda que usa mi hermano, diácono gay”. 

Me tomó la foto, pero al poco tiempo empecé a preguntar: ¿en serio parezco un hombre sacerdote/predicador? Entonces sentí la asimilación con una institución religiosa de la que apostaté.

Me di cuenta de que la falda no es necesariamente revolución-libertad, a pesar que nos veamos icónicas en eventos académicos, fiestas no heterosexuales y encuentros de personas defensoras de derechos humanos LGBTIQ+. 

¿Usar falda me vuelve un hombre deconstruido? ¿Me hace perder el privilegio de ser tratado como hombre? ¿Es mayor la ruptura de un privilegio masculino si le sumo esmalte de uñas y glitter para delinear mis ojos? ¿Ahora sí estoy deconstruido? 

Con el avance de los estudios sobre masculinidades que desafían la construcción hegemónica del ser “hombre” en relación al poder, la virilidad, la estética y de las teorías queer que tensionan las creencias de que las identidades sexo-género no son fijas, esencialistas y dicotómicas —homosexual-heterosexual, hombre-mujer— ahora mismo habitamos un mundo donde ciertas “normas” de conducta al momento de vestir se miran como válidas. Sin embargo, depende mucho de quién, qué y dónde lo haga.

Actualmente, es común ver a hombres millennials y centennials, de entre 18 y 40 años, usando faldas. Pero este tipo de “normalidad” tiene mucho que ver con el poder económico y del mass media, que a través de grandes marcas y eventos de moda parecen decir: la performatividad y estética masculina está en conflicto, ¡aprovechemonos!

Por ejemplo, la revista de “alta moda” Vogue, tras 128 años de vida, decidió en diciembre de 2020 darle por primera vez y en solitario la portada a un hombre: el cantante y actor británico, Harry Styles, quién lució prendas de Harris Reed, Wales Booner, Gucci, Emily Adams Bode, Martine Rose y Margaret Howell.

Harry Styles usando kilt —falda típica de Escocia e Irlanda— es la referencia tolerable o respetable fuera del mundo de la moda y fama donde se mira a esta prenda como masculina y el gusto no tiene que ver con la estética, sino con el conflicto bélico: durante la I Guerra Mundial, el kilt era parte del uniforme de la milicia escocesa.

Mark Bryan es otro personaje masculino que fue tendencia digital y ha impactado en la opinión pública. Él se describe en su instagram como “heterosexual, cisgénero masculino, fan de los vehículos porsche, amo vestir tacones y faldas a diario”. Mark es un ingeniero y entrenador de fútbol americano que tras su popularización ha sido invitado a las pasarelas de Balenciaga, ha lucido tacones Jimmy Choo y hasta han bautizado unos con su nombre los “Mark Bryan green and yellow stiletto”, unos zapatos valorados en USD 700.

 

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En una entrevista para la revista Baazar Harper Bryan fue interpelado con datos sobre el aumento de crímenes de odio en Estados Unidos a personas LGBTIQ+ y de muertes violentas a personas trans en el mundo debido a los múltiples prejuicios que viven hombres gays con expresión de género femenina y mujeres trans

“Es triste que suceda, pero no es por lo que llevan puesto (…) Son sus preferencias sexuales las que ofenden a la gente. Y probablemente por eso no tengo ningún problema. No me atacan, no me golpean, quizás la gente me mire o algo así”, dice Bryan sin reparo, el hombre que actualmente gana miles de dólares por post por promocionar tacones y por supuesto, faldas. 

Styles y Bryan son y seguirán siendo percibidos socialmente como hombres blancos a pesar de la autodeterminación o look que elijan. Ellos son conscientes de que su mayor protección ante la misoginia o prejuicios en razón de orientación sexual e identidad de género es el régimen heterosexual, el cis-sexismo y el capitalismo ya que, a nivel social, son sujetos masculinos con cuerpos hegemónicos. 

¿Qué pasa en un mundo de autorreferencias y globalización con el consumo de estas noticias, personajes o estéticas cuando llegan a Latinoamérica? 

La política de la identidad donde hombres blancos dicen ser disidencia lo hacen activando el único requisito: autopercepción. Es decir, dicen algo así como “soy género fluido, genderqueer, no binarie, heterodisidente, y miren, no nos matan”. Claramente, esto no opera igual en las personas cafés, afro, maricas, gordas, no heterosexuales, empobrecidas, migrantes…

Las etiquetas de la subjetividad no desmontan el poder del capitalismo consumista neoliberal que configura la moda, ya que no tenemos dinero para rentar o comprar faldas o tacones Gucci, Balenciaga o Givenchy. Por ello hay que tener cuidado con la asimilación y biopoder, es decir, la necesidad de estas industrias de gobernar los cuerpos.

“Boicotear” el género a través del uso de la falda que conseguimos vía fast fashion, de segunda mano o heredada, solo profundiza la reflexión del concepto neoliberal de consumidor soberano en el libre mercado, ya que estamos expresando constantemente individualidad y creemos hacer “un boicot imaginario” al capitalismo, como bien lo señaló Susana López Penedo

Aquí un consejo no solicitado, COMUNidad cuir, gay o heterosexuales aliados… Si van a usar faldas o tacones, háganlo donde incomode: en el paro nacional, en las eliminatorias Canadá-Estados Unidos-México 2026, en la misa dominical, en la misa de acción de gracias por la independencia (sobre todo si eres de la Subsecretaría de Diversidades, Ministerio de Gobierno, Policía Nacional o Milicia), en la fiesta de vaqueros, en tu perfil de Grindr de discreto sin rostro. Haz que la incomodidad se vuelva algo más que el capital simbólico que se busca atrapar cada plantón por el orgullo o un like en alguna red social.

Cada quien elige su falda: tipo evangélico, Tierra Canela o Harry Styles.

Ahora prefiero usar, y en menor medida, la falda por la memoria, como la de Samuel Chambers: sucia, rota, llena de fluidos de sus no-humanos, de la impunidad, de los fachos que nos siguen matando y que nos extrañan/esperan con escopolamina cada vez que salimos de la discoteca, la fiesta/ballazo o el cruising.

Vístete como quieras, pero no esperes aplausos por ello. Peor todavía, no esperes que eso sea el centro de conversación en tu grupo de masculinidades o que subas una escalera en el privilegio de hombre deconstruido aliado feminista. 

Para que usar falda no sea un discurso falaz, mínimo hay que pasar del cuerpo alineado, trending en la moda o en la política progresista, a la potencialización del cuerpo individual y colectivo. Recuerda que donde hay poder, hay resistencia.

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    Me tomó la foto, pero al poco tiempo empecé a preguntar: ¿en serio parezco un hombre sacerdote/predicador? Entonces sentí la asimilación con una institución religiosa de la que apostaté.

    Me di cuenta de que la falda no es necesariamente revolución-libertad, a pesar que nos veamos icónicas en eventos académicos, fiestas no heterosexuales y encuentros de personas defensoras de derechos humanos LGBTIQ+. 

    ¿Usar falda me vuelve un hombre deconstruido? ¿Me hace perder el privilegio de ser tratado como hombre? ¿Es mayor la ruptura de un privilegio masculino si le sumo esmalte de uñas y glitter para delinear mis ojos? ¿Ahora sí estoy deconstruido? 

    Con el avance de los estudios sobre masculinidades que desafían la construcción hegemónica del ser “hombre” en relación al poder, la virilidad, la estética y de las teorías queer que tensionan las creencias de que las identidades sexo-género no son fijas, esencialistas y dicotómicas —homosexual-heterosexual, hombre-mujer— ahora mismo habitamos un mundo donde ciertas “normas” de conducta al momento de vestir se miran como válidas. Sin embargo, depende mucho de quién, qué y dónde lo haga.

    Actualmente, es común ver a hombres millennials y centennials, de entre 18 y 40 años, usando faldas. Pero este tipo de “normalidad” tiene mucho que ver con el poder económico y del mass media, que a través de grandes marcas y eventos de moda parecen decir: la performatividad y estética masculina está en conflicto, ¡aprovechemonos!

    Por ejemplo, la revista de “alta moda” Vogue, tras 128 años de vida, decidió en diciembre de 2020 darle por primera vez y en solitario la portada a un hombre: el cantante y actor británico, Harry Styles, quién lució prendas de Harris Reed, Wales Booner, Gucci, Emily Adams Bode, Martine Rose y Margaret Howell.

    Harry Styles usando kilt —falda típica de Escocia e Irlanda— es la referencia tolerable o respetable fuera del mundo de la moda y fama donde se mira a esta prenda como masculina y el gusto no tiene que ver con la estética, sino con el conflicto bélico: durante la I Guerra Mundial, el kilt era parte del uniforme de la milicia escocesa.

    Mark Bryan es otro personaje masculino que fue tendencia digital y ha impactado en la opinión pública. Él se describe en su instagram como “heterosexual, cisgénero masculino, fan de los vehículos porsche, amo vestir tacones y faldas a diario”. Mark es un ingeniero y entrenador de fútbol americano que tras su popularización ha sido invitado a las pasarelas de Balenciaga, ha lucido tacones Jimmy Choo y hasta han bautizado unos con su nombre los “Mark Bryan green and yellow stiletto”, unos zapatos valorados en USD 700.

     

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    En una entrevista para la revista Baazar Harper Bryan fue interpelado con datos sobre el aumento de crímenes de odio en Estados Unidos a personas LGBTIQ+ y de muertes violentas a personas trans en el mundo debido a los múltiples prejuicios que viven hombres gays con expresión de género femenina y mujeres trans

    “Es triste que suceda, pero no es por lo que llevan puesto (…) Son sus preferencias sexuales las que ofenden a la gente. Y probablemente por eso no tengo ningún problema. No me atacan, no me golpean, quizás la gente me mire o algo así”, dice Bryan sin reparo, el hombre que actualmente gana miles de dólares por post por promocionar tacones y por supuesto, faldas. 

    Styles y Bryan son y seguirán siendo percibidos socialmente como hombres blancos a pesar de la autodeterminación o look que elijan. Ellos son conscientes de que su mayor protección ante la misoginia o prejuicios en razón de orientación sexual e identidad de género es el régimen heterosexual, el cis-sexismo y el capitalismo ya que, a nivel social, son sujetos masculinos con cuerpos hegemónicos. 

    ¿Qué pasa en un mundo de autorreferencias y globalización con el consumo de estas noticias, personajes o estéticas cuando llegan a Latinoamérica? 

    La política de la identidad donde hombres blancos dicen ser disidencia lo hacen activando el único requisito: autopercepción. Es decir, dicen algo así como “soy género fluido, genderqueer, no binarie, heterodisidente, y miren, no nos matan”. Claramente, esto no opera igual en las personas cafés, afro, maricas, gordas, no heterosexuales, empobrecidas, migrantes…

    Las etiquetas de la subjetividad no desmontan el poder del capitalismo consumista neoliberal que configura la moda, ya que no tenemos dinero para rentar o comprar faldas o tacones Gucci, Balenciaga o Givenchy. Por ello hay que tener cuidado con la asimilación y biopoder, es decir, la necesidad de estas industrias de gobernar los cuerpos.

    “Boicotear” el género a través del uso de la falda que conseguimos vía fast fashion, de segunda mano o heredada, solo profundiza la reflexión del concepto neoliberal de consumidor soberano en el libre mercado, ya que estamos expresando constantemente individualidad y creemos hacer “un boicot imaginario” al capitalismo, como bien lo señaló Susana López Penedo

    Aquí un consejo no solicitado, COMUNidad cuir, gay o heterosexuales aliados… Si van a usar faldas o tacones, háganlo donde incomode: en el paro nacional, en las eliminatorias Canadá-Estados Unidos-México 2026, en la misa dominical, en la misa de acción de gracias por la independencia (sobre todo si eres de la Subsecretaría de Diversidades, Ministerio de Gobierno, Policía Nacional o Milicia), en la fiesta de vaqueros, en tu perfil de Grindr de discreto sin rostro. Haz que la incomodidad se vuelva algo más que el capital simbólico que se busca atrapar cada plantón por el orgullo o un like en alguna red social.

    Cada quien elige su falda: tipo evangélico, Tierra Canela o Harry Styles.

    Ahora prefiero usar, y en menor medida, la falda por la memoria, como la de Samuel Chambers: sucia, rota, llena de fluidos de sus no-humanos, de la impunidad, de los fachos que nos siguen matando y que nos extrañan/esperan con escopolamina cada vez que salimos de la discoteca, la fiesta/ballazo o el cruising.

    Vístete como quieras, pero no esperes aplausos por ello. Peor todavía, no esperes que eso sea el centro de conversación en tu grupo de masculinidades o que subas una escalera en el privilegio de hombre deconstruido aliado feminista. 

    Para que usar falda no sea un discurso falaz, mínimo hay que pasar del cuerpo alineado, trending en la moda o en la política progresista, a la potencialización del cuerpo individual y colectivo. Recuerda que donde hay poder, hay resistencia.

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