Collage INDÓMITA

Celebrar el Inti Raymi o formas de asumir el mestizaje

El 21 de junio de 2025 se celebraba el Inti Raymi —o solsticio de invierno— y estaba feliz. Lo celebré con una amiga y por un momento, me olvidé del contexto de inseguridad que vivimos en Guayaquil. En esta fecha, las culturas preincaicas rinden homenaje al sol y a la madre naturaleza por dar vida, cosecha y fertilidad al suelo. El día fue bellísimo. Hicimos yoga en el cerro del Carmen en Guayaquil, y contemplamos un atardecer memorable desde uno de sus miradores. Al día siguiente, leí una historia de Instagram que me hizo click: una compañera invitaba y exigía —algo con lo que estuve completamente de acuerdo—: abordar los mestizajes desde el lugar que nos atraviesa, y no apropiarse de lo que viven las comunidades afros, indígenas o pueblos originarios. 

El Intiy Raymi desde el Cerro del Carmen, en Guayaquil. Foto de Adela Vargas.

Su exigencia me hizo pensar en el Inti Raymi y el mestizaje. ¿Me estoy apropiando de una conmemoración que no me pertenece? Pero si no la conmemoro, ¿acaso estoy negando y rechazando los saberes de mis ancestros del Abya Yala?

No siempre tuve un respeto o una relación con el sol. Para mí, guayaca y citadina, el sol significaba calor, sudor, incomodidad, una oportunidad para ir a la playa. Nunca antes imaginé agradecerle al sol y a la naturaleza en un ritual, menos aún cuando  la religión católica, con la que me educaron, impone la existencia de un solo ser superior que no se ve, pero que todo ve. Al sol, en cambio, sí se lo ve y se lo siente.

Mi concepción fue cambiando cuando estudié en la universidad, en Quito, la ciudad de la mitad del mundo. Allí percibí mayor recuperación y orgullo de las costumbres originarias. Siento que en Guayaquil nos despojaron de los saberes ancestrales, aunque la ciudad es el resultado de migraciones internas. Aunque la mitad de mi ascendencia es de la sierra rural de Bolívar. Pero nada garantiza que los guayaquileños tengamos una relación con la naturaleza. Al contrario, habitar una ciudad puede generar olvido o vergüenza del lugar de donde vienes debido a la discriminación.

Cambiar no solo mis interpretaciones, sino también mis sentires, ha sido parte de una transformación profunda en mi pensamiento, en la consciencia de mi cuerpo y en el modo en que dejo de ver a la naturaleza como me enseñaron en la escuela: un espacio dotado de ‘recursos renovables y no renovables’ al servicio del ser humano, donde la vida no se contempla en igualdad con la humana. He tenido la oportunidad de acceder a espacios —en la universidad, en el activismo y en comunidades— que me han permitido reconocer y cambiar esa mirada.

Cuando el mestizaje se reconcilia con sus raíces, tiende a romantizar los saberes ancestrales. ¡Y cómo no hacerlo si son deslumbrantes! Hay una transición desde la indiferencia, el desprecio de estos saberes hacia la romantización, y en otros casos, hacia la apropiación. Pero eso también puede ser una forma de colonización.

Ser mestiza ha significado, sobre todo, reconocer que tenemos privilegios de identidad, pero profundizar el mestizaje implica identificar que tiene elementos más fuertes. Esta mixtura forzada, rechaza una raíz y aspira otra. O recupera una y reconoce o se avergüenza de la violencia de la otra. Somos el resultado de una colonización que constantemente nos deja el desafío de ser consciente que heredamos el racismo, la violencia, la discriminación y el rechazo de otra raíz. Y en ese sentido, significa preguntarnos si vamos a seguir reproduciéndolo. Es cierto, conmemorar el Inti Raymi como lo realizan los pueblos originarios de la sierra ecuatoriana podría significar apropiación de dichas costumbres. Entonces, ¿cómo celebrarlo?

Durante el Inti Raymi, mientras contemplaba el sol, pensé muchísimo en mi ciudad y toda la violencia que vive. Le agradecí al sol por la luz diaria que nos regala, el calor que nos mantiene activos y emotivos, y le ofrecí disculpas porque aún somos indiferentes a la naturaleza. También le pedí fuerzas para resistir y apoyo para lograr espacios libres de violencia, como en el que me encontraba.

Terminó junio y hay una ola de violencia que crece en Guayaquil continúa arrebatando, principalmente, a niños y adolescentes de barrios populares. Hoy escribo recuperando la conmemoración a la energía que nos regala el sol y la naturaleza, y escribo con la predisposición a reconstruir conmemoraciones desde donde me sitúo: una ciudad de la costa ecuatoriana que le han arrebatado gran parte de su naturaleza y su conexión.

La historia no se puede borrar, pero sí podemos reconocer nuestras raíces: de dónde son nuestras mamás, papás, abuelas, abuelos. Creo que, con temor  a equivocarme, reconocernos como latinos y nuestra conexión con el cuerpo y el arte, puede ser un horizonte para reconstruir identidades mestizas dispuestas a no reproducir la violencia, sino a celebrar la diversidad.

  • Guayaca feminista. Socióloga y especialista en educación integral de la sexualidad. Cuenta con experiencia de trabajo en participación juvenil y promotora de los derechos sexuales y reproductivos para la construcción de una vida libre de violencia