El Salón de Julio cerró su 61 edición. Y sí, este texto llega tarde pero queda para preguntarse ¿qué sigue para uno de los salones de pintura más importantes del país?
Llego al Museo Municipal, ubicado en las proximidades del barrio chino de la ciudad y me sorprende que el Salón de Julio en su 61 edición, organizado por esta institución cultural, se ha tomado al museo.
Desde el centro de las escaleras que dividen la infraestructura se anuncia el certamen. La primera fase del camino, de las tres salas de la muestra, está compuesta por el trabajo de mujeres que dicen a través de sus discursos que “aquí adentro se sostiene el afuera”, como la leyenda que acompaña la obra de Glenda Rosero Andrade.
Dicen que hay un universo que se construye del fluir de los sueños, como los que fabula Francesca Fruci en la obra Agua y Sueños.
Las mujeres de este Salón cuentan que hay un “proceso de transmisión de información emocional inconsciente en el ámbito familiar” y que, a pesar del cariño, hay doctrinas que nos enseñan a escondernos.
Así lo plantea Deborah Morillo en su obra Escóndete, a través de la paradoja de su abuela en la infancia diciéndole “mantente educada y sana”, advertencia con la que ella aprendió a invalidar sus impulsos y dolores hasta que se dio cuenta que lo hacía y pudo dejar de esconderlo.
En una serie en la que aparecen sueños y la contención de lo doméstico, aparece la obra de Sisa Morán, Desde tus entrañas. En ella, en oposición a la idea de “esconderse”, la artista trabaja con 100 retratos en miniatura que forman una vulva femenina.
Francesca Palma, la ganadora del tercer lugar de esta edición por su obra Mutate is the compilation of events that no longer exist, nos muestra que lo que vemos de manera general se asocia a lo conocido, pero de manera particular tiene una singularidad que podríamos desconocer.
Las obras de las mujeres del Salón son un 33% de la muestra final y pueden hilarse narrativamente porque hay un camino que parece abrirse.
§
El Salón se tomó tres salas del Museo para obras que pudieron presentarse desde cualquier soporte, que juegan con aquella tradición pictórica que lo sostiene y que se ha expandido en el tiempo.
La historiadora de arte y directora de esta sexagésima primera edición del Salón de Julio, Giada Lusardi, confiesa haber llegado de puntillas a dirigir este certamen y al hacerlo reconoció algunas de las fricciones que tiene.
Pero “cuando desestabilizas algo siempre abres camino a que pase algo más”, cuenta en una entrevista vía a Zoom, días después de haber inaugurado la última edición que cerró sus puertas y, aunque este texto llegue tarde, vale preguntarse: ¿qué sigue?
Podría pensarse que la sexagésima primera edición del Salón de Julio ha abierto un camino para transformar la dinámica con sus interlocutores y con la ciudad para curar algunas grietas que han marcado su sobrevivencia durante los últimos años.
§
Las grietas del Salón de Julio saltan a la vista:
En 2019, el Salón premió a su sexta artista mujer, Diana Gardeneira. Dos años más tarde, en 2021, aquel registro mínimo de mujeres en la historia del Salón hizo saltar la muestra “Mujeres en el Salón”, curada por Matilde Ampuero.
En 61 años solo seis mujeres han ganado el primer lugar del Salón de Julio. Solo tres han ganado el segundo y tercer premio —incluyendo la obra de Francesca Palma de la última edición—.
En la selección final del Salón, la presencia de las mujeres siempre ha parecido mínimo, aunque no hay registros que lo amparen —pues el Salón no tiene habilitada una bitácora digital de su historia— la poca incidencia en los nombres de los ganadores pueden ser una evidencia de ello.
Durante 61 años solo por tres ocasiones no se ha convocado el certamen. La primera vez que se canceló fue en 1970, luego de que Velasco Ibarra asumiera todos los poderes del Estado; la segunda y tercera vez fue por la pandemia del Covid-19.
En 30 años esta es la primera vez que el Salón no tiene la sombra del arquitecto Melvin Hoyos, quien permaneció en el cargo y rigió algunas de sus condiciones, a pesar de las irregularidades que se le atañen a las instituciones culturales.
Esta sexagésima primera edición del Salón de Julio tuvo cambios evidentes, aunque algunos de ellos responden a las exigencias históricas de artistas en las últimas tres décadas y que han sido posibles una vez que se relegó el mando tradicional.
Luego de la polémica cláusula que estableció el exdirector de Cultura del Municipio de Guayaquil, en 2011, en la que el jurado del Salón se dividía en dos, uno para preseleccionar las obras que postulan al Salón, y otro para definir las ganadoras; finalmente esta edición tuvo un jurado unificado.
Compuesto por Direlia Lazo, Carolina Castro, Alma Cardoso, este jurado además de indagar y revisar las 254 propuestas que se recibieron para nombrar los ganadores, ahondó en la trayectoria de cada artista y la relación que planteaba con la propuesta que presentaron.
A partir de esta práctica la muestra del Salón puede hilarse desde los discursos de los artistas, su exploración con la ciudad, el estado de catarsis en el que nos sucumbió pandemia, como la obra ganadora de Cristhian Godoy; la artificialidad de las narrativas de bienestar en las que vive el país, como nos presenta la obra de Juan Carlos Fernández; los discursos más personales, como el de Juanca Vargas sobre su paternidad; o el de las mujeres que abren el Salón.
Lo que sigue:
Para Lusardi lo que sigue es un proceso de acciones encaminar a «restaurar la confianza del Salón con los artistas», resquebrajada por las cláusulas que dejaron al salón entorpecer sus procesos y legitimidad, en lugar de transparentarlo y, aproximarse a los espacios en los que están quienes, finalmente van a ser parte de este certamen, como la comunidad que conforma la Universidad de las Artes, de donde proceden muchos de los artistas de la selecciónal final de cada año.
Con su equipo, Lusardi logró que la representación femenina subiera al 33 % y que la diversificación sobre los orígenes de los artistas saliera de Guayaquil, sintiéndose, finalmente, diverso como amerita su relevancia.
Lusardi y su equipo le han dejado algunas tareas al Salón: construir un catálogo, revisar las bases para aclarar criterios ambivalentes, realizar encuestas, realizar una muestra del artista ganador y pensar el Salón en relación a ese otro festival que convoca a los artistas de la ciudad y que se plantea de modo tan distante, como es el Festival de Artes al Aire Libre (FAAL).
Al final, lo que sigue depende de la posibilidad de institucionalizar un proceso que los artistas han cuestionado hace más de 20 años. Lo que sigue es empezar a sintonizarse con la comunidad que realmente lo hace posible.