Las maternidades cannábicas piden más educación, menos estigmatización

Las maternidades cannábicas comparten experiencias sobre el consumo de la planta, buscan el autocultivo y la propagación de estudios científicos con enfoque de género. 

JÉSSICA ZAMBRANO

Nathaly A. López es delgada y pequeña, su cabello corto tiene algo del estilo de la actriz Audrey Hepburn. Su cerquillo hace que resalten sus ojos grandes y redondos.  Es psicóloga y usuaria cannábica desde los 17 años. Nos encontramos en la Plaza de la Administración, en el centro de Guayaquil y mientras carga a su pequeño hijo, Piero, y una maleta con todo lo que necesita para cuidarlo, dice que ser madre y reconocer el consumo de cannabis es una apuesta política y una defensa personal.

En Ecuador, en medio de los polos en los que el cannabis ha avanzado en leyes que garantizan el consumo personal, Nathalie dirige un grupo de Whatsapp en el que 19 mujeres se reconocen como madres cannábicas.

De este grupo nace otro tipo de sororidad, la porroridad.

Este juego de palabras entre porro y sororidad habla de la posibilidad de acompañar el proceso de otra madre sobre su consumo cannábico. En este espacio dialogan sobre su maternidad y comparten experiencias; pero al mismo tiempo buscan algo que no está disponible con facilidad: información y educación para un consumo autónomo, antiprohibicionista y con propósito. 

Las maternidades cannábicas comienzan a agruparse. Hay un movimiento que viene del sur, desde Argentina, Chile; y del norte, desde México. De a poco, se comienzan a encontrar como aquellas maternidades que, por mucho tiempo, no supieron cómo salir del closet sin ser criminalizadas, así que, como la mayoría de feminismos han decidido hacerlo en red.

Reconocerse como consumidor de una sustancia psicoactiva en un país como Ecuador, donde su consumo está regulado por una tabla, pero aún hay efectos de criminalización policial y social, suele ser cuestionado. Ser una madre cannábica es para muchos ser una mala madre. Consumir siendo madre, es como en otras decisiones negadas para las mujeres, anteponer el “deber ser” ante una decisión individual.

La porroridad se activa contra la falta de información y la estigmatización en un contexto social en el que el cultivo y la comercialización de la planta tienen una lógica masculina: la industria, la guerra del tráfico de drogas en la que muchas mujeres son sexualizadas, el poder. Para muchas de estas madres, hay que feminizar el consumo y liberarlo de estigmas.

En septiembre de 2022, Nathalie A. López comenzó a apuntar todas sus ideas en una pequeña pizarra para construir una agrupación feminista y antiprohibicionista. Lo hizo con su hermana menor, Melanie. Querían vincular a mujeres que cultivan, a aquellas que consumen desde lógicas recreacionales, medicinales; también a aquellas que  producen sustancias o trabajan con cannabis en todo el país. Así nació La María Verde y en noviembre tuvieron el Primer Encuentro de mujeres cannábicas. Allí Nathaly conoció a muchas mujeres que, como ella, se reconocían como madres cannábicas y buscan tener otras experiencias dentro de la cultura con la que se propaga la planta.

Nathaly sabía que muy pocas mujeres son parte de los activismos antiprohibicionistas y aunque hay mujeres que consumen, siembran y se informan, los círculos donde se gestan las ideas y revanchas están copados por hombres. “Necesitaba empoderar a más mujeres para crear otra lógica”, dice.

“Se trata de una tribu en la cual podamos compartir nuestro sentir, trabajar el estigma, dar un preámbulo sobre cosas que suceden en otras partes de latinoamérica y discutirlas; pero sobre todo pensar en maternidades cannábicas se trata de liberarse de la carga de la mala madre y decirle a otras madres que no están solas”.

Así conoció a Michelle, María José, Janeth, Lizzette y María, y sigue conociendo a otras madres que no podían permitirse hablar de sus consumos, aunque no todas se reconozcan como feministas, porque tal vez, como ocurrió con Nathaly, son procesos que se unen en distintos caminos.

CANNABIS EN LA LACTANCIA

Nathaly comenzó a reconocerse como feminista después de una serie de lecturas en algunas clases de su carrera con Patricia Reyes, feminista y psicóloga guayaquileña quien trabaja en el Centro Ecuatoriano para la promoción y acción de la Mujer (Cepam  Guayaquil). Después de aproximarse al trabajo de incidencia en prevención de VIH, se vinculó a otras formas de activismo feminista. En 2020, quedó embarazada, un proceso que vivió sola, durante la pandemia, en Machala, donde trabajaba como docente. Allí se enfrentó a  la angustia de no poder preguntarle a su doctor qué pasaba si controlaba los síntomas del embarazo (como las náuseas o la depresión) con cannabis.

Nathaly sabía que aunque no hay estudios concluyentes, la recomendación sería tajante: el cannabis está prohibido por los médicos. Para aliviar la forma en la que se sentía, mezcló algunas flores de cáñamo para producir una mantequilla que utilizó tres veces, cuando los síntomas se intensificaban y sentía que no podía lidiar sola con el embarazo.

Acceder a sustancias medicinales y legalizadas en Ecuador, como el CBD, era inalcanzable para su economía, pues un gotero está sobre los USD 30. Después del tercer mes, no volvió a consumir de ninguna manera y ahora, después de dos años de maternar y dar de lactar a su hijo, busca que se reconozca a la planta desde sus facultades naturales, las cuales permiten gestionar las emociones.

Piensa que el consumo debe ser mínimo, pero que las posibles alteraciones al menor que establecen la mayoría de estudios no concluyentes sobre el cannabis en la lactancia, no tiene únicamente relación con su consumo, sino con una serie de factores que podrían afectar el desarrollo del niño, como el consumo de azúcar a temprana edad, el acceso a pantallas, entre otros. “Cuando eres mujer consumidora y madre cualquier falla que tengas va a ser culpa de la planta”, dice Nathaly.

“Cuando te embarazas sientes que tienes que ser perfecta y no puedes desarrollar tu autonomía, no dejas de ser mujer por ser madre, eso no puede anularse, porque sino vas a vivir con un odio hacia tu propia maternidad”, dice Nathaly.

Nathaly A. López con su hijo Piero. Foto Jéssica Zambrano
Nathaly A. López con su hijo Piero. Foto Jéssica Zambrano

El cannabis (su nombre científico) es una planta milenaria. Hay reportes de su existencia desde el 3.000 a.C. Marihuana es el nombre coloquial. Hay múltiples leyendas sobre su origen, como la de las Mariasjuanas, un grupo de curanderas que cruzaban la frontera de México hacia Estados Unidos con la planta de cannabis para rituales de sanación. La palabra se fue distorsionando, así como la consciencia de su tenencia en las culturas nativas de países como México.

Tiene más de 500 compuestos químicos, entre ellos se encuentran el cannabidiol o CBD, el cual es usado con fines medicinales; pero también está el THC, el componente que produce sensaciones de euforia, bienestar, placer. Hay más de 100 cannabinoides en la literatura médica reportada en los últimos 10 años y se reconocen distintos tipos de uso: el adulto, el uso industrial (textiles), el uso medicinal.

En Ecuador se cultiva CBD y el uso medicinal del cannabis es legal desde 2019 y desde 2021, están regulados los productos con cannabis no psicoactivo. Siete empresas tienen licencia para hacerlo. Sin embargo, según el Código Orgánico Integral Penal (COIP), las sustancias utilizadas en la producción de estupefacientes y psicotrópicos, con fines de comercialización, será sancionada con pena privativa de libertad de uno a tres años. Sin embargo, está vigente una tabla de porte y consumo de drogas en la que consta que un consumidor habitual puede estar en posesión de 10 gramos para uso personal, a pesar de que no hay espacios designados para ello. A pesar de la existencia de legislación que habilita el consumo y cosecha de la planta, en muchos se estigmatiza su uso desde el prejuicio.

Por ejemplo, un libro del Ministerio de Educación, para educación básica, describe a una de sus especies, la Cannabis Sativa, como una planta con la que una persona “puede cometer crímenes, actos antisociales y a veces del estado eufórico pasar a la depresión”.

La anestesióloga mexicana e investigadora de cannabis María Fernanda Arboleda, dice en una entrevista con INDÓMITA MEDIA que, “definitivamente hace falta desarrollar más investigación sobre la eficacia y seguridad de los tratamientos basados en cannabinoides (CBD) en los diferentes contextos clínicos en los que se ha llegado a considerar su uso (no solo durante gestación y lactancia)”. 

Sostiene que la falta de conocimiento e investigación concluyente sobre el cannabis tiene que ver con un entorno prohibicionista, por lo que “apenas estamos en la infancia de la investigación. A veces queremos pedirle mucho al cannabis, queremos que nos de todas respuestas desde la ciencia, pero no podíamos estudiar a la planta de cannabis por tantas restricciones regulatorias con las que tuvimos que luchar durante años. Apenas en los últimos 5 o 10 años es que hemos empezado a entender un poco más, con sustento científico, sobre los posibles beneficios terapéuticos de los tratamientos con cannabinoides”.

Arboleda sostiene que cada vez hay más mujeres que optan por consumir cannabis medicinal como una alternativa natural para controlar las molestias más comunes que surgen durante el embarazo y postparto; sin embargo, aún no hay investigaciones suficientes y de buena calidad que respalden su efectividad y, por el contrario, hay algunas que ponen en duda su uso por los efectos negativos que podrían tener en el bebé.

La mayor parte de los estudios plantean como negativa la administración de concentraciones moderadas de THC en madres embarazadas o lactantes, considerando que puede tener efectos nocivos y a largo plazo en el bebé, incluso un aumento de la sensibilidad al estrés y patrones anormales de interacciones sociales, así como alteraciones significativas en el neurodesarrollo. Según Arboleda, “los resultados de los estudios sobre la exposición al cannabis durante la lactancia son confusos y hay muy poca investigación desarrollada al respecto”.

Sin embargo, la anestesióloga sostiene que “hacer estudios en pacientes embarazadas o durante el período de lactancia, tiene sus retos inmensos desde el punto de vista ético por las implicaciones clínicas y en el desarrollo que puede tener sobre el feto. Es por esto que para muchos medicamentos (en general) vas a encontrar que no hay estudios suficientes, no solo para las medicinas basadas en cannabinoides, sino para todo lo que utilizamos desde la práctica clínica”.

ARMAS POR SEMILLAS

Janeth es delgada, usa una melena alborada y lacia y no para de sonreír mientras habla en una entrevista vía zoom, mientras cocina la cena. Durante la pandemia, su esposo —quien trabaja con metal— intercambió una espada por 12 semillas de cannabis. Sembraron seis y no pasaba nada. Cuando ya se habían dado por vencidos, algunas de las plantas comenzaron a crecer. Cosechó algunas durante los primeros meses de su embarazo. Consumió por dos ocasiones,  para aliviar síntomas como náuseas y depresión. Pero se sentía culpable y dejó de hacerlo hasta que, después de un año y seis meses, se enteró de que hay un movimiento de madres  que consumen cannabis de manera responsable e informada.

Maternidades Cannábicas. Arte de Gabriela Logacho
Maternidades Cannábicas. Arte de Gabriela Logacho

Para ella, que ha aprendido que el proceso de germinación de la planta se logra con las semillas feminizadas, el consumo debe tener una intención y es alentador que cada vez haya más mujeres poniéndolo en diálogo.

Para Lizzette Segarra, una comunicadora que tiene dos emprendimientos con productos vinculados a la marihuana, más que la necesidad de tener una evidencia científica sobre los efectos de la planta, lo más importante para ella es que el cannabis es una planta ancestral. Es mamá de dos adolescentes, uno de 18 y otro 16, con quienes habla frontalmente de la planta. Ella la utiliza de manera ritualista, con la flor triturada en estado puro, que es cuando considera que posibilita otras formas de conexión con la consciencia.

Maternidades cannábicas. Arte de Gabriela Logacho.
Maternidades cannábicas. Arte de Gabriela Logacho.

Tanto para Janeth, como para Lizzette, ser parte del grupo de maternidades cannábicas es una forma de promover el conocimiento, encontrar a otras mujeres que usan la planta de distintas maneras y permitirse, “salir del green closet”.

“En Ecuador el 54 % de las mujeres privadas de libertad cumplen condenas por delitos menores relacionados con drogas. Todas las mujeres empobrecidas y en su mayoría madres”, dice el cartel de una de las participantes de la marcha del 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, en Guayaquil.

Llovía y una brisa lo sacudía todo, pero nadie bajaba los carteles, mientras otras caminaban por los soportales de los edificios del centro de la ciudad para pegar afiches que insistían sobre una idea: “Maternidades cannábicas libres de prejuicios”. Esta no es la primera vez que la marcha del #8M está copada de mujeres que se reconocen desde distintos feminismos, pero sí es la primera vez que se levanta un activismo desde las maternidades cannábicas en Guayaquil.

Más allá de la posibilidad de asociación y difusión de conocimiento sobre la planta, esta agrupación busca mecanismos antiprohibicionistas, pues en la cadena del tráfico de drogas, las mujeres son un anzuelo. Para Nathaly A. López, quien lidera La María Verde, lograr el antiprohibicionismo de la planta, comienza con el diálogo e intercambio de información y habilitar posibilidades como el autocultivo.

La antropóloga feminista Rita Segato dice, en su libro La guerra contra las mujeres, que hay una nueva forma de guerra que se configura en el cuerpo de las mujeres como territorio, desde sus vulnerabilidades, desde el sadismo contra su sexualidad. Pero de esta guerra se desprende “La reducción moral”. Este, dice Segato, es un requisito para que la dominación se consume y la sexualidad, en el mundo que conocemos, está impregnada de moralidad. Ser madre y proclamarse consumidora o productora de cannabis es asumir la carga moral que pesa sobre el cuerpo de las mujeres.

“Ser parte de este grupo de maternidades cannábicas es reunir a ciudadanas que quieren informarse sobre los temas que la habitan y la atraviesan porque en este mundo se puden dar temas de injusticia, de discriminación. Las personas tienen tan estigmatizada la sustancia que se discriminan a si mismas y a las demás personas”, dice Nathaly.

Las maternidades cannábicas comienzan a remover las lógicas del consumo y a activarse en la protesta pública feminista para liberarse de estigmas y construir conocimiento, fuera de prejuicios.

 

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    JÉSSICA ZAMBRANO

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    En Ecuador, en medio de los polos en los que el cannabis ha avanzado en leyes que garantizan el consumo personal, Nathalie dirige un grupo de Whatsapp en el que 19 mujeres se reconocen como madres cannábicas.

    De este grupo nace otro tipo de sororidad, la porroridad.

    Este juego de palabras entre porro y sororidad habla de la posibilidad de acompañar el proceso de otra madre sobre su consumo cannábico. En este espacio dialogan sobre su maternidad y comparten experiencias; pero al mismo tiempo buscan algo que no está disponible con facilidad: información y educación para un consumo autónomo, antiprohibicionista y con propósito. 

    Las maternidades cannábicas comienzan a agruparse. Hay un movimiento que viene del sur, desde Argentina, Chile; y del norte, desde México. De a poco, se comienzan a encontrar como aquellas maternidades que, por mucho tiempo, no supieron cómo salir del closet sin ser criminalizadas, así que, como la mayoría de feminismos han decidido hacerlo en red.

    Reconocerse como consumidor de una sustancia psicoactiva en un país como Ecuador, donde su consumo está regulado por una tabla, pero aún hay efectos de criminalización policial y social, suele ser cuestionado. Ser una madre cannábica es para muchos ser una mala madre. Consumir siendo madre, es como en otras decisiones negadas para las mujeres, anteponer el “deber ser” ante una decisión individual.

    La porroridad se activa contra la falta de información y la estigmatización en un contexto social en el que el cultivo y la comercialización de la planta tienen una lógica masculina: la industria, la guerra del tráfico de drogas en la que muchas mujeres son sexualizadas, el poder. Para muchas de estas madres, hay que feminizar el consumo y liberarlo de estigmas.

    En septiembre de 2022, Nathalie A. López comenzó a apuntar todas sus ideas en una pequeña pizarra para construir una agrupación feminista y antiprohibicionista. Lo hizo con su hermana menor, Melanie. Querían vincular a mujeres que cultivan, a aquellas que consumen desde lógicas recreacionales, medicinales; también a aquellas que  producen sustancias o trabajan con cannabis en todo el país. Así nació La María Verde y en noviembre tuvieron el Primer Encuentro de mujeres cannábicas. Allí Nathaly conoció a muchas mujeres que, como ella, se reconocían como madres cannábicas y buscan tener otras experiencias dentro de la cultura con la que se propaga la planta.

    Nathaly sabía que muy pocas mujeres son parte de los activismos antiprohibicionistas y aunque hay mujeres que consumen, siembran y se informan, los círculos donde se gestan las ideas y revanchas están copados por hombres. “Necesitaba empoderar a más mujeres para crear otra lógica”, dice.

    “Se trata de una tribu en la cual podamos compartir nuestro sentir, trabajar el estigma, dar un preámbulo sobre cosas que suceden en otras partes de latinoamérica y discutirlas; pero sobre todo pensar en maternidades cannábicas se trata de liberarse de la carga de la mala madre y decirle a otras madres que no están solas”.

    Así conoció a Michelle, María José, Janeth, Lizzette y María, y sigue conociendo a otras madres que no podían permitirse hablar de sus consumos, aunque no todas se reconozcan como feministas, porque tal vez, como ocurrió con Nathaly, son procesos que se unen en distintos caminos.

    CANNABIS EN LA LACTANCIA

    Nathaly comenzó a reconocerse como feminista después de una serie de lecturas en algunas clases de su carrera con Patricia Reyes, feminista y psicóloga guayaquileña quien trabaja en el Centro Ecuatoriano para la promoción y acción de la Mujer (Cepam  Guayaquil). Después de aproximarse al trabajo de incidencia en prevención de VIH, se vinculó a otras formas de activismo feminista. En 2020, quedó embarazada, un proceso que vivió sola, durante la pandemia, en Machala, donde trabajaba como docente. Allí se enfrentó a  la angustia de no poder preguntarle a su doctor qué pasaba si controlaba los síntomas del embarazo (como las náuseas o la depresión) con cannabis.

    Nathaly sabía que aunque no hay estudios concluyentes, la recomendación sería tajante: el cannabis está prohibido por los médicos. Para aliviar la forma en la que se sentía, mezcló algunas flores de cáñamo para producir una mantequilla que utilizó tres veces, cuando los síntomas se intensificaban y sentía que no podía lidiar sola con el embarazo.

    Acceder a sustancias medicinales y legalizadas en Ecuador, como el CBD, era inalcanzable para su economía, pues un gotero está sobre los USD 30. Después del tercer mes, no volvió a consumir de ninguna manera y ahora, después de dos años de maternar y dar de lactar a su hijo, busca que se reconozca a la planta desde sus facultades naturales, las cuales permiten gestionar las emociones.

    Piensa que el consumo debe ser mínimo, pero que las posibles alteraciones al menor que establecen la mayoría de estudios no concluyentes sobre el cannabis en la lactancia, no tiene únicamente relación con su consumo, sino con una serie de factores que podrían afectar el desarrollo del niño, como el consumo de azúcar a temprana edad, el acceso a pantallas, entre otros. “Cuando eres mujer consumidora y madre cualquier falla que tengas va a ser culpa de la planta”, dice Nathaly.

    “Cuando te embarazas sientes que tienes que ser perfecta y no puedes desarrollar tu autonomía, no dejas de ser mujer por ser madre, eso no puede anularse, porque sino vas a vivir con un odio hacia tu propia maternidad”, dice Nathaly.

    Nathaly A. López con su hijo Piero. Foto Jéssica Zambrano
    Nathaly A. López con su hijo Piero. Foto Jéssica Zambrano

    El cannabis (su nombre científico) es una planta milenaria. Hay reportes de su existencia desde el 3.000 a.C. Marihuana es el nombre coloquial. Hay múltiples leyendas sobre su origen, como la de las Mariasjuanas, un grupo de curanderas que cruzaban la frontera de México hacia Estados Unidos con la planta de cannabis para rituales de sanación. La palabra se fue distorsionando, así como la consciencia de su tenencia en las culturas nativas de países como México.

    Tiene más de 500 compuestos químicos, entre ellos se encuentran el cannabidiol o CBD, el cual es usado con fines medicinales; pero también está el THC, el componente que produce sensaciones de euforia, bienestar, placer. Hay más de 100 cannabinoides en la literatura médica reportada en los últimos 10 años y se reconocen distintos tipos de uso: el adulto, el uso industrial (textiles), el uso medicinal.

    En Ecuador se cultiva CBD y el uso medicinal del cannabis es legal desde 2019 y desde 2021, están regulados los productos con cannabis no psicoactivo. Siete empresas tienen licencia para hacerlo. Sin embargo, según el Código Orgánico Integral Penal (COIP), las sustancias utilizadas en la producción de estupefacientes y psicotrópicos, con fines de comercialización, será sancionada con pena privativa de libertad de uno a tres años. Sin embargo, está vigente una tabla de porte y consumo de drogas en la que consta que un consumidor habitual puede estar en posesión de 10 gramos para uso personal, a pesar de que no hay espacios designados para ello. A pesar de la existencia de legislación que habilita el consumo y cosecha de la planta, en muchos se estigmatiza su uso desde el prejuicio.

    Por ejemplo, un libro del Ministerio de Educación, para educación básica, describe a una de sus especies, la Cannabis Sativa, como una planta con la que una persona “puede cometer crímenes, actos antisociales y a veces del estado eufórico pasar a la depresión”.

    La anestesióloga mexicana e investigadora de cannabis María Fernanda Arboleda, dice en una entrevista con INDÓMITA MEDIA que, “definitivamente hace falta desarrollar más investigación sobre la eficacia y seguridad de los tratamientos basados en cannabinoides (CBD) en los diferentes contextos clínicos en los que se ha llegado a considerar su uso (no solo durante gestación y lactancia)”. 

    Sostiene que la falta de conocimiento e investigación concluyente sobre el cannabis tiene que ver con un entorno prohibicionista, por lo que “apenas estamos en la infancia de la investigación. A veces queremos pedirle mucho al cannabis, queremos que nos de todas respuestas desde la ciencia, pero no podíamos estudiar a la planta de cannabis por tantas restricciones regulatorias con las que tuvimos que luchar durante años. Apenas en los últimos 5 o 10 años es que hemos empezado a entender un poco más, con sustento científico, sobre los posibles beneficios terapéuticos de los tratamientos con cannabinoides”.

    Arboleda sostiene que cada vez hay más mujeres que optan por consumir cannabis medicinal como una alternativa natural para controlar las molestias más comunes que surgen durante el embarazo y postparto; sin embargo, aún no hay investigaciones suficientes y de buena calidad que respalden su efectividad y, por el contrario, hay algunas que ponen en duda su uso por los efectos negativos que podrían tener en el bebé.

    La mayor parte de los estudios plantean como negativa la administración de concentraciones moderadas de THC en madres embarazadas o lactantes, considerando que puede tener efectos nocivos y a largo plazo en el bebé, incluso un aumento de la sensibilidad al estrés y patrones anormales de interacciones sociales, así como alteraciones significativas en el neurodesarrollo. Según Arboleda, “los resultados de los estudios sobre la exposición al cannabis durante la lactancia son confusos y hay muy poca investigación desarrollada al respecto”.

    Sin embargo, la anestesióloga sostiene que “hacer estudios en pacientes embarazadas o durante el período de lactancia, tiene sus retos inmensos desde el punto de vista ético por las implicaciones clínicas y en el desarrollo que puede tener sobre el feto. Es por esto que para muchos medicamentos (en general) vas a encontrar que no hay estudios suficientes, no solo para las medicinas basadas en cannabinoides, sino para todo lo que utilizamos desde la práctica clínica”.

    ARMAS POR SEMILLAS

    Janeth es delgada, usa una melena alborada y lacia y no para de sonreír mientras habla en una entrevista vía zoom, mientras cocina la cena. Durante la pandemia, su esposo —quien trabaja con metal— intercambió una espada por 12 semillas de cannabis. Sembraron seis y no pasaba nada. Cuando ya se habían dado por vencidos, algunas de las plantas comenzaron a crecer. Cosechó algunas durante los primeros meses de su embarazo. Consumió por dos ocasiones,  para aliviar síntomas como náuseas y depresión. Pero se sentía culpable y dejó de hacerlo hasta que, después de un año y seis meses, se enteró de que hay un movimiento de madres  que consumen cannabis de manera responsable e informada.

    Maternidades Cannábicas. Arte de Gabriela Logacho
    Maternidades Cannábicas. Arte de Gabriela Logacho

    Para ella, que ha aprendido que el proceso de germinación de la planta se logra con las semillas feminizadas, el consumo debe tener una intención y es alentador que cada vez haya más mujeres poniéndolo en diálogo.

    Para Lizzette Segarra, una comunicadora que tiene dos emprendimientos con productos vinculados a la marihuana, más que la necesidad de tener una evidencia científica sobre los efectos de la planta, lo más importante para ella es que el cannabis es una planta ancestral. Es mamá de dos adolescentes, uno de 18 y otro 16, con quienes habla frontalmente de la planta. Ella la utiliza de manera ritualista, con la flor triturada en estado puro, que es cuando considera que posibilita otras formas de conexión con la consciencia.

    Maternidades cannábicas. Arte de Gabriela Logacho.
    Maternidades cannábicas. Arte de Gabriela Logacho.

    Tanto para Janeth, como para Lizzette, ser parte del grupo de maternidades cannábicas es una forma de promover el conocimiento, encontrar a otras mujeres que usan la planta de distintas maneras y permitirse, “salir del green closet”.

    “En Ecuador el 54 % de las mujeres privadas de libertad cumplen condenas por delitos menores relacionados con drogas. Todas las mujeres empobrecidas y en su mayoría madres”, dice el cartel de una de las participantes de la marcha del 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, en Guayaquil.

    Llovía y una brisa lo sacudía todo, pero nadie bajaba los carteles, mientras otras caminaban por los soportales de los edificios del centro de la ciudad para pegar afiches que insistían sobre una idea: “Maternidades cannábicas libres de prejuicios”. Esta no es la primera vez que la marcha del #8M está copada de mujeres que se reconocen desde distintos feminismos, pero sí es la primera vez que se levanta un activismo desde las maternidades cannábicas en Guayaquil.

    Más allá de la posibilidad de asociación y difusión de conocimiento sobre la planta, esta agrupación busca mecanismos antiprohibicionistas, pues en la cadena del tráfico de drogas, las mujeres son un anzuelo. Para Nathaly A. López, quien lidera La María Verde, lograr el antiprohibicionismo de la planta, comienza con el diálogo e intercambio de información y habilitar posibilidades como el autocultivo.

    La antropóloga feminista Rita Segato dice, en su libro La guerra contra las mujeres, que hay una nueva forma de guerra que se configura en el cuerpo de las mujeres como territorio, desde sus vulnerabilidades, desde el sadismo contra su sexualidad. Pero de esta guerra se desprende “La reducción moral”. Este, dice Segato, es un requisito para que la dominación se consume y la sexualidad, en el mundo que conocemos, está impregnada de moralidad. Ser madre y proclamarse consumidora o productora de cannabis es asumir la carga moral que pesa sobre el cuerpo de las mujeres.

    “Ser parte de este grupo de maternidades cannábicas es reunir a ciudadanas que quieren informarse sobre los temas que la habitan y la atraviesan porque en este mundo se puden dar temas de injusticia, de discriminación. Las personas tienen tan estigmatizada la sustancia que se discriminan a si mismas y a las demás personas”, dice Nathaly.

    Las maternidades cannábicas comienzan a remover las lógicas del consumo y a activarse en la protesta pública feminista para liberarse de estigmas y construir conocimiento, fuera de prejuicios.

     

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