A través del collage digital Marcela Ribadeneira articula escenarios equidistantes y azarosos. Recoge las formas en las que intervenimos y nos relacionamos en ellos.
“El arte para mí es lo inasible detrás del objeto en el que se han soltado, de manera consciente o no, pulsiones emotivas e intelectuales. Es lo que, con su latido, con el simple hecho de existir detona un espacio de detenimiento en quien mira, escucha o lee. Es lo que quiebra el orden establecido, desde un momento de pausa de un ‘uno’ al momento de contemplación de un ‘otro”.
Marcela ribadeneira
Encontrarse con la obra de Marcela Ribadeneira (Quito, 1982) es presenciar una colisión de imágenes en distintos contextos, que al enredarse componen escenarios que desvanecen las distancias. Es advertir el reflejo de sus sensaciones corporales y dilucidar el flujo caótico de su propia potencia. La obra de Marcela es el deseo de recordarnos más humanxs y menos máquinas, más animales y menos humanxs.
La artista utiliza el collage digital para detonar nuevas formas, significados que la llevan a refutar, completar o transformar conceptos heredados, normalizados y remedados de una realidad decorada y edulcorada constantemente por la publicidad.
Al inicio, su interés se inclinó por las disposiciones formales. Así produjo uniones ornamentales. Estos ejercicios le permitieron advertir la carga conceptual que cada imagen seleccionada tenía. Al no poder desvincularlas de sus procedencias y objetivos, las piezas tomaron un nuevo sentido semántico, mediante el desmembramiento y redistribución de sus propias lógicas.
Ribadeneira se aleja de la pretensión de inventar, conquistar o dominar un estilo formal, ya que considera que va en detrimento con la experimentación y más bien, persigue las casualidades que convergen en una improvisada composición.
En el primero, y hasta ahora el más rígido de ya varios confinamientos de estos dos años de epidemia, la artista dio inicio a un catálogo titulado ‘Collages del año de la pandemia’. En este proyecta, por medio de varias series, las situaciones que advertía en su interior, blandido por los sucesos del mundo exterior.
Sus composiciones se desplazan entre la representación de posibles acontecimientos y el rescate de la memoria de un territorio dividido por el paso del tiempo, la estratificación social y las vivencias de sus habitantes.
En algunos de sus collages Ribadeneira, toma referencias de ciertas formalidades y conceptos de obras que le preceden, como los fotomontajes de la artista estadounidense Martha Rosler, concretamente en la serie ‘House Beautiful: Bringing the War Home’. En esta Rosler contrapone realidades y convierte la ventana del hogar en un portal por el cual introduce los problemas sociales.
Marcela, además de trabajar como Rosler al contraponer los espacios, evoca la sensación de poder y confort que produce lo privado, tal como reflexiona en su obra La señora de las plantas. En esta pieza se avizora el acercamiento disímil y superficial que muchas veces tenemos con la naturaleza. Se trata de esa aproximación mediada por la necesidad de control sobre todo lo humano y no humano que huye de las inclemencias naturales, mientras se jacta de poseer y discernir un pedacito de ella.
Otra de las obras a la que hace alusión es la del pintor Francisco de Goya, Saturno devorando a su hijo. En su versión, Ribadeneira invierte a la deidad masculina —aterrada ante la amenaza de perder su poder— por una figura femenina a la que llama «Eva» — quien, según la biblia fue la primera mujer del planeta y la madre de todos los seres vivos—. En esta obra de Ribadeneira, Eva aparece atiborrada de gente a la que expulsa mediante el vómito en forma de rechazo a la imposición de parir, o producir algo agradable, tarea que recae en las mujeres.
Un punto fundamental en su investigación en artes se ha enfocado en las interacciones del cuerpo y la mente. Su serie ‘Estados’ disloca el organismo corporal y lo une con otros dispositivos instados desde la psiquis para funcionar por reflejo o necesidad consciente que le haga devenir en todo lo que podamos inimaginablemente ser. Tal como podemos observar en su obra Ctónica, en la que hace referencia a Medusa y su acaecer; o en su collage titulado Mielina, en el que vemos a una mujer con una especie de barbiquejo que sostiene unos cuernos de venado. Estos intentan resguardar la parte cerebral, representada en forma de cristal, en donde se generan las células que procuran la reconstrucción de la mielina, encargada de proteger los tejidos del sistema nervioso.
Solo un cuerpo en estado crónico puede hablar cronológicamente sobre la enfermedad como experiencia y condición. Solo un cuerpo potenciado tiene la capacidad de sentir cada uno de sus territorios y encontrar, tras el conocimiento de sí mismx, su propia libertad.
De manera paralela a toda la experimentación a la que la ha llevado su trabajo con las imágenes, Ribadeneira ha ido armando un «pantone en collage digital» en clave antropomorfa, denominado ‘El Gato Perfecto’. En esta serie recoge en pequeñas crónicas, las historias de felinos a los que les atribuye una estética humana, con el fin de generar empatía y diferenciación desde sus personalidades.
A partir de esta clave antropomorfa cuenta la historia de Luna, una gata gris, al parecer de raza Chartreux, vestida de forma sofisticada sobre un color bautizado azul prusia acriollado. Luna fue rescatada de un basurero y ahora, después de algunos años, comparte su hogar con un nuevo gatito muy territorial. En esta serie cuenta también la historia de Tomás, un gato mestizo a quien percibimos con un tono rudo, que se presenta tras un fondo titulado Amarillo venganza, tal vez, por la vida dura por la que atraviesa, al tener que vivir en la calle con dificultades en su visión tras haber perdido a todos sus hermanos.
Para la artista fue vital contar estas pequeñas crónicas, ya que su convivencia con los gatos le ha forjado un deseo de traducir la capacidad del vínculo que se crea mediante el respeto, el cuidado y el afecto entre especies.
A lo largo de su obra Ribadeneira recrea escenarios en los que aborda temáticas como las desigualdades sociales, el cuerpo y sus potencias, la doble moral en nuestras acciones y discursos o las distinciones de especie; por mencionar algunos tópicos.
Conserva su espíritu interpelante, resignificativo y narrativo a través de montajes que al asociarse con toda la simbología de los elementos utilizados proponen una relación que crea distancia de un cuerpo con el otro; una cultura con otra; un género con otro; un privilegio con otro; en fin, una historia con otra. Su obra nos aproxima a las conexiones rizomáticas que desembocan en una suerte de destino fluctuante.
Sus collages son una crítica a nuestra ambigua, impávida y normalizada actitud indiferente, derivada del tránsito fugaz de estímulos generados a diario por las redes sociales.
Ribadeneira apela al detenimiento de la mirada, hace una invitación a actuar; aunque en el proceso la artista reconozca que, si bien, «no está segura de que sea una obligación hacer algo, sí es una necesidad no hacernos lxs tontxs».