Del tiempo que las ecuatorianas destinan a trabajar, solo el 59.7% es remunerado frente al 86.06% de los hombres. La pobreza de tiempo generalmente empuja a las mujeres hacia trabajos de temporada, de medio tiempo, informales, precarizados y/o con menores salarios. Esto junto a los estereotipos de género, direcciona a las mujeres a estar sobrerrepresentadas en sectores específicos.
La crisis causada por la pandemia del COVID-19 nos ha afectado a todos, pero no ha afectado a todos por igual. Las mujeres han cargado desproporcionadamente con el impacto social y económico de la pandemia, lo que ha ampliado brechas preexistentes, dejando a millones de mujeres más vulnerables y con mayor probabilidad de seguir sufriendo los efectos prolongados de esta crisis.
Los impactos diferenciados por género no son nuevos, y pueden advertirse en crisis anteriores. Sin embargo, en ninguna han sido tan evidentes como en la actual. Los esterotipos de género y las desigualdades que estos sustentan dentro de las estructuras productivas, culturales e institucionales explican por qué el golpe ha sido tan duro para las mujeres.
El impacto social
Las desigualdades de género comienzan en el ámbito doméstico, con la carga del trabajo de cuidados no remunerado. En prepandemia, la mujer ecuatoriana dedicaba en promedio 31 horas a la semana a estas labores, mientras los hombres apenas 9; 3.5 veces más, proporción que es consistente con la realidad de la región. La pandemia agravó esta situación, por las exigencias de cuidado que significó mantener a los niños y niñas en casa debido al cierre de las escuelas, además del cuidado que adultos mayores y otras personas vulnerables requirieron.
Un 76% de ecuatorianas encuestadas reportó un incremento en estas labores a causa del confinamiento. Esta carga desproporcionada ocasiona pobreza de tiempo y, se estima que un 70% de las mujeres en Ecuador la sufre, lo que no les permite mayor dedicación en su desarrollo profesional, educativo o personal; además de la posibilidad de generar estrés, ansiedad y depresión.
La violencia doméstica fue otro de los aspectos preocupantes de la pandemia. El sistema ECU-911 recibió 102,799 y 103,516 llamadas por violencia intrafamiliar en el 2020 y 2021 respectivamente, las que se consideran un subregistro dado que, al estar en un encierro constante con sus agresores, muchas mujeres se vieron imposibilitadas de denunciar. Mientras, los femicidios han ido en aumento desde el 2019, siendo el 2021 el año con más femicidios registrados en el país.
Femicidios en América
[Tasa cada 100.000 mujeres]El Salvador 6,8
Honduras 5,1
Bolivia 2,3
Guatemala 2,0
Rep. Dom. 1,9
Paraguay, Uruguay 1,7
México 1,4
EEUU, Ecuador 1,2
Argentina, Brasil 1,1
C. RIca, Panamá, Cuba 1,0
Perú, Venezuela 0,8
Colombia, Chile 0,5Fuentes: CEPAL/ ONU
— DW Español (@dw_espanol) February 23, 2020
El impacto económico
Muchas mujeres se ven encerradas en círculos de violencia debido a la dependencia ecónomica en las que están inmersas; esto, sumado a la pobreza de tiempo es uno de los mayores obstáculos para su autonomía económica. Del tiempo que las ecuatorianas destinan a trabajar, solo el 59.7% es remunerado frente al 86.06% de los hombres. La pobreza de tiempo generalmente empuja a las mujeres hacia trabajos de temporada, de medio tiempo, informales, precarizados y/o con menores salarios. Esto junto a los estereotipos de género, direcciona a las mujeres a estar sobrerrepresentadas en sectores específicos.
Siguiendo la tendencia regional, en Ecuador la representación laboral de la mujer prepandemia era mayoritaria en los sectores de turismo (65.1%), servicios domésticos (95.4%), educación (66%) y salud (70.4%), mientras que en comercio la mujer representaba la mitad (49.6%). Estos fueron los sectores más impactados por la pandemia, lo que significó un fuerte impacto en la vida laboral de las mujeres, ya sea por cargas laborales extraordinarias o por grandes pérdidas de empleo.
La recuperación avanza lentamente pero las brechas laborales siguen en el país. Hoy existe una diferencia de casi 12 puntos porcentuales entre la tasa de empleo pleno de hombres (38.9%) y la de mujeres (27%). Así mismo, la tasa de desempleo es 1.4 veces mayor en mujeres (5%) que en hombres (3.5%) y la brecha salarial mensual promedio es de 87 dólares a favor de los hombres.
Varios datos apuntan a que la reincorporación laboral de las mujeres será más lenta, debido a que los sectores productivos a los que pertenecen han sido los más afectados por la crisis del COVID-19, y por el incremento en el trabajo de cuidados.
Los negocios liderados por mujeres —sobrerrepresentados en micro, pequeñas y medianas empresas— también sufrieron desproporcionadamente durante la pandemia. A nivel latinoamericano, 29% de pequeños y medianos negocios liderados por hombres cerraron, pero en el caso de las mujeres, cerraron un 40%. Acceso a financiamiento, propiedad, entrenamiento y a servicios de cuidado son fundamentales para que más mujeres puedan emprender y que sus negocios se mantengan en el tiempo ya que, en el país, solo un 38% de los negocios de las mujeres sobrevive, frente a un 62% en el caso de los hombres.
Por un mejor futuro
Los efectos desproporcionados de esta crisis convierten a la igualdad de género en un imperativo para la era pospandémica, por lo que debe ser prioridad dentro de la política pública de recuperación económica y social.
La igualdad de género es por sobre todas las cosas, el cumplimiento efectivo de los derechos de las mujeres; sin embargo, no es un asunto solamente de nosotras. Al ser un pilar para el crecimiento económico, tanto a nivel micro como macro, y de la reducción de la pobreza, la igualdad de género representa un puente hacia un mejor futuro para todos.