El 8 de enero se cumplió un mes de la desaparición forzada de Ismael, Josué, Nehemías y Steven. En una caminata que buscó hacer memoria, desde su barrio, en Las Malvinas, hasta la esquina de un centro comercial en el sur de la ciudad, se instaló un altar en su honor. Aquí los niños miran niños morir.
En lo más profundo de Las Malvinas, un barrio popular en el suroeste de Guayaquil, hay niños en las puertas, niños en los balcones, niños que asoman solo la mitad de su cuerpo y niños que caminan agarrados de las manos de sus papás o en grupos, usando camisetas que dicen “Te me fuiste mi negro”, “Nehemías, seguiremos luchando”, “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
Son las 5 de la tarde del 8 de enero de 2025. Unas mil personas se han autoconvocado en la casa comunal ‘Esperanza del mañana’, en la Cooperativa Jacobo Bucaram, por una romería que recorre el barrio de Nehemías, Steven, Ismael y Josué hasta el Mall del Sur, en la avenida 25 de Julio, el último lugar donde ellos fueron libres.
A la romería se unen personas de Las Malvinas, un asentamiento que se formó con la venta ilegal de terrenos de Jaime Toral Zalamea. Hoy en esas tierras habitan más de 20.000 personas, donde gran parte son afrodescendientes y niños y niñas que miran por la ventana.
Ismael y Josué Arroyo, de 15 y 14 años, Nehemías Arboleda, que cumpliría 15 dos días después de su captura, y Steven Medina, de 11 años, fueron tomados por un grupo de militares a las 20:00 del 8 de diciembre de 2024. Eran niños de Las Malvinas, hijos de quienes creyeron en la posibilidad de un hogar que les dio un traficante de tierras a vista de las autoridades de la ciudad.
Eran niños negros que acababan de salir de un partido de fútbol en la Coviem, a un kilómetro de la parada del bus que los regresaría a casa, en la calle Ernesto Albán. Donde termina esa calle empieza su barrio, allí el sur se ramifica y no para de crecer.
¿Por qué caminan Las Malvinas?
A los 11 días de la desaparición de Ismael, Josué, Nehemías y Steven, organizaciones de sociedad civil, encabezadas por el Comité Permanente de Derechos Humanos, activaron su búsqueda. Las redes sociales hicieron tendencia su nombre #Los4DeGuayaquil.
Hubo protestas en los bajos de la Fiscalía del Guayas en Guayaquil, y también en Quito y Cuenca. 15 días de su desaparición, presidente Daniel Noboa dijo en una entrevista que propondría llamarlos Héroes Nacionales. ¿No había que morir primero para eso? Ese mismo día, el Ministro de Gobierno Giancarlo Loffredo dijo que los niños habían estado robando, que por eso se los llevaron. E 24 de diciembre, una jueza accedió al habeas corpus presentado por la defensa de los niños para que la investigación se articulara en torno al delito de “desaparición forzada” y no “secuestro”, como se inició.
El fiscal que había llevado el caso dijo además que no había ninguna prueba ni informe que constatara que los niños habían estado robando, como decía el ministro Loffredo. Solo salían de jugar fútbol. Pero un grupo de militares se los llevaron —tal como muestra un video de videovigilancia— y los habrían dejado desnudos cerca de Taura, 40 kilómetros lejos de su casa. Ese mismo día aparecieron cuatro cuerpos pequeños cerca de la Base Aérea de Taura. Estaban calcinados y aunque los padres de los niños fueron a identificarlos durante la Navidad, eran cuerpos irreconocibles, por lo que se inició un análisis genético. La espera se prolongaba. Los padres tenían la esperanza de encontrarlos con vida.
El 31 de diciembre, después de una audiencia de formulación de cargos en la que un juez pidió prisión preventiva para los 16 militares involucrados en la desaparición de los niños, una pericia genética forense concluyó que esos cuerpos —al que a uno le faltaba la cabeza, a otro los dedos de las manos— eran los de Ismael, Josué, Nehemías y Steven.
Una romería por la memoria
Hoy, 8 de enero de 2025, se cumple un mes de la desaparición de los cuatro niños de Las Malvinas y 37 años de la desaparición de Santiago y Andrés Restrepo Arismendi, una desaparición que también involucró a las Fuerzas Armadas, pero sus cuerpos nunca aparecieron. Su padre Pedro Restrepo no dejó de pedir justicia. Los buscó hasta el final de su vida.
“Nos hemos unido con toda la comunidad de Las Malvinas para que la gente sepa que no porque vivimos en barrios bajos somos delincuentes y para que se den cuenta que ellos (Ismael, Josué, Nehemías y Steven) eran niños”, dice Ronny Medina, el papá de Steven, el más pequeño del grupo. Llegó a la esquina de la Casa Comunal con una biblia en mano, forrada de cuero. Viste una camiseta blanca con la cara de su hijo impresa. En grande tiene escrito: 11 años. Steven.
Lo acompaña su hija mayor, de 18 años, quien lleva en brazos a su nieta. “Yo tengo, con el finado, cinco hijos. Me quedan cuatro. Imagínese cómo se siente mi nieta de saber que no lo volveremos a ver”, dice Medina. Su nita abraza a su mamá. Una familia se quedó incompleta.
La caminata en memoria de los cuatro de Las Malvinas comienza con un grupo de mujeres gritando “Justicia”. Una cantora negra de trenzas largas entona un arrullo que dice “el niño estaba perdido y yo lo encontré”. La acompañan dos hombres, uno en un bombo, otro con cununos, de la Agrupación Cultural Afrodescendiente Anjoa, dirigida por Orlin Montaño.
La caminata está divida en tres, cada bloque tiene una pancarta: la que lidera la marcha es una tela con las siluetas en negro sobre blanco de los cuatro de Guayaquil. En ella hay manos pintadas con los colores de la bandera de Ecuador. El otro bloque lo presiden los padres de los cuatro de Las Malvinas. Cada uno levanta las fotografías con las edades y nombres de Ismael, Josué, Nehemías y Steven. Al final está el grupo de las batucadas y los arrullos que dirige el líder comunitario Carlos Valencia, de la Fundación afrodescendiente Karibú. Cada grupo tiene un cantor, pero la consigna es la misma: hacer memoria.
La primera casa por la que se detiene el memorial es la de Nehemías. Es esquinera, hecha de caña y zinc. Allí vivía con su mamá. Sus primas, que han venido a despedirlo, visten camisetas rosadas con su rostro y una promesa de lucha. Cuentan que él quería ser cantante de salsa romántica, policía y futbolista.
“Decía que quería ser profesional así sea que se graduara a los 30 años, pero quería terminar la universidad”, resalta su prima Catalina, de 17. Ella quisiera ser agente de tránsito o militar. Kiara, su otra prima, tiene 13 y quiere ser cantante. Génesis, policía y tiene 14; Rusell, agente del FBI y tiene 10; Astrid quiere ser azafata y tiene 18.
¿Qué les impide hoy cumplir sus sueños?.
De manera coral responden: “que nos arrebaten la vida”. Hoy vinieron porque quieren que se haga justicia.
Mientras la caminata avanza, los niños miran. Miran desde las puertas de rejas, abrazados de su abuela, desde las ventanas que se cubren solo con una tela. Miran desde lo más alto de una casa de tres pisos conectada por fuera por una escalera. Miran mientras toman helado en la tienda. Una niña mira mientras su madre se detiene en una moto eléctrica para ver la marcha. La abraza fuerte.
En una calle de dos piscinas inflables en la vía, está la iglesia, enrejada de fondo. Aquí las casas tienen otra estética, las fachadas tienen cada vez más rejas y los niños se asoman con sus papás, desde los balcones, desde el puesto de Guanchaca, desde una de las tiendas que abundan.
“El niño quiere cantar, jugar, bailar” corean un grupo de niños que avanzan en esta romería trepados en la camioneta de un canal de televisión.
Nos detenemos en la casa de Steven. Es de dos pisos y de cemento sin pintar. Su papá se para afuera con la foto de su hijo. Los otros padres lo abrazan. En la vereda un niño agarrado de su mamá se detiene para mirar la gente pasar. Los vecinos son seis de entre 4 y 10 años. El más pequeño chupa un mango y mira despedir la tristeza.
Ronny Medina dice que “el sueño de su hijo era ser futbolista y comprarle una casa a la mamá, comprarse su carro”. Por eso empezó a jugar fútbol desde los 4 años.
Siomara, prima de Steven, de 12, dice que tiene el mismo sueño: Ser futbolista y salir adelante. Camina con su hermana de 13. Ambas visten una camiseta que tiene impreso en el espaldar “mi negro, te me fuiste”. Han venido a esta marcha porque quieren que las cosas cambien. Llevan una flor blanca en la mano.
“Nos ha convocado la sangre, la cultura, la violencia y discriminación contra la gente afro. Si nos subieron el IVA para la seguridad ¿por qué vivimos con tanta inseguridad? ¿O solamente es un privilegio para los ricos?”, se pregunta Flor María, una mujer afro que ha llegado con su turbante, vestida de blanco a acompañar a las familias de los cuatro niños de Las Malvinas.
Dos cuadras antes de llegar a la Ernesto Albán, en la calle Luz del Guayas, está la casa de los hermanos Arroyo. Aquí las cuadras tienen –de manera más frecuente– rejas que cierran la calle.
Desde la camioneta, una niña le lanza una flor a la mamá de Nehemías, tal vez para que deje de llorar. En esta calle termina el barrio, pero los arrullos no se detienen.
Comienza a oscurecer.
Dicen que en Guayaquil la gente no se organiza ni protesta, pero aquí surgió la primera manifestación obrera hace más de 100 años. “Hoy demostramos todo lo que somos capaces de hacer cuando queremos levantar nuestra voz contra las políticas que afectan a nuestros barrios y a nuestra gente”, dice en el megáfono Uriel Castillo de Mane, del Movimiento afrodescendiente nacional ecuatoriano, una de las personas que convocó a esta romería.
Cuando la marcha llega al Mall del Sur los tambores se intensifican. “Vivos se los llevaron, muertos los entregaron”. En la esquina de la avenida 25 de julio, donde un grupo de militares subió de manera forzada y sin ninguna justificación a los niños, se instala un altar con fotos, velas, flores blancas y en las rejas del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) se amarran camisetas que dicen “no son terrroristas, son niños futbolistas”.
Allí, todos los que han acompañado a la familia a recorrer más de 6.000 pasos entre sus casas y el último lugar en el que Ismael, Josué, Nehemías y Steven estuvieron libres, se abren paso para dejar una vela en sus nombres.
Al final, cuando el memorial queda vacío y el viento, el smog y el tránsito de una de las principales calles de la ciudad han hecho lo suyo, quedan encendidas solo cuatro velas.
⚫ Comparto la foto y el texto de un compa que estuvo hoy en la protesta en #Guayaquil: «Al final quedaron encendidas solo 4 velas. Gracias por todo compañerxs» 💔#LosCuatroDeGuayaquilEcuador#ElEstadoEsResponsable#NoMásImpunidadFFAA#JuicioPolíticoLoffredo pic.twitter.com/XS5GUwpgwg
— Sybel Martinez (@sybelmartinez) January 9, 2025
Velas para cuatro niños, encendidas por muchos otros. Niños miran y cantan, miraron, se abrazan y tratan de permanecer juntos mientras ven cómo pueden morir otros niños en un país que militariza sus calles como solución a una declaratoria de conflicto interno armado. “Con racismo como política de estado no podemos ser un país”, dice uno de los carteles que rodea los rostros de Ismael, Josué, Nehemías y Steven.