La belleza es política. También lo es el triunfo de una mujer negra en el Miss Ecuador. En este artículo, Lois Nwadiaru explica por qué.
La noche del sábado 3 de septiembre de 2022 entré a mis cuentas en redes sociales encontrándome con la noticia de que había una nueva Miss Ecuador. A riesgo de leerme arrogante, quiero mencionar que desde que asumí una postura antipatriarcal y antirracista, le perdí el rastro a los certámenes de belleza; por lo que fue una sorpresa para mí ver tantas reacciones sobre el concurso.
La ganadora del Miss Ecuador 2022 es Nayelhi González. Conocí algunas cosas sobre ella a través de los medios locales: tiene veintiséis años, es esmeraldeña, es licenciada en enfermería y modelo profesional.
Escuché incluso su respuesta a la pregunta que le realizaron en el certamen:
—¿Si pudieras pedirle algo a alguien, a quién sería y qué le pedirías?
—Le pediría al señor presidente de la República para que ayude a mi tierra Esmeraldas, una tierra que necesita de más propósitos, de más oportunidades, por jóvenes resilientes, valientes, que tienen dones importantes que dar.
Me agradó la fortaleza de esa respuesta. Nayelhi hizo una denuncia social pública, amplificando las necesidades de una provincia como Esmeraldas —con profundas desigualdades propiciadas por el abandono estatal— en nada más y nada menos que en un certamen de belleza.
Por supuesto que para quien, desde la lupa de la misoginia solo puede pensar en la belleza —y, especialmente en la belleza de las mujeres— como una ridiculez, esto parecerá una nimiedad.
Si soy crítica con los certámenes de belleza, no es porque los considere una ridiculez, sino por sus fundamentos y objetivos patriarcales y racistas. Pero la realidad es que la belleza es importante, no en aquel sentido que legitima la validación o invalidación de las personas en función de si cumplen o no cánones, sino en un sentido político. La belleza es política. Que Nayelhi haya decidido aprovechar el espacio y tiempo brindado en un certamen de belleza para pedir ayuda por su natal provincia de Esmeraldas es una muestra de esa politicidad.
A más de todo lo que conocí de Nayelhi, algo me hizo entender la cantidad de reacciones: es una mujer negra.
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Inicialmente me topé con reacciones positivas, principalmente de mujeres negras y afrodescendientes, celebrando el triunfo. Luego encontré la parte amarga de las redes sociales: desde insultos racistas hasta explicaciones —igual de racistas— sobre por qué Nayelhi ganó: que solo ganó porque quieren hacerse los políticamente correctos al darle la corona a una mujer negra. Que esa es la agenda de Disney. Que no soy racista, pero (…).
Recordé entonces el episodio de Radio Ambulante Mónica, la primera, que narra la historia de Mónica Chalá, la primera mujer negra en concursar y ganar un Miss Ecuador. En el episodio, las periodistas ecuatorianas Lisette Arévalo y Desirée Yépez cuentan cuáles fueron las reacciones de los medios y de la sociedad civil cuando ganó Mónica:
“La gente comentaba de todo: que ganó la reina de la pobreza, que los blancos habían lavado su conciencia al elegirla… Y en Quito, hubo una manifestación de mujeres disgustadas con el resultado. Decían que Mónica no representaba la belleza ecuatoriana”.
Eso fue en 1995. Han pasado 27 años y el racismo en Ecuador sigue operando de forma muy similar.
Antes mencioné que soy crítica con los certámenes de belleza, me mantengo firme con mis críticas. Pero aún así no puedo evitar emocionarme por el triunfo de Nayelhi González. ¿Será acaso que puede una habitar en la contradicción? Sí. Más que posible, es honesto.
Es honesto ser crítica con los certámenes de belleza y a la vez celebrar el triunfo de una reina de belleza negra porque a las mujeres negras históricamente se nos ha excluido tanto de la categoría «mujer» como de la categoría «bella». No voy a explayarme en esto, pero a quien lo desee, sugiero revisar la bibliografía de mujeres negras afrofeministas, antipatriarcales o antirracistas como Oyèronké Oyěwùmí, Audre Lorde, Sojourner Truth, Yuderkys Espinosa Miñoso, Ochy Curiel.
En otra ocasión escribí en mi artículo Apuntes sobre belleza normativa algo en lo que vuelvo a insistir: las niñas y mujeres negras sí que merecemos recibir afirmaciones positivas sobre nuestra belleza frente a una industria que se encarga todos los días de hacernos pensar, no solo que no merecemos dichas afirmaciones, sino que además debemos desear aspirar a estéticas fundadas en nuestra propia exclusión.
Y lejos de lo que muchas personas racistas piensan, sostienen o, probablemente, ansían en secreto: esas afirmaciones no deben ocurrir desde la corrección política.
Desmantelar el sistema racista es también un proceso íntimo, además de, por supuesto, colectivo. Comprender que algunos o muchos de nuestros deseos, aspiraciones, sentires también están atravesados por el racismo es parte de ese proceso íntimo. En un sistema racista, las personas aspiran a la blanquitud. Por eso en 1995 había gente preocupada de que en otros países se piense que Ecuador es un país con mayoría de población negra al tener una Miss Ecuador negra. Por eso en 2022 hay gente que habla de que, para gustos, colores, y se resiste a ver un gramo de belleza en nuestros rasgos típicamente negros y diversos: nuestras pieles oscuras, nuestras narices comúnmente anchas, nuestros cabellos ensortijados, nuestras bocas grandes. Y por eso las conversaciones sobre racismo son urgentes en todos los espacios: sea en las calles, en la academia o en los certámenes de belleza.
A Nayelhi González la felicito por su triunfo y la abrazo por su claridad.