El demonio de la escritura es el último libro de cuentos de la autora guayaquileña Solange Rodríguez, presentado en la Feria Internacional del Libro de Guayaquil 2024. Sus relatos exploran la vejez, la ruina y la creación desde una mirada nostálgica por la ilusión perdida de un hogar.
Escribir es conjurar. Una alquimia de la palabra que se convierte en ficción.
Es un hechizo que se amolda en las paredes de una casa vieja, en los laberintos de una ciudad perdida, en los vacíos de un espejo de agua, en las catacumbas del oficio literario.
En El demonio de la escritura (Minotauro, 2024), Solange Rodríguez Pappe conjura una serie de cuentos que funcionan como una geografía de lo extraño desde esos y otros escenarios, en los que diversos diablos (y a veces, no tan diablos) toman la voz de la memoria o de la acción divina.
INDÓMITA dialogó con la autora en torno a los elementos de este libro y su relación con sus experiencias personales y sus modos de ver la ciudad.
Tu terreno de escritura es el cuento, enfocado sobre todo en los efectos de lo fantástico y lo extraño. ¿Desde dónde alimentas estos imaginarios para la ficción?
Para mí ha sido muy fácil imaginar desde que tengo memoria. Desde mi primera publicación —Tinta sangre (2000)— no ha sido un esfuerzo particular tener que fabular. Es mi tendencia natural ir hacia lo fantástico, tal vez porque fui alguien que creció con gente muy mayor: soy hija única y solamente estuve rodeada de mis padres y abuelos. Tuve que hacer muchas cosas sola, entonces es probable que eso haya despertado muchas más posibilidades imaginativas que si hubiera tenido una vida más de convivencia con otros niños.
Creo en las vocaciones y creo que, justamente, no hay formas para las reales vocaciones de escritura o los artistas. Obviamente va a haber personas que tengan más posibilidades por sus contextos, situaciones diferentes de potenciales e imaginación, pero la imaginación nace en diferentes partes del mundo. Muchas de esas personas sí pueden poner en acción ese don, y por suerte podemos llegar a leer esas historias, pero qué pena por aquellas vocaciones que no pueden continuar o que son apagadas pronto. Creo que esta vocación para imaginar es la sal de la tierra, y las personas que la potencian son quienes nos sostienen, nos dan esperanza frente a situaciones que en el mundo real pueden ser terribles.
¿Y cómo influye lo terrible del mundo real en estas vocaciones?
Hay una serie de prejuicios acerca de lo que es ser artista. Yo lo vivo de primera mano porque doy clases en una universidad de artistas y entonces se piensa erróneamente que ser artista es un lugar común. Pero un artista es muchas cosas: es alguien que puede crear, que puede primero imaginar, e imaginar es la cosa más compleja después de una serie de procesos, como comprender, resumir, sintetizar, asociar, es como la última capacidad. Creo que el que haya personas capaces de imaginar honestamente desde cero es extraordinario. También creo que estos dones nacen en todos lados y por eso me inquieta, o debería inquietarnos a todos, que gente con vocación artística pueda acceder al conocimiento, a bibliotecas, a mentores, a personas que les muestren cómo potenciar esta capacidad y convertirse en lo que desean.
Ahora, el mundo necesita arte, por supuesto; estamos en un momento histórico rarísimo, muy terrible, donde las máquinas están proponiendo arte y los seres humanos dejamos de pensar por creer que las máquinas son superiores. Creo que este es un momento en el que los seres humanos tenemos que clamar por nuestra humanidad. O sea, está bien que la máquina sea una ayuda, pero no te puede reemplazar. Hay que relajarse un poco más y, como dije, ser mucho más cariñoso en aceptar las diversidades y las vocaciones.
Pasemos a El demonio de la escritura. La edición incluye el cuento Metraje encontrado, que había sido compartido antes en una primera versión en la Revista Casapaís. ¿Por qué revisarlo?
Metraje encontrado es un cuento acerca de cómo la ciudad se ha vuelto una especie de campo amurallado de defensa, y surge de ver cómo paulatinamente el barrio de mi infancia —la Kennedy— se ha vuelto también un sitio amurallado, con rejas, con cámaras, con guardias. Eso, para alguien que recordaba una ciudad mucho menos aprensiva, es muy fuerte, muy duro. Entonces, este texto lo escribo para hacerme cargo de esa pena, de esa nostalgia.
Los personajes son una pareja de esposos, ya un poco mayores, que se aman, en la que él ha aprendido a querer las excentricidades de esta mujer a la que le gusta el terror. Pero luego también hay una metáfora de lo que es convivir en pareja sobre saber que el otro te puede llegar a hacer daño en algún momento. Por eso tiene un final irónico, gracioso: él está armado, pero porque el mundo entero está armado en este momento, al igual que ella. El miedo está en que usen sus armas el uno contra el otro, pero por ahora no será así porque se aman. Ojalá nunca dejen de amarse y no tengan que usar esas armas. Entonces, el asunto es que la versión de un texto nunca se termina: las historias no cesan, siguen ahí dando vueltas. Este es un cuento que tiene una versión pequeñita, porque inicialmente era un microcuento, pero luego lo extendí porque creí que daba para más.
Hay una violencia muy marcada en el cuento. ¿Por qué te interesa esta relación entre la violencia, el terror y la emoción?
Porque el terror es una emoción muy poderosa, muy movilizadora. Sin embargo, también hay que entender que este cuento está un poco en tono de farsa, porque los personajes son arquetipos: él es el del hombre rudo, malo, y ella es el de la mujer que es un poquito mosca muerta, pero en el fondo perversa, y juntos han encontrado un punto de equilibrio. Como la mujer es un personaje al que le gusta el terror, le hace ilusión que las cámaras capten su muerte, pero así mismo dice que mientras escucha los balazos de la gente, ella se aísla: es irónico porque se aísla del terror de la ciudad, el de afuera, consumiendo terror puertas adentro. Es como que no sabemos vivir fuera de un mundo donde no haya terror. Creo que estamos atravesando un momento donde eso está pasando, así que es un cuento que juega con esa idea.
Hablemos de las mujeres: tratas lo monstruoso de ellas más allá del sentido físico, enfocándote en las actitudes de ellas que nos resultan monstruosas, no para llegar al lugar común del castigo, sino otras salidas posibles. Por ejemplo, suele condenarse a las mujeres que son amantes o que tienen conductas mal vistas, pero en La cornisa, esa mujer que empieza como la amante y como un personaje secundario, termina tomando la posta.
También en Rassa, es un cuento donde ya el patriarca es alguien arruinado. Y son las mujeres prácticamente quienes toman la casa y al final las mujeres se van en desbandada y Millares es quien termina contando la historia, como una contadora oral. Es interesante este concepto de qué es lo monstruoso en lo femenino, y es monstruoso aquello que tiene poder. Y yo creo que es verdad, aquí hay mujeres que no son conscientes de los poderes que tienen hasta que las ves en acción, como la amante que es alguien secundario, que este escritor bobo se la lleva como un trofeo a Chile pero no sabe que ella se vuelve amiga de una especie de gárgola, de diablo, que lo devora. O como la mujer en Invocación que al final termina en contacto con el espíritu de este escritor que se le revela solo a ella y en el fondo en realidad los hijos de éste son inútiles porque el escritor se ríe de ellos y les dice «ah, los voy a decepcionar».
Parecería que las mujeres del libro están construidas bajo esa relación entre lo monstruoso y femenino, que no siempre tiene que ver con el monstruo como tal. Por ejemplo, en Rassa o el sueño de Dios, está presente desde cómo la adoración también provoca una pérdida o una destrucción. Concilias lo monstruoso y lo femenino a partir del conocimiento, del estar consciente de algo. ¿Por qué resulta monstruoso que una mujer tenga conciencia de sí o de su alrededor?
Creo que en nuestra tradición, usualmente el monstruo ha sido masculino, como pasa con Frankenstein y Drácula. Lovecraft también tenía deidades poderosas, pero todas eran masculinas. Aquí hay una vuelta, una reconfiguración de estos géneros de lo fantástico desde una mirada femenina. Hay personajes como Rassa, una mujer que es Dios, un Dios femenino que en el fondo no hace nada más que ser adorado; es medio vago, medio loco, sexual, una diosa de una casa, y claro también es por eso un poco monstruosa. También está esta anciana —la Poeta—que aparece en El lecho del mar, una escritora que al final termina prácticamente devorando a la protagonista joven, apoderándose de ella, y esta de algún modo le tiene miedo.
Por otro lado, está el personaje de la cuidadora en El edén de Lilith, una mujer que en un principio es completamente anodina, que no llama la atención para nada, subestimada por el narrador —tanto así que varias veces en el cuento, ni siquiera sabe cómo se llama—, hasta que de pronto es consciente de que ella está ayudando a su madre a rejuvenecer; es un personaje que en silencio muestra toda su potencia… Yo tampoco lo tengo muy claro. Creo que es como una especie de deidad. Entonces sí, aquí hay otras monstruosidades, que parten del conocimiento, pero en el libro no siempre son monstruos malos, uno asocia el monstruo a la maldad. Aquí hay monstruos ‘monstruos’ no más, monstruos raros, que demandan otros tipos de atención. En algunos casos sí hacen mal, pero en otros solamente están ahí y hacen bien.
Otros personajes que han adquirido protagonismo en este libro son los adultos mayores. ¿Por qué los integras en tu narrativa?
Porque no están en ningún lado. Estamos en una cultura siempre del cuerpo joven. Hay una escritora que estimo y admiro mucho, Sonia Manzano; ella tiene un libro que se llama Trata de viejas. Hace un par de años di una ponencia en un congreso de Literatura donde trabajaba dos cosas que aparentemente no tenían nada que ver: la ciencia ficción y la vejez. Y justamente reflexionaba sobre esto: la gente mayor, los viejos, están fuera de nuestra literatura o siempre son tratados —en palabras de Susan Sontag— como los locos o los sabios. El viejo nunca puede ser sexual, nunca un ser deseante. Entonces sí me interesa que los viejos, algo en los que nos convertiremos todos en cuestión de tiempo, sean también protagonistas de historias.
Hemos hablado de la madre vieja que empieza a rejuvenecer, de la vieja poeta, y en este libro hay otro viejo que quiere amar, Lazlo, de Y la muerte no tendrá dominio. Es un viejo que quiere reencarnarse y volver a ser un hombre joven y quiere que la niña del cuento lo ame. Pero también hay otra idea que tiene que ver con lo diabólico, eso de que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, tenía en mente esa frase cuando veía que aquí había muchas posibilidades en torno a los viejos que no eran solamente la decrepitud. No quería gente decrépita. Entonces aquí hay viejos haciendo cosas.
En el cuento Hija del alba haces una contraposición de esa imagen del Diablo, porque ahí es descrito como un jovencito.
Quizás ese fue el primer cuento que escribí y con ese cuento supe que quería escribir un libro que girara en torno de las “fuerzas del mal”, en ese cuento no hay viejos y hay un tono un poco diferente. Sí me he preguntado —me pregunto mucho— cómo realmente luciría el Diablo. Más allá del lugar común del cuerno, la cola. Y entonces pienso que, al igual que Dios, el Diablo seguramente tiene la forma de todas las cosas, y en este cuento, aparentemente es alguien pusilánime. Aparte, pienso que seguramente hay muchos diablos en este mundo; el de Hija del alba está pasando el fin de año en una casa cerca del Malecón. Y para este texto también retomo una frase que le escuché a Angela Arboleda, una cuentera oral, que dice: “cuando el Diablo va a nacer, la mujer ya era bachiller”. Así mismo, en este cuento pasa que el Diablo no sabe quién es esta muchacha que lo visita, y esta muchacha resulta ser una especie de anticristo, que no está lista tampoco, porque uno nunca está listo para lo que le toca vivir, pero a la larga lo sorprende y él entiende quién es ella y hace que la gente se arrodille.
Y luego pensaba, también, que este es un cuento de amor, porque ella ama a Miguel, a otro roto como ella, aunque nunca coincidan. Él al principio la ve como muy pequeña, pero al final no le queda otra opción más que adorarla, porque el Diablo lo deja desarmado cuando lo castiga y ella con su poder lo recompone: recompone al hombre que ama para que sea también parte de ella. Así como Dios creó al hombre, la mujer lo reconstruye.
Se percibe la influencia de un Guayaquil donde también se pierde la cordura…
Es verdad, yo creo que es un libro donde sí se siente un Guayaquil. Hay cuentos que suceden afuera como Supay o La cornisa, pero es un libro donde Guayaquil está. Está en el centro loco, está en el río… Está la ciudad, la ciudad loca de la que formamos parte.
También describes la ciudad como un espacio abandonado, a veces viejo, desgastado. ¿Con qué otros tipos de abandonos nos encontramos en la ciudad?
Últimamente he visto cómo hay muchos letreros de «se alquila» y «se vende» a nuestro alrededor. Esta ciudad todo el tiempo está alquilando y vendiendo. Me llama la atención que esta ciudad está como en venta, que todo el mundo se quiere deshacer y la pregunta es hacia dónde va. Supongo que la respuesta es hacia lo privado, hacia lo que puede tener seguridad o quizás quieren migrar.
Entonces cuando pensaba en el espacio de Hija del alba imaginaba estos mega departamentos del Malecón grandotes, titánicos, enormes, pero en ruinas. Y hay una idea también acerca de lo diabólico como algo arruinado, como que el Diablo ya es muy viejo y ya no puede recomponerse. El reino también es un lugar de casas abandonadas, el de las termitas, hay mucha ruina. Hay vejez y hay ruina en este libro porque tiene que ver con este deterioro de las fuerzas demoníacas, pero también hay potencia y hay vida, es un libro que tiene muchas cosas.
Otra idea presente en los cuentos —sobre todo en El reino— es la invasión de los espacios y los cuerpos. En la realidad, ¿cuál consideras que son esos monstruos que nos invaden?
Ahora me doy cuenta de que, sí, me da mucho gusto que este sea un libro sobre Guayaquil de alguna forma, pero también sobre esta Guayaquil hacinada, cercada por nuestros miedos, por la violencia y por nosotros mismos, nuestros propios temores. Creo que ese es un monstruo con el que Guayaquil está perdiendo la batalla en este momento. O sea, si miramos la casa (de El reino) como la urbe y las termitas como los terrores, que van desde los apagones hasta las tomas de las cárceles, pasando por la violencia y terminando con las inundaciones. En América Latina y en Ecuador permanentemente estamos en un estado de zozobra y de susto, así como al final del cuento este personaje, este niño, termina cediendo al reino: “rey de lo pálido, por qué quieres una casa, si puedes tener todo un reino”. Y el reino es el de las termitas, entonces se vuelve una termita más. Pero contrario a eso, creo que tenemos que enfrentarnos a estos miedos, no podemos ceder a ellos. Ahora, la pregunta es cómo: ¿siendo valientes?, eso suena muy simple. Pero creo, honestamente, que esta es una tarea comunitaria. Solamente en sociedad y en grupo vamos a poder sostener estos terrores que nos vienen cercando.
¿Y qué otros miedos tuyos están en estos cuentos?
El reino está inspirado en mi historia sobre mi padre: él era un gran coleccionista de libros y cuando murió, descubrimos mientras estábamos haciendo el aseo, que gran parte de estos libros se los habían comido las termitas. Entonces aparece este tema de la ruina, de mirar los libros. Esto es muy curioso, porque los libros siempre hacen una metáfora del conocimiento. Hay gente que te dice, “ay, yo tengo libros hasta en el baño”, como queriendo decir que es culta, pero en mi experiencia es terrible: para mí, los libros físicos son un espacio de escalofrío. Yo quisiera acumular la menor cantidad de libros físicos posible porque pasó esta desgracia en mi casa y luego las termitas se metieron en las paredes, se estaban comiendo media casa.
No creo en la romantización del libro físico, lo que digo puede ser medio herético, la gente dirá “nooo, el libro es cultura”. No, amigos. Yo tengo una modesta biblioteca, y espero deshacerme de las cosas que honestamente puedo donar y quedarme con las que me importan. Y creo que eso no está mal, porque va a favor de una cultura de la minimización. Creo que vamos rumbo a la levedad, a prescindir cada vez de lo menos. Por eso están las bibliotecas, también son un espacio donde uno puede ir a dejar conocimiento y dejar esta gula que parte de una erudición falsa. Hay gente que dice “no, mis libros no, nunca los daría”. Sabes qué, no, me quedaré con uno, con dos, no sé, porque mi padre me decía, así como este personaje de la anciana en El lecho de mar: “todo esto algún día será el tuyo”. Y al final se lo comieron todo las termitas. Entonces uno tampoco puede esperar que los hijos sigan la herencia que le dejan, porque los hijos también tienen derecho a elegir qué quieren heredar, de qué se quieren hacer cargo. Mi sugerencia para ti es que no acumules libros.
¿Qué otras experiencias tuyas han influido en los cuentos?
Hay un cuento del cual no hemos hablado aún, Supay, un cuento que quiero mucho, al igual que Y la muerte no tendrá dominio. Yo estaba en la Feria del Libro de Lima hace dos años, y hablaba con mi editora peruana —que publicó en Pandemonio mi libro De un mundo raro— y le conté que quería escribir un libro acerca del Diablo, de lo diabólico; y me dijo que ahí había algo que se llama La Diablada, unos bailes que hacen en tributo al Señor de las minas. Ahí me enteré de que hay la creencia de que cuando alguien va a cavar la tierra para sacar mineral, tiene que rendirle un tributo al Supay, el tío, tiene diferentes nombres. La gente baila vestida de diablo y hay un ángel —el Arcángel Miguel— y se enfrentan, y hay diablitos bailando mientras la gente distribuye trago y cigarrillo. Me pareció una locura. Ambas llegamos a un sitio donde estaban vendiendo camisetas y di con un buzo que decía “La Diablada” y dije “es una señal”.
Empecé a averiguar y supe que quería contar esa historia, pero uno a veces se pregunta “¿qué cuento?”. Quería contar una historia donde hubiera una Diablada. “¿Y en dónde la enmarcaba?”. Otra de las cosas que uno ve mucho en estas ciudades turísticas como Venecia, Lima o Barcelona, es la gran cantidad de turistas, que están todo el tiempo depredando: llegan en hordas, comen, beben, vacilan, depredan. Y entonces pensé que mi protagonista iba a ser un turista e iba a ser un depredador español, pero también supe que él no podía ganar, tenía que perder. Entonces tenían que ser mucho más listos los locales. Ahí empecé a pensar en qué contexto alguien podría ser frágil o débil: tenía que estar muy enamorado. Son preguntas que uno se hace, “¿por qué es una persona que está en una condición diferente? Porque es viejo, porque es mayor”. Entonces ahí hay otro personaje mayor —Leonidas—, “¿y de quién está enamorado? De un joven, es homosexual”. Es una historia homoerótica con un chico hermosísimo. Yo tenía entendido que la gente que viene de la selva peruana es muy bonita, entonces supe que el personaje del chico vendría de allá. Yo misma me preguntaba y me contestaba y me puse a ver varias Diabladas, qué cantan, qué dicen, cómo se visten, cómo se mueven, y es como lo dice el libro, es como saltar en las espaldas del infierno. Después debía analizar el sonido, porque Leonidas llega a esta Diablada por el oído. Sigue el sonido del metal, entonces busqué qué instrumentos se utilizan y encontré unos de metales y viento. Me tocó escuchar porque estaba en proceso de investigación, oyendo cómo suenan las Diabladas. Entonces en eso enmarqué esta historia de amor, que es una historia de pacto con el Diablo, un lugar común, solamente que por el alma de un chico. Y al final, bueno, hay un pacto, no dicho, y en otro plano los protagonistas pueden finalmente amarse.
Otra de las preocupaciones de los cuentos es el tiempo, sobre todo por la eternidad y la muerte. ¿Cuál te produce más miedo?
La eternidad. Siempre la eternidad. La muerte, supongo que presupone dolor, pero es un estado de conocimiento: si eres eterno, entonces nunca sabrás qué es morir, pero si mueres tendrás un conocimiento adicional. En el cuento Y la muerte no tendrá dominio hay un deseo de eternidad, porque el amor también quiere ser eterno, al menos el amor romántico; quiere encarnar permanentemente y permanecer, aunque en realidad no creo que haya un amor en ese cuento, es como otra cosa, pero como Lazlo (el protagonista) lo dice, algo repetido muchas veces puede llegar a ser amor. Y sí, definitivamente creo que la eternidad siempre será peor. En uno de mis cuentos, El peor Apocalipsis, digo que el peor apocalipsis es el que nunca va a pasar, porque nunca se va a acabar el mundo, sino que va a seguir peor.
¿Es El demonio de la escritura un libro de cuentos de terror?
Creo que es un libro de cuentos sobre la creación, sobre la figura de los escritores o creadores como personas poco recomendables. Hemos hablado de la muerte, del amor, de la eternidad, pero hay otra línea que cruza este libro: la escritura, tanto así que está en el nombre. En Invocación, La cornisa, El taller de escritura, hay escritores, demonios, monstruos, hay un poco de todo. Es un libro diverso que parte de un proceso de decepción y descubrimiento del mundo editorial, y es una búsqueda por recuperar mi alma como escritora, porque creo que un poco la perdí. Es un proceso de duelo frente a una primera joven escritora que imaginaba el mundo editorial diferente y que ahora, ya diabla vieja, lo entiende mejor y sabe que es un mundo no romántico, no idealizado, sino un mundo duro, rudo, difícil; si no te cuidas en el camino, puedes llegar a perder el alma. Es un libro donde estoy procurando recuperar mi alma y mi gusto por escribir historias. Yo disfruto mucho el cuento como género, me parece noble, con mucha tradición y que es muy difícil porque siempre tienes que buscar cómo contar las cosas de otra manera, la idea es no dar un final siempre predecible. Creo que sí hay una sorpresa al final.
El edén de Lilith acaba de forma sorpresiva; el cierre de Hija del alba también deja al lector con curiosidad. La imagen del Maestro que esperan en Y la muerte no tendrá dominio…
Y el Maestro nunca llega —bueno, no sé si llegue—. Lazlo piensa que va a llegar el Maestro, aunque al final él mismo dice que ya no va a llegar; él dice «ya encontraremos la manera de resolver esta situación». Todo está confuso… Pobre Lazlo. Pero también es un personaje que disfruté muchísimo, porque, nuevamente, yo tuve una intuición, quería contar una historia acerca de amantes que se reencarnan, pero ¿cómo lo hacía? Entonces leí un libro que llegó a mis manos, porque a veces también todo es como una suerte, que se llama La aventura sobrenatural. Es un libro raro que lo escribieron Betina González y Esther Cross, un libro-ensayo sobre cómo en el siglo XVIII para muchos escritores el trabajar con las fuerzas sobrenaturales era algo muy normal. Y hay una figura que se vuelve céntrica, un escritor mago que se llama Aleister Crowley, que es famosísimo pero es un tipo muy raro, hedonista, muy extraño. Y bueno, yo sabía que quería un personaje misterioso, pero no sabía quién, entonces cuando leí el libro lo tuve claro. Un señor viejo, feo, mayor, romántico, apegado a estas formas raras de lo hermético, por eso es que Izhi le dice algo así como “tu orden ya murió contigo, todo fue superado, u o sea, somos todos unos idiotas”, porque el mundo se está acabando y Lazlo representa un orden de lo imaginario y de lo fantástico mientras que Izhi representa un orden de lo real, que le dice «ya qué importa tu Maestro, ya no importa nada, se está acabando el mundo”. Pero Lazlo no se resigna, justamente esa es otra de las características de las personas fanáticas: no desistir. Él hace hasta un conjuro y van unas serpientes, pero de pronto no es tan poderoso como cree. Me da mucha ternura Lazlo.
Entonces más que terror, es un libro sobre ilusiones y pérdidas…
No creo que sea un libro de cuentos de terror. Creo que es un libro de cuentos acerca de cómo el escritor puede llegar a perder el alma si se empecina en su ego. Y también creo que es un libro de cuentos sobre la imaginación, sobre el amor, sobre la vejez, o sea creo que hay muchas cosas que tocan a la humanidad. Otra cosa que me di cuenta después, es que están presentes las cuatro fuerzas elementales: aire, tierra, agua y fuego. Es un libro donde están todos esos elementos como en un conjuro, porque cuando te dicen que tú tienes que hacer un conjuro, tienes que tener los cuatro elementos y este libro tiene todo. Tiene el agua en El lecho del mar, tiene el aire en La cornisa, tiene tierra en Y la muerte no tendrá dominio y tiene fuego en Rassa o el sueño de Dios. Y yo creo que la gente piensa que el Diablo es una figura que causa terror. Yo pienso que los diablos aquí son un poquito divertidos. No creo que dan miedo.
Ahora que el libro está terminado, ¿cómo imaginas ese demonio de la escritura?
Creo que el demonio de la escritura siempre está ahí. Te va a tentar y es este personaje que te ofrece una gloria que no existe. Recuerda que yo he empezado también diciéndote que hay una imagen acerca del artista que siempre será falsa, porque el arte está en otro lado, el arte no está en la pose, no está en el simulacro, no está en peligro. Creo que el arte está en otro lado. Creo que el momento en que tú decides crear por fuera de tu honesto llamado creativo, cuando te vendes al mercado, cuando publicas un libro cada año porque firmaste un contrato editorial, cuando estás extenuado y decides hacer una gira, cuando eres soberbio, estás en contacto directo con este demonio de la escritura. Y creo que también muchos de mis colegas firmaron un pacto con el demonio de la escritura y yo me voy a negar por ahora a ese demonio, que está ahí, que de pronto también mi alma no le interesa, es lo más probable. Yo creo que hay almas más atractivas que la mía, así que tal vez este es un libro de una queja porque el demonio no me ha hecho una propuesta. Cuando me la haga me la pienso, pero mientras tanto este es un libro de reconciliación frente al tema editorial que me ha dejado un sabor extraño, que me ha perturbado mucho. Y también otra cosa que va a pasar es que voy a dejar pasar el tiempo antes de volver a publicar y lo que sea que publique ahora va a ser muy diferente a lo que he mostrado. Voy a seguir trabajando cuentos cortos, porque es algo que amo, pero creo que voy a concentrarme en otra cosa, vamos a ver si los sorprendo un poquito con lo otro que va a salir de aquí a un par de años. También necesito reposar un poco y leer, quiero leer mucho y quiero también concentrarme en otras cosas, tal vez más personales. Yo siento ahora, luego de escucharte y de leer, que si dejamos esto hasta aquí, por ahora, por los siguientes tres años está bien, es un buen libro. Y por todo lo que estamos hablando, creo que es un libro que funciona a varios niveles. Entonces está bien, tiene profundidad, eso me alegra mucho.