Encontrarse en sororidad

¿Qué es la sororidad? ¿De qué forma cambian nuestras relaciones con otras mujeres al aplicarla en nuestra vida? Catherine Torres reflexiona sobre estas ideas.

CATHERINE TORRES

Reconocerse feminista. Qué difícil, ¿no?

Difícil mantenerse en este camino de deconstrucción, incertidumbre y, sobre todo, de constancia y responsabilidad.  Dentro de este camino nos encontramos con la sororidad. Y al reconocernos sororas nos topamos con otro camino aún más difícil. 

¿No les ha pasado que se intimidan cuando “se enteran” que a la reunión social a la que van también van más mujeres? ¿O que en vez de sentirse en un colchón de seguridad con sus amigas es el más grande rincón de inseguridad? ¿Por qué existe una constante comparación entre las mujeres de la familia (y más cuando son contemporáneas)?

Y las que a mí más me atraviesan: ¿por qué la ex de mi novio es automáticamente mi enemiga? ¿Por qué me odia la nueva novia de mi ex, solo por ser la ex?

Yo no entendía al 100% de qué se trataba la sororidad hasta que fui a una marcha. Ahí, poniendo la cuerpa y militando, comprendí: nadie nos para cuando estamos juntas. El miedo no existe porque nos tenemos. Juntas nos recargamos, fortalecemos y nos abrazamos.

Conversando con amigas, a quienes he encontrado gracias al activismo, sobre cómo sienten la sororidad —ya que todas atravesamos distintos procesos—, me topé con que también les había pasado igual que a mí. 

Hasta el día de hoy, no he encontrado sentimiento más bonito que gritar igual de ardida, cabreada y al mismo tiempo emocionada con un séquito de mujeres sintiéndose igual. Para mí, la sororidad es exactamente esto: un sentimiento más que una definición académica.

Valeska Chiriboga —una amiga con quien la amistad se fortaleció militando— me dijo: “jamás te sientes sola porque siempre estás acompañada. Chicas y mujeres que nunca había visto antes, se sienten como si fueran amigas de toda la vida”.

Dentro del sentir de la sororidad se involucran el sentimiento de encuentro, empatía, cariño, respeto, cooperación y seguridad. Es inexplicable la vibración del cuerpo al corear las mismas canciones de protesta, gritar un ALERTA y que sea respondido. No tiene comparación que te ofrezcan agua, toalla, un cartel, una llamada, las hojas con las letras de las consignas, una mano y que sea totalmente con intención de ayudar a mantener la fuerza colectiva.

Durante las marchas feministas, la sororidad se manifiesta en pequeñas acciones: en sentarnos todas en plena Avenida 9 de octubre como respuesta a quienes no nos dejan protestar tranquilas. En que te presten, sin pedirlo, un paraguas para que puedas cubrir la marcha sin que se te dañe el celular, y entre tantas más, en la empatía y sentimiento de comunidad instantánea. En sentir, aunque se te hayan perdido tus amigas o las personas con quienes fuiste, que no estás sola porque estás con todas. 

“La sororidad es necesaria. Es nuestra única arma política frente al patriarcado”, escribió Juzz Pincay.

La sororidad es importantísima. Por siglos el patriarcado se ha encargado de enemistarnos para fortalecerse con ese odio. La de al lado no es mi enemiga, ni mi rival; la de al lado es mi compañera: no la juzgo, ni la pongo bajo una lupa de crítica solo por ser mujer. 

Es necesario que la sororidad que declaramos, compartimos y sentimos en las marchas no se quede ahí, sino que se practique día a día. Como me comentaba Valeska hace unos meses: “son prácticas que vas moldeando día a día. Desde el lenguaje, las formas de contar un chisme que involucre a una mujer a otra mujer, las relaciones con otras mujeres, etc.”.  En el camino tan difícil que es la deconstrucción del sistema patriarcal que nos predispuso a odiarnos y juzgarnos entre nosotras.

Es complejo ser sorora en el día a día. Reconocerse sorora no equivale automáticamente a esta idea utópica de ser amiga de todas, sino respetarnos y ser coherente con lo que predicamos. Sobre todo, empatizar que todas estamos atravesando procesos distintos en esta deconstrucción al reconocernos feministas; y recordar que ningún proceso es lineal. 

Y es chistoso porque, así como es difícil, es tan fácil caer de nuevo en las telarañas del patriarcado. Es inevitable que cometamos errores o que al ser militantes y activistas queramos descansar. Es importantísimo recordar que no por reconocerme feminista lo sé todo. No soy merecedora de representación ya que cada una tiene procesos y tiempos distintos. Es nuestra responsabilidad acompañarnos en sororidad.

Repito: la de al lado no es mi enemiga, es mi compañera. El único enemigo es el patriarcado. 

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    ¿No les ha pasado que se intimidan cuando “se enteran” que a la reunión social a la que van también van más mujeres? ¿O que en vez de sentirse en un colchón de seguridad con sus amigas es el más grande rincón de inseguridad? ¿Por qué existe una constante comparación entre las mujeres de la familia (y más cuando son contemporáneas)?

    Y las que a mí más me atraviesan: ¿por qué la ex de mi novio es automáticamente mi enemiga? ¿Por qué me odia la nueva novia de mi ex, solo por ser la ex?

    Yo no entendía al 100% de qué se trataba la sororidad hasta que fui a una marcha. Ahí, poniendo la cuerpa y militando, comprendí: nadie nos para cuando estamos juntas. El miedo no existe porque nos tenemos. Juntas nos recargamos, fortalecemos y nos abrazamos.

    Conversando con amigas, a quienes he encontrado gracias al activismo, sobre cómo sienten la sororidad —ya que todas atravesamos distintos procesos—, me topé con que también les había pasado igual que a mí. 

    Hasta el día de hoy, no he encontrado sentimiento más bonito que gritar igual de ardida, cabreada y al mismo tiempo emocionada con un séquito de mujeres sintiéndose igual. Para mí, la sororidad es exactamente esto: un sentimiento más que una definición académica.

    Valeska Chiriboga —una amiga con quien la amistad se fortaleció militando— me dijo: “jamás te sientes sola porque siempre estás acompañada. Chicas y mujeres que nunca había visto antes, se sienten como si fueran amigas de toda la vida”.

    Dentro del sentir de la sororidad se involucran el sentimiento de encuentro, empatía, cariño, respeto, cooperación y seguridad. Es inexplicable la vibración del cuerpo al corear las mismas canciones de protesta, gritar un ALERTA y que sea respondido. No tiene comparación que te ofrezcan agua, toalla, un cartel, una llamada, las hojas con las letras de las consignas, una mano y que sea totalmente con intención de ayudar a mantener la fuerza colectiva.

    Durante las marchas feministas, la sororidad se manifiesta en pequeñas acciones: en sentarnos todas en plena Avenida 9 de octubre como respuesta a quienes no nos dejan protestar tranquilas. En que te presten, sin pedirlo, un paraguas para que puedas cubrir la marcha sin que se te dañe el celular, y entre tantas más, en la empatía y sentimiento de comunidad instantánea. En sentir, aunque se te hayan perdido tus amigas o las personas con quienes fuiste, que no estás sola porque estás con todas. 

    “La sororidad es necesaria. Es nuestra única arma política frente al patriarcado”, escribió Juzz Pincay.

    La sororidad es importantísima. Por siglos el patriarcado se ha encargado de enemistarnos para fortalecerse con ese odio. La de al lado no es mi enemiga, ni mi rival; la de al lado es mi compañera: no la juzgo, ni la pongo bajo una lupa de crítica solo por ser mujer. 

    Es necesario que la sororidad que declaramos, compartimos y sentimos en las marchas no se quede ahí, sino que se practique día a día. Como me comentaba Valeska hace unos meses: “son prácticas que vas moldeando día a día. Desde el lenguaje, las formas de contar un chisme que involucre a una mujer a otra mujer, las relaciones con otras mujeres, etc.”.  En el camino tan difícil que es la deconstrucción del sistema patriarcal que nos predispuso a odiarnos y juzgarnos entre nosotras.

    Es complejo ser sorora en el día a día. Reconocerse sorora no equivale automáticamente a esta idea utópica de ser amiga de todas, sino respetarnos y ser coherente con lo que predicamos. Sobre todo, empatizar que todas estamos atravesando procesos distintos en esta deconstrucción al reconocernos feministas; y recordar que ningún proceso es lineal. 

    Y es chistoso porque, así como es difícil, es tan fácil caer de nuevo en las telarañas del patriarcado. Es inevitable que cometamos errores o que al ser militantes y activistas queramos descansar. Es importantísimo recordar que no por reconocerme feminista lo sé todo. No soy merecedora de representación ya que cada una tiene procesos y tiempos distintos. Es nuestra responsabilidad acompañarnos en sororidad.

    Repito: la de al lado no es mi enemiga, es mi compañera. El único enemigo es el patriarcado. 

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