Lxs cuervxs no se peinan o ¿cómo se estremece un cuerpo?

Desde Guayaquil, una ciudad aquejada por distintas susceptibilidades, el grupo Muégano Teatro puso en escena una fábula donde “las preguntas más grandes del universo caben en los cuerpos más pequeños”. 

JÉSSICA ZAMBRANO

Muégano Teatro, que son Pilar Aranda, Santiago Roldós y Estefanía Rodriguez, estrenaron Lxs Cuervxs no se peinan, una partitura teatral de la dramaturga mexicana Maribel Carrasco, con cuatro semanas de funciones –una extensión de las imaginadas–, entradas agotadas en todas las funciones y un público –mayoritariamente de adultos– conmovido ante la posibilidad de encontrarse en esta fábula.

Lo hicieron en septiembre de 2022, después de que la obra resonara en el grupo por cinco años. Después de dos mudanzas de espacio –del sur al centro de Guayaquil–, una pandemia, de intercambiarse, entre ellos, las distintas voces propuestas en la partitura teatral de Carrasco; y de trasladarse del sitio seguro de una dirección individual al riesgo de asumir una dirección coral.

Lxs cuervxs es una fábula que la misma Maribel llamaría anti-disney. En ella, una mujer de sombrero rojo y una máscara de tela —con la que se protege de ser vista—, pasa un lindo día en un parque, imaginando ser madre, tener alguien a quien cuidar y proteger, hasta que de pronto, un huevo salta de un árbol e irrumpe en sus pensamientos para seguirla. La mujer y el huevo se miran; y aunque ella intenta dejarlo protegido en un nido, no lo logra.

Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero
Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero

Al día siguiente, cuando la mujer del sombrero rojo está lista para ser la misma de todos los días, el huevo llega a su casa de manera persistente. Sin que pudiera advertirlo, el cascarón se abre y nace de él un cuervito que no sabe volar y la convence, como si a través del afecto y el cuidado, pudieran llegar a ser iguales. Ella mujer, humana, con piernas y no patas, con boca y no pico, acepta que tienen un parecido.

“Tú estás solo y yo también”, le dice la mujer de sombrero rojo ante la insistencia, ante la compasión que le produce el graznido de ese pequeño y peludo ser que intenta llamarla “mamá” y que, a pesar de que puede tener un lugar muy lejos en el mundo, no sabe volar.

La propuesta que nos hace Muégano para sumergirnos en esta obra transcurre en un escenario de mapping –una serie de animaciones proyectadas sobre el escenario negro del teatro–, donde el mayor componente escenográfico es un andamio, que maximiza los cuerpos y el espacio.

La propuesta que nos hace Muégano para sumergirnos en esta obra transcurre en un escenario de mapping –una serie de animaciones proyectadas sobre el escenario negro del teatro–
La propuesta que nos hace Muégano para sumergirnos en esta obra transcurre en un escenario de mapping –una serie de animaciones proyectadas sobre el escenario negro del teatro–. Fotografía de Jonathan Lucero.

Hay una voz en off, que de vez en cuando salta a escena para empujar ese objeto en el que se mueven las protagonistas, hacia otros límites posibles. Hay música, hay vida y distintas formas de conmoverse. Cada espectador puede definir en qué medida es cuervo, mujer del sombrero rojo, o cómo se mueve con los afectos precipitados del Escribidor de la narración en off. Cada uno puede sumergirse en una de las energías que interpelan a estos cuerpos en una fábula, dentro de un teatro que habita una ciudad movilizada por otras susceptibilidades, como el miedo.

¿Hay un punto de inicio?

Este estreno, según cuentan los integrantes de Muégano en una entrevista vía Zoom, se postergó tres veces.

Pero el estreno no es un punto de inicio. Las formas con las que comienza a gestarse la obra podría remontarse a Madrid, en el año 2000, cuando los integrantes de Muégano decidieron conformarse como grupo y pusieron por primera vez en escena El pozo de los mil demonios, otra obra icónica de Maribel Carrasco y una pieza importante para la agrupación.

Según relata Santiago, El pozo de los mil demonios “llegó en un momento muy importante. Estábamos en pleno descubrimiento del teatro brechtiano y pensando en dispositivos al aire libre. Esta obra era un texto que demandaba un montón de recursos, no solo escénicos, sino socioeconómicos y como éramos un grupo naciente nos inventamos un narrador y toda la narración se redujo a una mesa. La hicimos en blanco y negro por una concepción de ser antidisney”.

A Carrasco le asombró la forma de poner en escena  su texto y años más tarde les planteó la posibilidad de escenificar Lxs Cuervxs.

Cuatro meses antes de la pandemia empezaron los primeros ensayos y las alianzas con artistas visuales, como el que hicieron con la no colectiva Hormiga —el montaje final se hizo con la propuesta de los artistas Enrique Landivar, en multimedia y diseño sonoro; y Gabriela Cabrera, en la dirección de arte—. Cuando empezó el confinamiento del Covid-19 todos dejaron sus utensilios a la mano, pues no pensaron que la pandemia prolongaría tanto el estreno.

En 2021, un nuevo pico de pandemia postergó nuevamente la obra. “Yo pensé que ya no la íbamos a retomar, pero lo hicimos desde la perspectiva que  Estefanía nos planteó”, cuenta Pilar. Uno de los planes del grupo era montar un Laboratorio-Escuela, una nueva versión de aquel que fundaron entre 2005 y 2007, como uno de los primeros Laboratorios de Teatro Independiente en Guayaquil, en ese entonces, dentro del Instituto Superior de Artes del Ecuador (ITAE).

Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero
Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero

Para Estefanía Rodríguez era importante poner en escena a Muégano como grupo. La última obra que montaron fue Asalto al Centro Comercial, en 2019.La mejor forma de expresión de un grupo es haciendo teatro. Para mí es muy significativo crear espacios exclusivamente de arte, que el Muégano tenga una escuela que no esté vinculado a ningún grupo institucional, que seamos autónomos es absolutamente necesario y la mejor forma de hacerlo es que nuestra obra hable por nosotras y esta obra habla mucho de nosotras”.

Santiago Roldós recuerda que Charo Francés, la actriz y dramaturga española que fue su maestra en Madrid, les enseñó un axioma: “la velocidad del grupo es la de su integrante más lento”. Para Santiago esa idea podría trasladarse a la de su integrante más joven, Estefanía, “quien desde la claridad que tiene como discípula empuja esta obra”.

Finalmente, no hay un inicio, pues como dice Pilar Aranda, cada función es un nuevo inicio.

“No hay personajes, hay energías”

El niño de esta obra es un cuervo. Estefanía Rodríguez y Pilar Aranda en escena. El Escribidor de fondo. Fotografía de Jonathan Lucero.
El niño de esta obra es un cuervo. Estefanía Rodríguez y Pilar Aranda en escena. El Escribidor de fondo. Fotografía de Jonathan Lucero.

“Las preguntas más grandes del universo caben en los cuerpos más pequeños”, dice el Escribidor en voz en off al comienzo de la obra.

Muégano nos propone la eliminación de personajes, para construir una narrativa escénica a partir de energías. Santiago aclara que desde el texto que propone Maribel, la noción de los personajes está totalmente desdibujada. Esto “nos permite transitar de manera cómoda, profunda y divertida. No es cómodo, en los términos normales de fácil. El personaje no es un corsé”, dice Pilar.

Para ellos cada papel constituía una forma de poner en juego su propia experiencia desde lo que han llamado la “mapaternidad”.

La primera vez que accionaron la obra, Pilar sería la mujer del sombrero rojo; la segunda vez, Pilar propuso que  fuera Santiago el Hombre del Sombrero Rojo y cuando retomaron los ensayos, se cuestionaron y retomaron la idea original. En algún momento, los actores propusieron que Emiliano, su hijo, sea el primer cuervito.

También estuvo en discusión que la mujer del sombrero rojo fuera una cara de palo. En la puesta en escena, durante los primeros minutos, la mujer va con un sombrero rojo y con la cara vendada y el texto que la mueve no lo pronuncia ella. En la escena el bebé cuervito es una marioneta. “Todo eso va impactando en el recocijo del espectador en el mejor de los sentidos”, dice Pilar. “Nos preguntábamos cómo desnaturalizamos la emisión de un discurso”, agrega Santiago.

Los personajes no dependen de la energía sino de cómo se cohesiona la energía de cada intérprete en escena.

La obra les hizo preguntarse sobre los roles que viven desde su mapaternidad. “Hay cosas que ocurrieron o devienen de la propia práctica de maternar. Yo propuse subvertir la experiencia, invertir los roles para experimentar con nuestra propia experiencia. Interpelar los roles en una sociedad tan conservadora, como la de Guayaquil, me parecía subversivo. Las preguntas que disparaban eran grandes”.

Teatro infantil, teatro antidisney

Santiago Roldós en escena. Fotografía de Jonathan Lucero.
Santiago Roldós en escena. Fotografía de Jonathan Lucero.

El niño de esta obra es un cuervx. “Cuentan que ustedes los cuervos son de muy mala suerte”, le dice la mujer del sombrero rojo después de que el cuervito la ha llamado mamá.

Hay mitología que habla del cuervo como un símbolo de la traición, como un símbolo de la mala suerte. A pesar de que la mujer del sombrero rojo es consciente del mito, quiere transformar a ese ser que necesita cuidado y como ella, compañía.

“Pero por las noches, Camilo sueña… Y en sus sueños encuentra un mundo de imágenes interiores que con nadie más puede compartir. A su vez, los cuervos regresan todas las noches al techo de la casa. Se quedan allí, muy quietos y vigilantes, como esperando a alguien que un día, quizá muy pronto, esté por despertar…”.

Esta obra es para personas de 0 a 99 años. Suele venderse como una obra infantil, pero en la puesta en escena, los dispositivos que la consolidan, devienen en la conmoción de los más grandes.

La presencia escenográfica es determinante para materializar todo el universo oscuro de lo extra literario.

“Si esto es teatro infantil conecta mucho con Ensayo sobre la soledad (Otra dramaturgia del grupo), que es tomar en serio las preguntas de los más pequeños, las más pequeñas y la oscuridad de estas infancias”, dice Santiago.

Si bien, dice Estefania, “esta es una obra tanto para adolescentes, mapaternidades, como para mi que no soy ni padre, ni madre ni niña, es porque ahonda en los deseos de los personajes, no los pasa por encima, muchos deseos pueden ser muy oscuros y pienso que la obra está llena de eso. Tiene que ver con algo que resuena en un mundo interior”.

Esta obra sobre los deseos, los sueños, la infancia, el acoso de los cuerpos que se ven como cuervos, la maternidad que aprisiona y no permite que el vuelo de la infancia sea en libertad, es un acto conmovedor en medio de una realidad álgida, porque “el estremecimiento está en los actos, está en los cuerpos”, concluye Pilar.

Lxs cuervxs no se peinan cerró sus funciones, con el boca a boca, con la necesidad de vernos, de mostrar que después de más de 20 años de trabajo, Muégano más que ser un grupo cohesionado, está en permanente conflicto con las dinámicas de producción y de la conmoción que puede producir el teatro en otros cuerpos.

 

 

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    Desde Guayaquil, una ciudad aquejada por distintas susceptibilidades, el grupo Muégano Teatro puso en escena una fábula donde “las preguntas más grandes del universo caben en los cuerpos más pequeños”. 

    JÉSSICA ZAMBRANO

    Muégano Teatro, que son Pilar Aranda, Santiago Roldós y Estefanía Rodriguez, estrenaron Lxs Cuervxs no se peinan, una partitura teatral de la dramaturga mexicana Maribel Carrasco, con cuatro semanas de funciones –una extensión de las imaginadas–, entradas agotadas en todas las funciones y un público –mayoritariamente de adultos– conmovido ante la posibilidad de encontrarse en esta fábula.

    Lo hicieron en septiembre de 2022, después de que la obra resonara en el grupo por cinco años. Después de dos mudanzas de espacio –del sur al centro de Guayaquil–, una pandemia, de intercambiarse, entre ellos, las distintas voces propuestas en la partitura teatral de Carrasco; y de trasladarse del sitio seguro de una dirección individual al riesgo de asumir una dirección coral.

    Lxs cuervxs es una fábula que la misma Maribel llamaría anti-disney. En ella, una mujer de sombrero rojo y una máscara de tela —con la que se protege de ser vista—, pasa un lindo día en un parque, imaginando ser madre, tener alguien a quien cuidar y proteger, hasta que de pronto, un huevo salta de un árbol e irrumpe en sus pensamientos para seguirla. La mujer y el huevo se miran; y aunque ella intenta dejarlo protegido en un nido, no lo logra.

    Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero
    Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero

    Al día siguiente, cuando la mujer del sombrero rojo está lista para ser la misma de todos los días, el huevo llega a su casa de manera persistente. Sin que pudiera advertirlo, el cascarón se abre y nace de él un cuervito que no sabe volar y la convence, como si a través del afecto y el cuidado, pudieran llegar a ser iguales. Ella mujer, humana, con piernas y no patas, con boca y no pico, acepta que tienen un parecido.

    “Tú estás solo y yo también”, le dice la mujer de sombrero rojo ante la insistencia, ante la compasión que le produce el graznido de ese pequeño y peludo ser que intenta llamarla “mamá” y que, a pesar de que puede tener un lugar muy lejos en el mundo, no sabe volar.

    La propuesta que nos hace Muégano para sumergirnos en esta obra transcurre en un escenario de mapping –una serie de animaciones proyectadas sobre el escenario negro del teatro–, donde el mayor componente escenográfico es un andamio, que maximiza los cuerpos y el espacio.

    La propuesta que nos hace Muégano para sumergirnos en esta obra transcurre en un escenario de mapping –una serie de animaciones proyectadas sobre el escenario negro del teatro–
    La propuesta que nos hace Muégano para sumergirnos en esta obra transcurre en un escenario de mapping –una serie de animaciones proyectadas sobre el escenario negro del teatro–. Fotografía de Jonathan Lucero.

    Hay una voz en off, que de vez en cuando salta a escena para empujar ese objeto en el que se mueven las protagonistas, hacia otros límites posibles. Hay música, hay vida y distintas formas de conmoverse. Cada espectador puede definir en qué medida es cuervo, mujer del sombrero rojo, o cómo se mueve con los afectos precipitados del Escribidor de la narración en off. Cada uno puede sumergirse en una de las energías que interpelan a estos cuerpos en una fábula, dentro de un teatro que habita una ciudad movilizada por otras susceptibilidades, como el miedo.

    ¿Hay un punto de inicio?

    Este estreno, según cuentan los integrantes de Muégano en una entrevista vía Zoom, se postergó tres veces.

    Pero el estreno no es un punto de inicio. Las formas con las que comienza a gestarse la obra podría remontarse a Madrid, en el año 2000, cuando los integrantes de Muégano decidieron conformarse como grupo y pusieron por primera vez en escena El pozo de los mil demonios, otra obra icónica de Maribel Carrasco y una pieza importante para la agrupación.

    Según relata Santiago, El pozo de los mil demonios “llegó en un momento muy importante. Estábamos en pleno descubrimiento del teatro brechtiano y pensando en dispositivos al aire libre. Esta obra era un texto que demandaba un montón de recursos, no solo escénicos, sino socioeconómicos y como éramos un grupo naciente nos inventamos un narrador y toda la narración se redujo a una mesa. La hicimos en blanco y negro por una concepción de ser antidisney”.

    A Carrasco le asombró la forma de poner en escena  su texto y años más tarde les planteó la posibilidad de escenificar Lxs Cuervxs.

    Cuatro meses antes de la pandemia empezaron los primeros ensayos y las alianzas con artistas visuales, como el que hicieron con la no colectiva Hormiga —el montaje final se hizo con la propuesta de los artistas Enrique Landivar, en multimedia y diseño sonoro; y Gabriela Cabrera, en la dirección de arte—. Cuando empezó el confinamiento del Covid-19 todos dejaron sus utensilios a la mano, pues no pensaron que la pandemia prolongaría tanto el estreno.

    En 2021, un nuevo pico de pandemia postergó nuevamente la obra. “Yo pensé que ya no la íbamos a retomar, pero lo hicimos desde la perspectiva que  Estefanía nos planteó”, cuenta Pilar. Uno de los planes del grupo era montar un Laboratorio-Escuela, una nueva versión de aquel que fundaron entre 2005 y 2007, como uno de los primeros Laboratorios de Teatro Independiente en Guayaquil, en ese entonces, dentro del Instituto Superior de Artes del Ecuador (ITAE).

    Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero
    Pilar Aranda y Estefanía Rodriguez en Lxs Cuervxs no se peinan. Fotografía de Jonathan Lucero

    Para Estefanía Rodríguez era importante poner en escena a Muégano como grupo. La última obra que montaron fue Asalto al Centro Comercial, en 2019.La mejor forma de expresión de un grupo es haciendo teatro. Para mí es muy significativo crear espacios exclusivamente de arte, que el Muégano tenga una escuela que no esté vinculado a ningún grupo institucional, que seamos autónomos es absolutamente necesario y la mejor forma de hacerlo es que nuestra obra hable por nosotras y esta obra habla mucho de nosotras”.

    Santiago Roldós recuerda que Charo Francés, la actriz y dramaturga española que fue su maestra en Madrid, les enseñó un axioma: “la velocidad del grupo es la de su integrante más lento”. Para Santiago esa idea podría trasladarse a la de su integrante más joven, Estefanía, “quien desde la claridad que tiene como discípula empuja esta obra”.

    Finalmente, no hay un inicio, pues como dice Pilar Aranda, cada función es un nuevo inicio.

    “No hay personajes, hay energías”

    El niño de esta obra es un cuervo. Estefanía Rodríguez y Pilar Aranda en escena. El Escribidor de fondo. Fotografía de Jonathan Lucero.
    El niño de esta obra es un cuervo. Estefanía Rodríguez y Pilar Aranda en escena. El Escribidor de fondo. Fotografía de Jonathan Lucero.

    “Las preguntas más grandes del universo caben en los cuerpos más pequeños”, dice el Escribidor en voz en off al comienzo de la obra.

    Muégano nos propone la eliminación de personajes, para construir una narrativa escénica a partir de energías. Santiago aclara que desde el texto que propone Maribel, la noción de los personajes está totalmente desdibujada. Esto “nos permite transitar de manera cómoda, profunda y divertida. No es cómodo, en los términos normales de fácil. El personaje no es un corsé”, dice Pilar.

    Para ellos cada papel constituía una forma de poner en juego su propia experiencia desde lo que han llamado la “mapaternidad”.

    La primera vez que accionaron la obra, Pilar sería la mujer del sombrero rojo; la segunda vez, Pilar propuso que  fuera Santiago el Hombre del Sombrero Rojo y cuando retomaron los ensayos, se cuestionaron y retomaron la idea original. En algún momento, los actores propusieron que Emiliano, su hijo, sea el primer cuervito.

    También estuvo en discusión que la mujer del sombrero rojo fuera una cara de palo. En la puesta en escena, durante los primeros minutos, la mujer va con un sombrero rojo y con la cara vendada y el texto que la mueve no lo pronuncia ella. En la escena el bebé cuervito es una marioneta. “Todo eso va impactando en el recocijo del espectador en el mejor de los sentidos”, dice Pilar. “Nos preguntábamos cómo desnaturalizamos la emisión de un discurso”, agrega Santiago.

    Los personajes no dependen de la energía sino de cómo se cohesiona la energía de cada intérprete en escena.

    La obra les hizo preguntarse sobre los roles que viven desde su mapaternidad. “Hay cosas que ocurrieron o devienen de la propia práctica de maternar. Yo propuse subvertir la experiencia, invertir los roles para experimentar con nuestra propia experiencia. Interpelar los roles en una sociedad tan conservadora, como la de Guayaquil, me parecía subversivo. Las preguntas que disparaban eran grandes”.

    Teatro infantil, teatro antidisney

    Santiago Roldós en escena. Fotografía de Jonathan Lucero.
    Santiago Roldós en escena. Fotografía de Jonathan Lucero.

    El niño de esta obra es un cuervx. “Cuentan que ustedes los cuervos son de muy mala suerte”, le dice la mujer del sombrero rojo después de que el cuervito la ha llamado mamá.

    Hay mitología que habla del cuervo como un símbolo de la traición, como un símbolo de la mala suerte. A pesar de que la mujer del sombrero rojo es consciente del mito, quiere transformar a ese ser que necesita cuidado y como ella, compañía.

    “Pero por las noches, Camilo sueña… Y en sus sueños encuentra un mundo de imágenes interiores que con nadie más puede compartir. A su vez, los cuervos regresan todas las noches al techo de la casa. Se quedan allí, muy quietos y vigilantes, como esperando a alguien que un día, quizá muy pronto, esté por despertar…”.

    Esta obra es para personas de 0 a 99 años. Suele venderse como una obra infantil, pero en la puesta en escena, los dispositivos que la consolidan, devienen en la conmoción de los más grandes.

    La presencia escenográfica es determinante para materializar todo el universo oscuro de lo extra literario.

    “Si esto es teatro infantil conecta mucho con Ensayo sobre la soledad (Otra dramaturgia del grupo), que es tomar en serio las preguntas de los más pequeños, las más pequeñas y la oscuridad de estas infancias”, dice Santiago.

    Si bien, dice Estefania, “esta es una obra tanto para adolescentes, mapaternidades, como para mi que no soy ni padre, ni madre ni niña, es porque ahonda en los deseos de los personajes, no los pasa por encima, muchos deseos pueden ser muy oscuros y pienso que la obra está llena de eso. Tiene que ver con algo que resuena en un mundo interior”.

    Esta obra sobre los deseos, los sueños, la infancia, el acoso de los cuerpos que se ven como cuervos, la maternidad que aprisiona y no permite que el vuelo de la infancia sea en libertad, es un acto conmovedor en medio de una realidad álgida, porque “el estremecimiento está en los actos, está en los cuerpos”, concluye Pilar.

    Lxs cuervxs no se peinan cerró sus funciones, con el boca a boca, con la necesidad de vernos, de mostrar que después de más de 20 años de trabajo, Muégano más que ser un grupo cohesionado, está en permanente conflicto con las dinámicas de producción y de la conmoción que puede producir el teatro en otros cuerpos.

     

     

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