De cuando subí una foto en calzones (y la mentira del empoderamiento)

La sexualización del cuerpo femenino puede traer consigo una falsa idea de empoderamiento. Detrás están el capitalismo y el patriarcado. Para la autora de este texto, para entenderlo es fundamental diferenciar entre el sentimiento subjetivo de empoderamiento y el hecho real de ejercer el poder. 

DANIELA MORA SANTACRUZ

Esa mañana me levanté, me miré en el espejo y me sentí preciosa. Los años de batallar contra mi cuerpo y mis inseguridades parecieron desvanecerse por un instante y la chica en el espejo tomó posesión de todo el espacio. Me saqué varias fotos con el celular, ese día no había pose que saliera mal. Escogí la mejor y como miles de personas lo hacen a diario, la subí a la red. Me sentí poderosa, empoderada de mi cuerpo, de mi vida y mi sexualidad. 

Pasaron los minutos y las reacciones no se hicieron esperar: desde los emojis más usuales para responder ese tipo de publicaciones, hasta comentarios de personas con las que nunca hablo. Mi buzón de mensajes jamás había visto tanto movimiento, el más avezado incluso me recomendó abrir una cuenta en Only Fans, pues no había razón para desperdiciar el contenido erótico de la foto y conocía gente que podría estar dispuesta a pagar por él. 

«Jajajaja», le respondí y —sin entender por qué— la sensación de poder se desvaneció. 

Es 2022, ¿quién no ha bromeado con el tema de Only Fans? ¿Cuántas de nosotras no nos hemos planteado la idea de tener un sugar daddy que nos resuelva la vida? ¿Cuántas no hemos subido una foto esperando validación? ¿Cuántas no hemos escuchado o leído sobre esa pequeña libertad y su relación con el poder? 

Pero vamos por partes:

El concepto de empoderamiento acompaña a los feminismos desde las bases en la lucha por impulsar la equidad de género como un compromiso genuino para abrir, promover y visibilizar todas las oportunidades posibles que permita lograr el incremento de la participación de las mujeres en todos los aspectos de la vida personal y social. Para que gracias a él, podamos ser dueñas de nuestras vidas e intervenir plenamente en igualdad en todos los ámbitos de la sociedad, incluyendo la toma de decisiones y el anhelado acceso al poder. 

A mediados de la década de los 80, las mujeres entendían el empoderamiento como la tarea de transformar la subordinación de género y eliminar las estructuras opresoras, así como la movilización política colectiva, logrando que en 1995 —en la cuarta conferencia mundial sobre la mujer— se adoptara una agenda para el empoderamiento de la mujer.

Y me pregunto hoy, veintisiete años después, ¿seguimos cuestionando el poder?

La abogada, periodista y feminista Rafia Zakaria escribió que el «empoderamiento» despolitizado es positivo para todos, menos para las mujeres a las que supuestamente debe ayudar. 

Aunque no es nuevo que el cuidado del cuerpo y la apariencia ocupen un lugar importante en la vida de las personas, sí parece estar sublimado en los últimos años por el mundo digital y las redes sociales. De hecho, el culto al cuerpo y la apariencia han condicionado las relaciones personales en formas cuyas dimensiones aún no podemos calcular, en especial para las mujeres, para quienes nuestra relación con nuestros cuerpos ha definido históricamente nuestro rol en la sociedad. 

La juventud y belleza asociadas con la percepción de fertilidad, hasta ser el objeto de deseo de los hombres y su trato hacia quienes cumplen con la del ideal coyuntural de la belleza.

Es usual navegar en internet y encontrar imágenes de mujeres en las que resalta la exuberancia y belleza. Imágenes donde parece que los atributos físicos toman el rol protagonista al momento de representar a la mujer en su totalidad. Los senos, el trasero, la cintura, piernas, espalda… cualquier parte de nuestro cuerpo parecen tener el poder de invisibilizar todo lo demás que nos compone como seres complejos haciendo que, poco a poco, interioricemos la mirada del observador externo y nos percibimos a nosotras mismas como objetos con capital erótico (a veces) sin explotar.

Pero… No somos nosotras. Es una imagen, una fracción, una pequeña parte al alcance de cualquiera. Un poco rotas, fragmentadas, «desperdiciadas» pululando en internet. Como dice la teoría de la cosificación: el cuerpo de las mujeres está socialmente construido para ser admirado, apreciado, solicitado; y, por qué no, rescatado en la versión del príncipe azul que se queda con la más hermosa, o el sueño romántico de las películas que combinamos con helado o el hombre guapo y solvente que no tenga problema en pagar por nuestra belleza al estilo de Pretty Woman

Hemos romantizado el sexismo benévolo, que en términos simples se refiere a esa protección que parecemos necesitar por nuestra debilidad intrínseca y se ha sabido disfrazar de atención y admiración. Este tipo de sexismo tiende a apostar por las diferenciaciones entre los géneros de manera positiva, al asimilar características sociales o culturales del ser humano, como rasgos incuestionables y propios de un género determinado, como el hombre fuerte y proveedor y la mujer súper femenina. ¿Les suena? 

Estos brotes de sexismo disfrazados de bondad no dejan de ser una ideología legitimadora del estatus quo que incrementa la satisfacción de pocas mujeres con el sistema social, limitando su participación en acciones colectivas en contra de la discriminación sexista; y reduciendo la percepción de determinados comportamientos igualmente sexistas, pero que no se perciben como tales ya que han dejado la hostilidad de lado, llevándonos a aceptar situaciones de discriminación en todos los ámbitos, incluso aumentando la tolerancia hacia el maltrato. Es que no es fácil detectarlo o asimilarlo como algo malo o incorrecto ya que nos aporta aquello que nos han enseñado a  anhelar: la admiración y protección por parte de los hombres. 

No me lo he inventado yo: hay numerosos estudios que demuestran la relación entre recompensas sociales y la belleza física de las mujeres. Sí, la belleza es un factor que puede facilitar la consecución de ciertos beneficios sociales, aunque relegue nuestro estatus a niveles más abajo que los hombres, ya que invertimos más tiempo y esfuerzo en adecuar nuestra apariencia al ideal cultural y por supuesto, una de las consecuencias de todo esto es la sexualización. 

Y aquí se pone bueno… Tradicionalmente asociamos la sexualización con sus características negativas, ya saben, cuando somos tratadas como objetos o nuestro valor se ve reducido a nuestras características físicas, pero casi no se habla de las mujeres que disfrutan de ser sexualizadas, incluso llegan a sentirse empoderadas y le sacan provecho.

Este disfrute ocurre cuando se encuentra la atención sexual basada en la apariencia como positiva y reforzante. Aquí el camino se bifurca, son numerosos los estudios que apoyan que la sexualización es una forma de control de las mujeres, mientras que otros defienden que es una manera de que las mujeres asuman el control de su sexualidad y su cuerpo. Así, las mujeres atractivas experimentan consecuencias subjetivamente positivas ya que es la sexualización y no la mujer como ser humano completo y complejo, la que permite obtener recompensas de todo tipo. 

Llegó la hora, hablemos de poder 

Según la psicología social, el poder se define como la capacidad de influir en los demás y controlar los resultados de los demás. 

En el caso de las mujeres, ¿cómo podríamos aumentar el poder que tenemos sobre los hombres, si es que realmente lo tenemos?

Muchas pensarán en la sexualización como mecanismo, ya que una foto en calzones o sugerente podría conseguir fácilmente aquello que se anhela. Incluso hay quienes han llegado a decir que el empoderamiento a través de la sexualización ha dominado la tercera ola del feminismo, pero en este punto tenemos que diferenciar entre el sentimiento subjetivo de empoderamiento y el hecho real de ejercer el poder

Creo que ya podemos admitir que el empoderamiento subjetivo se da en una estructura social donde somos valoradas por ajustarnos a los cánones sociales de belleza y conducta, en la que somos más aceptadas mientras más nos adecuemos a los patrones establecidos no por nosotras, sino por quienes nos consumen.

Nos han metido en la cabeza que aquella posibilidad de exigir más en las relaciones interpersonales es poder, cuando en realidad, limita nuestra libertad y consolida el estatus inferior, colocándonos en una mayor situación de vulnerabilidad. Y no, no se trata de una mirada moralista. Es el capitalismo mordaz quien nos ha vendido la idea de que es revolucionario monetizar la desigualdad sexual, o que se trata de mera elección personal el trabajo sexual en cualquiera de sus formas, más turbias o blanqueadas. Consideremos que la explotación del cuerpo de las mujeres sea más redituable y de más fácil acceso que un trabajo asalariado es una tragedia, no una revolución. 

Después de todo esto, entendí lo de aquel día de la foto en calzones. Cuando los mensajes empezaron a llegar, la sensación se desvaneció porque nunca lo tuve. Fue mi decisión subir esa foto, pero el producto siempre fui yo. 

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    DANIELA MORA SANTACRUZ

    Esa mañana me levanté, me miré en el espejo y me sentí preciosa. Los años de batallar contra mi cuerpo y mis inseguridades parecieron desvanecerse por un instante y la chica en el espejo tomó posesión de todo el espacio. Me saqué varias fotos con el celular, ese día no había pose que saliera mal. Escogí la mejor y como miles de personas lo hacen a diario, la subí a la red. Me sentí poderosa, empoderada de mi cuerpo, de mi vida y mi sexualidad. 

    Pasaron los minutos y las reacciones no se hicieron esperar: desde los emojis más usuales para responder ese tipo de publicaciones, hasta comentarios de personas con las que nunca hablo. Mi buzón de mensajes jamás había visto tanto movimiento, el más avezado incluso me recomendó abrir una cuenta en Only Fans, pues no había razón para desperdiciar el contenido erótico de la foto y conocía gente que podría estar dispuesta a pagar por él. 

    «Jajajaja», le respondí y —sin entender por qué— la sensación de poder se desvaneció. 

    Es 2022, ¿quién no ha bromeado con el tema de Only Fans? ¿Cuántas de nosotras no nos hemos planteado la idea de tener un sugar daddy que nos resuelva la vida? ¿Cuántas no hemos subido una foto esperando validación? ¿Cuántas no hemos escuchado o leído sobre esa pequeña libertad y su relación con el poder? 

    Pero vamos por partes:

    El concepto de empoderamiento acompaña a los feminismos desde las bases en la lucha por impulsar la equidad de género como un compromiso genuino para abrir, promover y visibilizar todas las oportunidades posibles que permita lograr el incremento de la participación de las mujeres en todos los aspectos de la vida personal y social. Para que gracias a él, podamos ser dueñas de nuestras vidas e intervenir plenamente en igualdad en todos los ámbitos de la sociedad, incluyendo la toma de decisiones y el anhelado acceso al poder. 

    A mediados de la década de los 80, las mujeres entendían el empoderamiento como la tarea de transformar la subordinación de género y eliminar las estructuras opresoras, así como la movilización política colectiva, logrando que en 1995 —en la cuarta conferencia mundial sobre la mujer— se adoptara una agenda para el empoderamiento de la mujer.

    Y me pregunto hoy, veintisiete años después, ¿seguimos cuestionando el poder?

    La abogada, periodista y feminista Rafia Zakaria escribió que el «empoderamiento» despolitizado es positivo para todos, menos para las mujeres a las que supuestamente debe ayudar. 

    Aunque no es nuevo que el cuidado del cuerpo y la apariencia ocupen un lugar importante en la vida de las personas, sí parece estar sublimado en los últimos años por el mundo digital y las redes sociales. De hecho, el culto al cuerpo y la apariencia han condicionado las relaciones personales en formas cuyas dimensiones aún no podemos calcular, en especial para las mujeres, para quienes nuestra relación con nuestros cuerpos ha definido históricamente nuestro rol en la sociedad. 

    La juventud y belleza asociadas con la percepción de fertilidad, hasta ser el objeto de deseo de los hombres y su trato hacia quienes cumplen con la del ideal coyuntural de la belleza.

    Es usual navegar en internet y encontrar imágenes de mujeres en las que resalta la exuberancia y belleza. Imágenes donde parece que los atributos físicos toman el rol protagonista al momento de representar a la mujer en su totalidad. Los senos, el trasero, la cintura, piernas, espalda… cualquier parte de nuestro cuerpo parecen tener el poder de invisibilizar todo lo demás que nos compone como seres complejos haciendo que, poco a poco, interioricemos la mirada del observador externo y nos percibimos a nosotras mismas como objetos con capital erótico (a veces) sin explotar.

    Pero… No somos nosotras. Es una imagen, una fracción, una pequeña parte al alcance de cualquiera. Un poco rotas, fragmentadas, «desperdiciadas» pululando en internet. Como dice la teoría de la cosificación: el cuerpo de las mujeres está socialmente construido para ser admirado, apreciado, solicitado; y, por qué no, rescatado en la versión del príncipe azul que se queda con la más hermosa, o el sueño romántico de las películas que combinamos con helado o el hombre guapo y solvente que no tenga problema en pagar por nuestra belleza al estilo de Pretty Woman

    Hemos romantizado el sexismo benévolo, que en términos simples se refiere a esa protección que parecemos necesitar por nuestra debilidad intrínseca y se ha sabido disfrazar de atención y admiración. Este tipo de sexismo tiende a apostar por las diferenciaciones entre los géneros de manera positiva, al asimilar características sociales o culturales del ser humano, como rasgos incuestionables y propios de un género determinado, como el hombre fuerte y proveedor y la mujer súper femenina. ¿Les suena? 

    Estos brotes de sexismo disfrazados de bondad no dejan de ser una ideología legitimadora del estatus quo que incrementa la satisfacción de pocas mujeres con el sistema social, limitando su participación en acciones colectivas en contra de la discriminación sexista; y reduciendo la percepción de determinados comportamientos igualmente sexistas, pero que no se perciben como tales ya que han dejado la hostilidad de lado, llevándonos a aceptar situaciones de discriminación en todos los ámbitos, incluso aumentando la tolerancia hacia el maltrato. Es que no es fácil detectarlo o asimilarlo como algo malo o incorrecto ya que nos aporta aquello que nos han enseñado a  anhelar: la admiración y protección por parte de los hombres. 

    No me lo he inventado yo: hay numerosos estudios que demuestran la relación entre recompensas sociales y la belleza física de las mujeres. Sí, la belleza es un factor que puede facilitar la consecución de ciertos beneficios sociales, aunque relegue nuestro estatus a niveles más abajo que los hombres, ya que invertimos más tiempo y esfuerzo en adecuar nuestra apariencia al ideal cultural y por supuesto, una de las consecuencias de todo esto es la sexualización. 

    Y aquí se pone bueno… Tradicionalmente asociamos la sexualización con sus características negativas, ya saben, cuando somos tratadas como objetos o nuestro valor se ve reducido a nuestras características físicas, pero casi no se habla de las mujeres que disfrutan de ser sexualizadas, incluso llegan a sentirse empoderadas y le sacan provecho.

    Este disfrute ocurre cuando se encuentra la atención sexual basada en la apariencia como positiva y reforzante. Aquí el camino se bifurca, son numerosos los estudios que apoyan que la sexualización es una forma de control de las mujeres, mientras que otros defienden que es una manera de que las mujeres asuman el control de su sexualidad y su cuerpo. Así, las mujeres atractivas experimentan consecuencias subjetivamente positivas ya que es la sexualización y no la mujer como ser humano completo y complejo, la que permite obtener recompensas de todo tipo. 

    Llegó la hora, hablemos de poder 

    Según la psicología social, el poder se define como la capacidad de influir en los demás y controlar los resultados de los demás. 

    En el caso de las mujeres, ¿cómo podríamos aumentar el poder que tenemos sobre los hombres, si es que realmente lo tenemos?

    Muchas pensarán en la sexualización como mecanismo, ya que una foto en calzones o sugerente podría conseguir fácilmente aquello que se anhela. Incluso hay quienes han llegado a decir que el empoderamiento a través de la sexualización ha dominado la tercera ola del feminismo, pero en este punto tenemos que diferenciar entre el sentimiento subjetivo de empoderamiento y el hecho real de ejercer el poder

    Creo que ya podemos admitir que el empoderamiento subjetivo se da en una estructura social donde somos valoradas por ajustarnos a los cánones sociales de belleza y conducta, en la que somos más aceptadas mientras más nos adecuemos a los patrones establecidos no por nosotras, sino por quienes nos consumen.

    Nos han metido en la cabeza que aquella posibilidad de exigir más en las relaciones interpersonales es poder, cuando en realidad, limita nuestra libertad y consolida el estatus inferior, colocándonos en una mayor situación de vulnerabilidad. Y no, no se trata de una mirada moralista. Es el capitalismo mordaz quien nos ha vendido la idea de que es revolucionario monetizar la desigualdad sexual, o que se trata de mera elección personal el trabajo sexual en cualquiera de sus formas, más turbias o blanqueadas. Consideremos que la explotación del cuerpo de las mujeres sea más redituable y de más fácil acceso que un trabajo asalariado es una tragedia, no una revolución. 

    Después de todo esto, entendí lo de aquel día de la foto en calzones. Cuando los mensajes empezaron a llegar, la sensación se desvaneció porque nunca lo tuve. Fue mi decisión subir esa foto, pero el producto siempre fui yo. 

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