Sonia Guiñansaca persigue el futuro para encontrar las identidades que habita

La poeta y activista Sonia Guiñansaca busca sus palabras hagan tierra en Ecuador. La sexta edición de su poemario Nostalgia y Fronteras fue publicado por Severo Editorial. En él cuenta su historia como inmigrante, kichwa y queer.

JÉSSICA ZAMBRANO 

Hay palabras que Sonia Guiñansaca no puede decir en español.

En inglés, el idioma que aprendió a los cinco años, cuando migró de Cuenca, en Ecuador a Nueva York, en Estados Unidos, algunas palabras no abarcan lo mismo que sus ideas. Las palabras que no puede traducir son goodbye, linage, graveyard

Muchas de las palabras con las que Sonia escribe en inglés tampoco existen en kichwa, el idioma de sus ancestros, el de los abuelos que dejó cuando a los cinco años se subió sola en un avión porque sus padres migrantes habían decidido no regresar, porque el norte siempre ha sido una fábrica de esperanza para los cuerpos que residimos en el sur.

El lenguaje de Sonia se desborda como se desborda su identidad de descendiente kichwa kañari, no binaria.

Se desborda como la identidad y la inseguridad de los migrantes que se mantienen alerta de las miradas de los otros en un territorio en el que crecieron sin papeles, en un territorio en el que siempre se van a sentir lejos de casa. La migración es un lugar del cual no se sale, donde el hogar se construye en el futuro o en la nostalgia.

En 2016, Sonia publicó en inglés la primera edición de Nostalgia and Borders, un poemario que contiene su historia migrante. Lo hizo con la ayuda de sus amigues Rommy Torrico, migrante chileno, y Emilia Fiallo, migrante ecuatoriana, ambos indocumentados en ese momento.

Después de ese lanzamiento se publicaron cuatro ediciones más porque Sonia sentía que le faltaban poemas. Y a pesar de que no se lo esperaba, la sexta —y tal vez la definitiva— es la edición ecuatoriana publicada por Severo Editorial. Está traducida al español, por la historiadora de arte Anamaría Garzón y la escritora e investigadora Giuliana Zambrano; y al kichwa por  la poeta kichwa Lucila Lema.

El proceso de traducción fue complejo. Lema inventó palabras que Sonia usó en el inglés para darles sentido en kichwa y algunas palabras que usó en inglés; Garzón y Zambrano se plantearon traducirlas al español pensando si la autora se pronunciaba desde un contexto español, estadounidense o kichwa.

El lenguaje de Sonia es multilingüe, dice Zambrano. “Hay algo de su experiencia con cada lengua que es más fronteriza y en cierta medida da para pensar en aquello que no se puede capturar en la traducción y que se percibe en su oralidad, en su forma de performar la lengua”.

Durante dos semanas de noviembre Sonia Guiñansaca tuvo una gira por Ecuador en el que en medio de inciensos, sanjuanitos, cantatas a Jota Jota, se volvió a sentir en casa, en la tierra prometida, en la tierra de los amigos ecuatorianos.

En una tarde de mariscos frente al Río Guayas, previa al encendido de su primer sahumerio del lanzamiento de su libro en Ecuador, Sonia me dio una entrevista, casi sin saber lo que le depararía la lengua.

En el poema ‘El monstruo es real’, dices: “me dicen que las fronteras son imaginarias para consolarme, pero no han visto la monstruosidad que han construido”. ¿Cuándo empezaste a enfrentarte a la idea de que las fronteras no eran imaginarias? 

Las fronteras son reales. Se sentían cuando queríamos ir a visitar a nuestros abuelitos antes de fallecer y no podíamos porque no teníamos papeles; o cuando mi papá tenía que hablar con policías porque lo paraban porque era una persona de color y se veía como un migrante. Cuando tenía que representar a mis padres para negociar nuestros pagos por el cable o el teléfono. Se sentía en las leyes de la cultura cuando era pequeña y cuando crecí  tuve la oportunidad de ir a Texas, a El Paso y vi que es verdad: que hay un muro de verdad, que no es natural, es creado. El muro es una frontera creada por humanos, por leyes, por naciones. Impacta la vida natural, la vida de animales, de las comunidades indígenas de estos pueblos: de Texas, de California, de México.

En inglés decimos “the border crossed us”. Fue un privilegio para mí crecer en Nueva York, porque para muchas personas migrantes de los Estados del Sur, el muro es más real.

Los agentes de migración son verdad. Los agentes en el desierto son verdad. Las muertes son verdad

Tenemos que decir que es verdad porque sino todas esas muertes, esas experiencias, se deshumanizan, porque existen e intentan hacernos creer que no.

La frontera atraviesa el cuerpo de quienes migran y quienes no pueden hacerlo. A pesar de que tus padres manifiestan un origen, ese origen se borra ante la conciencia de que hay una frontera. ¿Cómo se configura la identidad después de eso? 

Después del 11 de septiembre ningún migrante podía sentarse bien en un espacio público. Siempre estábamos sentados al borde de la silla porque no sabíamos si íbamos a ser llamados terroristas. Esa era la conversación con nuestros amigos: la sensación de que algo iba a pasar. Estar en la mitad, entre un territorio y otro, significa no ser nada, no es ni el infierno ni el cielo, es el medio mundo y todo el tiempo te preguntas cómo se pueden cambiar las cosas. Luego llegó el momento en el que las comunidades inmigrantes vimos que teníamos poder a pesar de todo lo que nos hacía sentir la política de los Estados Unidos.

A pesar de que muchos migrantes también distinguían entre sus privilegios y las condiciones de otros. Los migrantes también tienen categorías entre ellos, como la metáfora del cangrejo que quiere salir de la olla y otro te hala; porque el gobierno nos lo impone, porque las leyes no funcionan de igual manera para todos. Lo que tienes que hacer para sobrevivir es halar a las comunidades que están a tu alrededor, así funciona la promesa blanca, el colonialismo, el imperialismo.

Tú dedicas este poemario a muchas personas: a las criaturas no acompañadas en El Paso, a las personas que tuvieron que migrar en la infancia, a nietas que lloran a sus abuelas desde lejos. Son puntos en común para los migrantes. ¿Esta es una forma de unificar el mensaje? 

Para mí es una oportunidad. Sé que todos tenemos diferentes experiencias. Yo no tengo la experiencia de cruzar un desierto y estar a punto de morir; o la experiencia de una madre que está en un centro de detención. Creo en el poder de cada persona de contar su historia, porque contarla implica una posibilidad de poder. Creo que todos tenemos diferentes experiencias, pero hay una visión más grande.

Al hablar desde estos puntos diferentes podemos crear un mundo sin fronteras, un mundo sin cárceles, sin centros de detenciones y eso depende de la visión de todas las comunidades. Yo puedo decir que quiero esta ley de inmigración, pero es diferente mi inmigración a la de una persona que viene de Haití o de Cuba. Es importante entender que hay experiencias distintas para tener una visión diferente de lo que vivimos y conocer la verdad de cada uno, porque sino, no podremos comprender la inmigración de ninguna manera.

Sonia Guiñansaca en Guayaquil. Fotografía de Jéssica Zambrano

En 2007, te declaraste públicamente como inmigrante indocumentada. Desde entonces, has cofundado y ayudado a construir varias de las organizaciones más grandes de personas indocumentadas en Estados Unidos. ¿Qué significó esto para tu familia? ¿Qué significa reconocerse como indocumentada?

En 2007 me gradué del colegio, tenía 18 años, era joven y estaba cansada de no tener opciones porque en ese momento todavía no había nacido el movimiento de Dreamers, de indocumentados. En eventos empecé a decir que era indocumentada, cuando hablaba con las administraciones para decir que no tenía seguridad social para enrolarme en las clases. Era un momento de tensión, pero también de ser mi propia abogada.

Con otros jóvenes constituí el primer movimiento que se reconoció públicamente como indocumentados. Mis padres me preguntaban por qué yo. En ese momento no teníamos el soporte de congresistas, era un tiempo muy antiinmigrante. Bush era presidente, pensamos que la situación iba a cambiar con Obama, pero fue peor. Fuimos un primer movimiento en todo el país, fue una manera de salir y decir  que no teníamos miedo, ni vergüenza, porque no éramos culpables de ser indocumentados. Pensábamos que debíamos juzgar al gobierno, a las políticas. Nosotros cambiamos la narración.

Y no solo la narración, sino que se organizaron para agilitar el cambio de leyes…

Peleamos por las legislaciones de migración, demandamos a la Fundación que el gobierno quería crear para hacer más muros y fronteras. Sabíamos lo que pasaba en centros de detención y las violaciones a derechos humanos que se cometían en estos lugares. Fuimos muy radicales y una de las acciones de las que fui parte se realizó en Alabama, un estado del sur, que es muy antiinmigrante y republicano. Allí planeamos ser detenidos para denunciar desde adentro lo que ocurría en centros de detención de inmigrantes. Fuimos detenidos como lo planeamos, pero ya en 2013 yo era una persona pública y éramos conocidos por el FBI y ya sabían lo que planeábamos, así que mandamos a otro grupo de Florida para que se infiltrara y el plan salió tal como lo esperábamos.

Yo era una de las únicas ecuatorianas del movimiento. La situación ahora es diferente. Apoyan más a los jóvenes indocumentados, en ese momento nos decían: qué están haciendo, tienen que ser más cuidadosos y tranquilos. Nosotros pensábamos que no, que teníamos que agitar el panorama. Ahora veo atrás y pienso que esa chica fue muy inteligente, pero estaba loca.

Yo me preguntaba si no es ahora cuándo. Mi hermano de 7 años y mi mamá iban a mis marchas. La primera vez que me llevaron presa mi mamá estuvo presente y vio cómo me arrestaron. 21 de nosotros tomamos el edificio de los senadores y todos los congresistas nos llamaban y preguntaban: ¿por qué están haciendo esto? Fue un evento, pero recuerdo que mi mamá, mi abuelo, mi hermano estaban ahí por la marcha, viendo que fui arrestada, sé que fue un trauma para mi hermano menor, pero lo tenía que hacer.

Ahora que tienes los papeles sientes que te ganaste un derecho, ¿Cambia en algo tu discurso?

Tenerlos es un derecho y eso no para, pero ahora no quiero tomar el espacio del liderazgo de la gente indocumentada. Ahora mi identidad es compleja, soy queer, no binaria, persona de color, indígena en los Estados Unidos. Ese riesgo que tomé en ese momento lo tomo ahora y nunca va a cambiar.

¿Cómo se configuran las voces que trabajas en este poemario? 

Hay poemas en el libro que tienen la voz de mi niñez, que cuestiona a sus padres por la decisión que tomaron. Está mi voz de ahora, después de algunas terapias, que me permiten entender mejor la decisión de mis padres. Considero que está bien que el libro tenga esas voces, pero además Nostalgia and Borders está en la sexta edición por una razón: cada año he añadido poemas y creí que todavía no estaba completo. Es mi libro y siento que puedo hacer lo que quiera. Ahora veo cómo los poemas dialogan, se contradicen. Esta es la realidad de una vida migratoria, de una persona indocumentada, que ahora ya tiene papeles. Los poemas más recientes tienen la responsabilidad de profundizar porque ahora tengo el privilegio de tener papeles.

¿Alguna vez imaginaste verlo publicado en tres idiomas y que circulara en Ecuador? 

Siempre pensé que mi audiencia eran los Estados Unidos, o sea el libro era para otros jóvenes indocumentados que hablaban inglés. No he visto una conversación de personas ecuatorianas residentes con quienes somos artistas en Estados Unidos, con quienes migramos. Cuando llegó el mensaje de Fausto (Rivera), el editor de Severo, diciéndome que querían publicar mi libro no había pensado que podía pasar. Me sentía vulnerable porque la gente de Ecuador no ve de la misma manera la experiencia migrante. Ahora estoy expectante de ver cómo los poemas harán tierra en Ecuador, donde nací.

Cuando hago mi performance en Estados Unidos veo cómo los poemas se sienten en el corazón, no sé cómo será acá, pero sé que hay mucha gente que tiene familia que ha migrado y hay una curiosidad sobre la vida de las personas en Estados Unidos que no es transparente porque nosotros tenemos una barrera en la que nos protegemos.

Cuando mi abuelita llamaba siempre decíamos que estábamos bien, nunca decíamos que mi papá estaba borracho porque la extrañaba. No decíamos la verdad, la guardábamos para no herir a la familia que se queda. Esta es una oportunidad de mostrar la realidad, no es todo bonito. Es complicado.

¿Por qué la poesía para contar esta historia? ¿Crees que se puede contar en otra forma narrativa? 

Audre Lorde dice que para la gente que trabaja, para la clase obrera, los poemas son la mejor forma de poner en papel una historia. Estaba haciendo activismo, organizando, trabajando y la poesía fue una manera de escribir. Ahora estoy escribiendo mis memorias, que es algo más largo.

Sonia Guiñansaca en Guayaquil. Fotografía de Jéssica Zambrano

En este conflicto de ser migrante siempre hablas del despejo de la posibilidad de tener un hogar, una tierra que sientas propia. De alguna manera, ¿crees que con tu trabajo estás construyendo un territorio al cual pertenecer? 

Soy kichwa kañari. Para nosotros el territorio, nuestros lugares, han sido robados. Yo reconozco esos pedazos de la tierra que fue nuestra. Ahora me enfoco más en ser kichwa kañari y sé que hay un lugar, tal vez kichwa, que hay una conexión, una manera donde nosotros como indígenas podamos encontrar nuestro linaje. Con otras kichwas kañari estamos reclamando esta identidad. Por el arte y la poesía veo un espacio futuro en el cual podamos existir con todas nuestras identidades, nuestro género y todas las maneras que he sido y seré. Continúo en esa búsqueda para cuando sea vieja, porque creo que cuando llegue a cierta edad voy a ver todas las maneras que fui en el mundo.

En mí reconozco a mis ancestros, son energías que están conmigo y tengo que creer que me guían en el camino.

 

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    JÉSSICA ZAMBRANO 

    Hay palabras que Sonia Guiñansaca no puede decir en español.

    En inglés, el idioma que aprendió a los cinco años, cuando migró de Cuenca, en Ecuador a Nueva York, en Estados Unidos, algunas palabras no abarcan lo mismo que sus ideas. Las palabras que no puede traducir son goodbye, linage, graveyard

    Muchas de las palabras con las que Sonia escribe en inglés tampoco existen en kichwa, el idioma de sus ancestros, el de los abuelos que dejó cuando a los cinco años se subió sola en un avión porque sus padres migrantes habían decidido no regresar, porque el norte siempre ha sido una fábrica de esperanza para los cuerpos que residimos en el sur.

    El lenguaje de Sonia se desborda como se desborda su identidad de descendiente kichwa kañari, no binaria.

    Se desborda como la identidad y la inseguridad de los migrantes que se mantienen alerta de las miradas de los otros en un territorio en el que crecieron sin papeles, en un territorio en el que siempre se van a sentir lejos de casa. La migración es un lugar del cual no se sale, donde el hogar se construye en el futuro o en la nostalgia.

    En 2016, Sonia publicó en inglés la primera edición de Nostalgia and Borders, un poemario que contiene su historia migrante. Lo hizo con la ayuda de sus amigues Rommy Torrico, migrante chileno, y Emilia Fiallo, migrante ecuatoriana, ambos indocumentados en ese momento.

    Después de ese lanzamiento se publicaron cuatro ediciones más porque Sonia sentía que le faltaban poemas. Y a pesar de que no se lo esperaba, la sexta —y tal vez la definitiva— es la edición ecuatoriana publicada por Severo Editorial. Está traducida al español, por la historiadora de arte Anamaría Garzón y la escritora e investigadora Giuliana Zambrano; y al kichwa por  la poeta kichwa Lucila Lema.

    El proceso de traducción fue complejo. Lema inventó palabras que Sonia usó en el inglés para darles sentido en kichwa y algunas palabras que usó en inglés; Garzón y Zambrano se plantearon traducirlas al español pensando si la autora se pronunciaba desde un contexto español, estadounidense o kichwa.

    El lenguaje de Sonia es multilingüe, dice Zambrano. “Hay algo de su experiencia con cada lengua que es más fronteriza y en cierta medida da para pensar en aquello que no se puede capturar en la traducción y que se percibe en su oralidad, en su forma de performar la lengua”.

    Durante dos semanas de noviembre Sonia Guiñansaca tuvo una gira por Ecuador en el que en medio de inciensos, sanjuanitos, cantatas a Jota Jota, se volvió a sentir en casa, en la tierra prometida, en la tierra de los amigos ecuatorianos.

    En una tarde de mariscos frente al Río Guayas, previa al encendido de su primer sahumerio del lanzamiento de su libro en Ecuador, Sonia me dio una entrevista, casi sin saber lo que le depararía la lengua.

    En el poema ‘El monstruo es real’, dices: “me dicen que las fronteras son imaginarias para consolarme, pero no han visto la monstruosidad que han construido”. ¿Cuándo empezaste a enfrentarte a la idea de que las fronteras no eran imaginarias? 

    Las fronteras son reales. Se sentían cuando queríamos ir a visitar a nuestros abuelitos antes de fallecer y no podíamos porque no teníamos papeles; o cuando mi papá tenía que hablar con policías porque lo paraban porque era una persona de color y se veía como un migrante. Cuando tenía que representar a mis padres para negociar nuestros pagos por el cable o el teléfono. Se sentía en las leyes de la cultura cuando era pequeña y cuando crecí  tuve la oportunidad de ir a Texas, a El Paso y vi que es verdad: que hay un muro de verdad, que no es natural, es creado. El muro es una frontera creada por humanos, por leyes, por naciones. Impacta la vida natural, la vida de animales, de las comunidades indígenas de estos pueblos: de Texas, de California, de México.

    En inglés decimos “the border crossed us”. Fue un privilegio para mí crecer en Nueva York, porque para muchas personas migrantes de los Estados del Sur, el muro es más real.

    Los agentes de migración son verdad. Los agentes en el desierto son verdad. Las muertes son verdad

    Tenemos que decir que es verdad porque sino todas esas muertes, esas experiencias, se deshumanizan, porque existen e intentan hacernos creer que no.

    La frontera atraviesa el cuerpo de quienes migran y quienes no pueden hacerlo. A pesar de que tus padres manifiestan un origen, ese origen se borra ante la conciencia de que hay una frontera. ¿Cómo se configura la identidad después de eso? 

    Después del 11 de septiembre ningún migrante podía sentarse bien en un espacio público. Siempre estábamos sentados al borde de la silla porque no sabíamos si íbamos a ser llamados terroristas. Esa era la conversación con nuestros amigos: la sensación de que algo iba a pasar. Estar en la mitad, entre un territorio y otro, significa no ser nada, no es ni el infierno ni el cielo, es el medio mundo y todo el tiempo te preguntas cómo se pueden cambiar las cosas. Luego llegó el momento en el que las comunidades inmigrantes vimos que teníamos poder a pesar de todo lo que nos hacía sentir la política de los Estados Unidos.

    A pesar de que muchos migrantes también distinguían entre sus privilegios y las condiciones de otros. Los migrantes también tienen categorías entre ellos, como la metáfora del cangrejo que quiere salir de la olla y otro te hala; porque el gobierno nos lo impone, porque las leyes no funcionan de igual manera para todos. Lo que tienes que hacer para sobrevivir es halar a las comunidades que están a tu alrededor, así funciona la promesa blanca, el colonialismo, el imperialismo.

    Tú dedicas este poemario a muchas personas: a las criaturas no acompañadas en El Paso, a las personas que tuvieron que migrar en la infancia, a nietas que lloran a sus abuelas desde lejos. Son puntos en común para los migrantes. ¿Esta es una forma de unificar el mensaje? 

    Para mí es una oportunidad. Sé que todos tenemos diferentes experiencias. Yo no tengo la experiencia de cruzar un desierto y estar a punto de morir; o la experiencia de una madre que está en un centro de detención. Creo en el poder de cada persona de contar su historia, porque contarla implica una posibilidad de poder. Creo que todos tenemos diferentes experiencias, pero hay una visión más grande.

    Al hablar desde estos puntos diferentes podemos crear un mundo sin fronteras, un mundo sin cárceles, sin centros de detenciones y eso depende de la visión de todas las comunidades. Yo puedo decir que quiero esta ley de inmigración, pero es diferente mi inmigración a la de una persona que viene de Haití o de Cuba. Es importante entender que hay experiencias distintas para tener una visión diferente de lo que vivimos y conocer la verdad de cada uno, porque sino, no podremos comprender la inmigración de ninguna manera.

    Sonia Guiñansaca en Guayaquil. Fotografía de Jéssica Zambrano

    En 2007, te declaraste públicamente como inmigrante indocumentada. Desde entonces, has cofundado y ayudado a construir varias de las organizaciones más grandes de personas indocumentadas en Estados Unidos. ¿Qué significó esto para tu familia? ¿Qué significa reconocerse como indocumentada?

    En 2007 me gradué del colegio, tenía 18 años, era joven y estaba cansada de no tener opciones porque en ese momento todavía no había nacido el movimiento de Dreamers, de indocumentados. En eventos empecé a decir que era indocumentada, cuando hablaba con las administraciones para decir que no tenía seguridad social para enrolarme en las clases. Era un momento de tensión, pero también de ser mi propia abogada.

    Con otros jóvenes constituí el primer movimiento que se reconoció públicamente como indocumentados. Mis padres me preguntaban por qué yo. En ese momento no teníamos el soporte de congresistas, era un tiempo muy antiinmigrante. Bush era presidente, pensamos que la situación iba a cambiar con Obama, pero fue peor. Fuimos un primer movimiento en todo el país, fue una manera de salir y decir  que no teníamos miedo, ni vergüenza, porque no éramos culpables de ser indocumentados. Pensábamos que debíamos juzgar al gobierno, a las políticas. Nosotros cambiamos la narración.

    Y no solo la narración, sino que se organizaron para agilitar el cambio de leyes…

    Peleamos por las legislaciones de migración, demandamos a la Fundación que el gobierno quería crear para hacer más muros y fronteras. Sabíamos lo que pasaba en centros de detención y las violaciones a derechos humanos que se cometían en estos lugares. Fuimos muy radicales y una de las acciones de las que fui parte se realizó en Alabama, un estado del sur, que es muy antiinmigrante y republicano. Allí planeamos ser detenidos para denunciar desde adentro lo que ocurría en centros de detención de inmigrantes. Fuimos detenidos como lo planeamos, pero ya en 2013 yo era una persona pública y éramos conocidos por el FBI y ya sabían lo que planeábamos, así que mandamos a otro grupo de Florida para que se infiltrara y el plan salió tal como lo esperábamos.

    Yo era una de las únicas ecuatorianas del movimiento. La situación ahora es diferente. Apoyan más a los jóvenes indocumentados, en ese momento nos decían: qué están haciendo, tienen que ser más cuidadosos y tranquilos. Nosotros pensábamos que no, que teníamos que agitar el panorama. Ahora veo atrás y pienso que esa chica fue muy inteligente, pero estaba loca.

    Yo me preguntaba si no es ahora cuándo. Mi hermano de 7 años y mi mamá iban a mis marchas. La primera vez que me llevaron presa mi mamá estuvo presente y vio cómo me arrestaron. 21 de nosotros tomamos el edificio de los senadores y todos los congresistas nos llamaban y preguntaban: ¿por qué están haciendo esto? Fue un evento, pero recuerdo que mi mamá, mi abuelo, mi hermano estaban ahí por la marcha, viendo que fui arrestada, sé que fue un trauma para mi hermano menor, pero lo tenía que hacer.

    Ahora que tienes los papeles sientes que te ganaste un derecho, ¿Cambia en algo tu discurso?

    Tenerlos es un derecho y eso no para, pero ahora no quiero tomar el espacio del liderazgo de la gente indocumentada. Ahora mi identidad es compleja, soy queer, no binaria, persona de color, indígena en los Estados Unidos. Ese riesgo que tomé en ese momento lo tomo ahora y nunca va a cambiar.

    ¿Cómo se configuran las voces que trabajas en este poemario? 

    Hay poemas en el libro que tienen la voz de mi niñez, que cuestiona a sus padres por la decisión que tomaron. Está mi voz de ahora, después de algunas terapias, que me permiten entender mejor la decisión de mis padres. Considero que está bien que el libro tenga esas voces, pero además Nostalgia and Borders está en la sexta edición por una razón: cada año he añadido poemas y creí que todavía no estaba completo. Es mi libro y siento que puedo hacer lo que quiera. Ahora veo cómo los poemas dialogan, se contradicen. Esta es la realidad de una vida migratoria, de una persona indocumentada, que ahora ya tiene papeles. Los poemas más recientes tienen la responsabilidad de profundizar porque ahora tengo el privilegio de tener papeles.

    ¿Alguna vez imaginaste verlo publicado en tres idiomas y que circulara en Ecuador? 

    Siempre pensé que mi audiencia eran los Estados Unidos, o sea el libro era para otros jóvenes indocumentados que hablaban inglés. No he visto una conversación de personas ecuatorianas residentes con quienes somos artistas en Estados Unidos, con quienes migramos. Cuando llegó el mensaje de Fausto (Rivera), el editor de Severo, diciéndome que querían publicar mi libro no había pensado que podía pasar. Me sentía vulnerable porque la gente de Ecuador no ve de la misma manera la experiencia migrante. Ahora estoy expectante de ver cómo los poemas harán tierra en Ecuador, donde nací.

    Cuando hago mi performance en Estados Unidos veo cómo los poemas se sienten en el corazón, no sé cómo será acá, pero sé que hay mucha gente que tiene familia que ha migrado y hay una curiosidad sobre la vida de las personas en Estados Unidos que no es transparente porque nosotros tenemos una barrera en la que nos protegemos.

    Cuando mi abuelita llamaba siempre decíamos que estábamos bien, nunca decíamos que mi papá estaba borracho porque la extrañaba. No decíamos la verdad, la guardábamos para no herir a la familia que se queda. Esta es una oportunidad de mostrar la realidad, no es todo bonito. Es complicado.

    ¿Por qué la poesía para contar esta historia? ¿Crees que se puede contar en otra forma narrativa? 

    Audre Lorde dice que para la gente que trabaja, para la clase obrera, los poemas son la mejor forma de poner en papel una historia. Estaba haciendo activismo, organizando, trabajando y la poesía fue una manera de escribir. Ahora estoy escribiendo mis memorias, que es algo más largo.

    Sonia Guiñansaca en Guayaquil. Fotografía de Jéssica Zambrano

    En este conflicto de ser migrante siempre hablas del despejo de la posibilidad de tener un hogar, una tierra que sientas propia. De alguna manera, ¿crees que con tu trabajo estás construyendo un territorio al cual pertenecer? 

    Soy kichwa kañari. Para nosotros el territorio, nuestros lugares, han sido robados. Yo reconozco esos pedazos de la tierra que fue nuestra. Ahora me enfoco más en ser kichwa kañari y sé que hay un lugar, tal vez kichwa, que hay una conexión, una manera donde nosotros como indígenas podamos encontrar nuestro linaje. Con otras kichwas kañari estamos reclamando esta identidad. Por el arte y la poesía veo un espacio futuro en el cual podamos existir con todas nuestras identidades, nuestro género y todas las maneras que he sido y seré. Continúo en esa búsqueda para cuando sea vieja, porque creo que cuando llegue a cierta edad voy a ver todas las maneras que fui en el mundo.

    En mí reconozco a mis ancestros, son energías que están conmigo y tengo que creer que me guían en el camino.

     

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