Una amiga nunca se va

Con este texto íntimo, Tamara Idrobo recuerda a una amiga de su infancia que aunque murió, vive con ella para siempre. Es una invitación también para pensar en nuestras amigas y en el círculo que nos sostiene.

TAMARA IDROBO

Su nombre es —porque para mí sigue siendo— Marianela López Trejo. Le decíamos Nela. Su nombre es, fue y sigue siendo Nela.

Fuimos amigas toda la niñez. Compartimos la escuela y el colegio. Hubo épocas que pasamos juntas mucho tiempo. Disfrutamos juegos, risas, charlas y nuestras existencias. Y como la vida misma tiene su camino, la adolescencia nos llevó por vías distintas. Nos alejamos la una de la otra porque crecimos, ella más rápido que yo.

Era 1994 y cursábamos el último año de colegio. Ella tenía 17 años y yo 16. A Nela la vi llena de vida por última vez un viernes al final del día de clases. Su sonrisa la llevo grabada en mi memoria. El tono de su voz vive en mi mente mas allá del recuerdo que se mantiene con el pasar de los años.

La mañana del sábado siguiente a ese viernes cuya fecha no recuerdo (solo sé que fue un día de marzo), amanecí con la noticia de que Nela había dejado de vivir. Recuerdo ese día como uno que marcaría mi vida para siempre: fue la primera vez que me enfrenté a la muerte que había abrazado, sin previo aviso, a alguien a quien conocí y quise mucho.

Si bien no recuerdo la fecha de su partida, sí recuerdo la fecha de su cumpleaños: el 8 de agosto. Cada año en esa fecha le dedico una mirada al cielo y pienso en ella. Cuando he necesitado cobijo, fuerza y ayuda de esas almas que me acompañaron en este mundo, siempre le pido a la Nela que me guíe. A ella, a mi abuela materna y a otro amigo más que partió de este mundo muy rápido. 

Es que cuando una amiga llega a nuestras vidas, nunca se va. A veces en el camino nos separamos y nos alejamos. Ciertamente las bifurcaciones en el caminar de la vida suceden. Muchas veces crecemos en direcciones opuestas, pero cuando la vida de una amiga se detiene, se transforma en inmortalidad.

Han pasado 28 años de su partida al infinito y cada día que pasa, su ser está presente en mi vida. La ausencia no deja de doler y de incomodar, pero la memoria es sabia y me permite recordarla y hasta soñar con ella, continuamente.

Estoy segura de que todas las mujeres que hemos tenido que despedirnos de una amiga a la que hemos querido, sabemos que ellas nunca se van. Una amiga siempre está presente en la medida en que la recordemos y la llevemos en nuestras almas, mientras nosotras sigamos con vida. 

Nela, Quito sigue siendo esa ciudad a la que yo siempre quiero volver y donde siento tu presencia con más fuerza. Estás más allá de los cielos, montañas y calles de esta ciudad que cobija nuestros recuerdos. Sabes que tu existencia sigue estando en mí. A tu mami y a tu ñaña las llevo en mi corazón. Ellas lo saben, y sé que tú lo sabes.

Seguiré mi vida abrazando mis recuerdos y raíces, honrando siempre mi procedencia y mi pasado, y contando siempre con tu compañía.

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    Su nombre es —porque para mí sigue siendo— Marianela López Trejo. Le decíamos Nela. Su nombre es, fue y sigue siendo Nela.

    Fuimos amigas toda la niñez. Compartimos la escuela y el colegio. Hubo épocas que pasamos juntas mucho tiempo. Disfrutamos juegos, risas, charlas y nuestras existencias. Y como la vida misma tiene su camino, la adolescencia nos llevó por vías distintas. Nos alejamos la una de la otra porque crecimos, ella más rápido que yo.

    Era 1994 y cursábamos el último año de colegio. Ella tenía 17 años y yo 16. A Nela la vi llena de vida por última vez un viernes al final del día de clases. Su sonrisa la llevo grabada en mi memoria. El tono de su voz vive en mi mente mas allá del recuerdo que se mantiene con el pasar de los años.

    La mañana del sábado siguiente a ese viernes cuya fecha no recuerdo (solo sé que fue un día de marzo), amanecí con la noticia de que Nela había dejado de vivir. Recuerdo ese día como uno que marcaría mi vida para siempre: fue la primera vez que me enfrenté a la muerte que había abrazado, sin previo aviso, a alguien a quien conocí y quise mucho.

    Si bien no recuerdo la fecha de su partida, sí recuerdo la fecha de su cumpleaños: el 8 de agosto. Cada año en esa fecha le dedico una mirada al cielo y pienso en ella. Cuando he necesitado cobijo, fuerza y ayuda de esas almas que me acompañaron en este mundo, siempre le pido a la Nela que me guíe. A ella, a mi abuela materna y a otro amigo más que partió de este mundo muy rápido. 

    Es que cuando una amiga llega a nuestras vidas, nunca se va. A veces en el camino nos separamos y nos alejamos. Ciertamente las bifurcaciones en el caminar de la vida suceden. Muchas veces crecemos en direcciones opuestas, pero cuando la vida de una amiga se detiene, se transforma en inmortalidad.

    Han pasado 28 años de su partida al infinito y cada día que pasa, su ser está presente en mi vida. La ausencia no deja de doler y de incomodar, pero la memoria es sabia y me permite recordarla y hasta soñar con ella, continuamente.

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    Nela, Quito sigue siendo esa ciudad a la que yo siempre quiero volver y donde siento tu presencia con más fuerza. Estás más allá de los cielos, montañas y calles de esta ciudad que cobija nuestros recuerdos. Sabes que tu existencia sigue estando en mí. A tu mami y a tu ñaña las llevo en mi corazón. Ellas lo saben, y sé que tú lo sabes.

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