Aunque la cifra es ínfima en comparación a las horas que las mujeres dedican a labores de trabajo no remunerado, iniciativas como Papás que cuidan, el Club de hombres por el buen trato y Tribu Papás, ayudan a algunos a ser más conscientes de su rol y a paternar desde la sensibilidad.
Es sábado al mediodía y Luis Espinoza, de 29 años, llega cansado y acalorado a su casa. Aunque es fin de semana, esa tarde acompañará a Thais, su hija de 5 años, a hacer las tareas de la escuela.
Luis, que salió a las 5 de la madrugada para llegar a tiempo a la empresa peladora de pollos donde trabaja 8 horas diarias, regresa como cada tarde y sabe que las tareas del día aún no se han terminado: jugar con sus hijas, ocuparse con ellas de los deberes pendientes, acostarlas a dormir, ocuparse de recoger la mesa, lavar los platos y arreglar un poco la casa son algunas de las cosas que Luis hace por las tardes y por las noches, desde que llega, cerca de las 13:00 y hasta que se va a dormir, a las 23:30.
Es decir, además de las 8 horas de trabajo remunerado, Luis realiza 10 horas de trabajo no remunerado en su hogar. Especialmente, ahora que Cynthia Zambrano —su esposa— está en los últimos días de su cuarto embarazo.
Es posible que, para muchos, Luis sea un “mandarina”. Esta palabra de la jerga ecuatoriana, cargada de machismo, es como los hombres se refieren a otros hombres que “obedecen” a su pareja y dejan de lado el fútbol y las cervezas para cuidar a sus hijos y hacerse cargo de la casa.
Lo cierto es que Luis es uno de los pocos padres de familia y jefes de hogar en Ecuador que participa activamente de las tareas domésticas de su hogar y los trabajos de cuidado de sus niñas, labores que en Ecuador son realizadas, sobre todo, por las mujeres.
Ese día, además, la casa de Luis y Cynthia está llena de mujeres que se han reunido a preparar algunos platos. Mientras ellas conversan y se toman selfies, los niños corren mientras otros ríen y miran televisión al final del pasillo, desde donde proviene el sonido ininteligible de unos dibujos animados.
—¿Ellas son sus hijas?
—No, jaja, son unas hermanas de la iglesia que vinieron a cocinar porque estamos haciendo una obra para el Señor.
Estamos en Santa Lucía, un cantón en el norte de la provincia del Guayas. El camino para llegar hasta allí está conformado por eternos cultivos de arroz, puentes colgantes de metal sobre ríos casi secos, un pueblo pequeño con un malecón donde la gente baña a sus perros y unas cuantas paradas donde se vende agua de coco.
El departamento donde viven Luis y su extensa familia —un espacio demasiado pequeño para siete personas— es parte de un conjunto habitacional que es de las pocas construcciones de cemento de ese lugar, pues está rodeado de varias casas de caña.
En la sala destaca, sobre todo, la cocina a gas de seis quemadores que no cupo en el sitio original destinado para ella, por lo que la colocaron en un rincón, junto a la ventana. En esa misma esquina hay ollas, platos, tazas, cacerolas metálicas, frascos y sartenes de varios colores, amontonados.
Los pocos muebles han quedado relegados a un segundo plano, así como la mesa de comedor un tanto desvencijada que se encuentra huérfana de sillas frente a la cocina.
Corre algo de viento que mueve las cortinas de telas gastadas, que refresca un poco esa tarde calurosa y que, a su vez, empuja a las moscas que vuelan cerca de nosotros.
Hay ruido y desorden, pero también hay vida. Mucha.
Luis no para de hablar, rápida y efusivamente, sobre todo cuando tiene que mencionar a sus hijas. Además de Thais, la familia está conformada por Rosmery y Aytana, de 3 y 1 año y medio de edad.
También están Jickson y Ruth, de 13 y 11 años, que son hijos de la unión anterior de Cynthia, a quienes él conoce desde muy niños y a quienes ha criado como propios. Además, viene un pequeño, quien, para la fecha de publicación de este reportaje, ya habrá nacido.
—¿Ya tienen decidido el nombre?
—No, aún no, pero queremos ponerle un nombre bíblico. Lo que sí sabemos es que es un niño. Al fin un niño luego de tres mujercitas.
Semanas después, durante una llamada telefónica con Luis, supe que efectivamente encontraron un nombre bíblico: el pequeño se llama Elías, como el profeta, un nombre que proviene del griego y del hebreo y que significa “Yahvé es mi Dios”.
Las insuficientes cifras de la paternidad en Ecuador
Todo lo que Luis hace en su casa al volver del criadero de pollos se conoce como trabajo no remunerado e incluye las labores domésticas.
Preparar los alimentos, lavar la ropa, hacer la limpieza y también el cuidado directo de niñas, niños, personas de la tercera edad y personas con y sin discapacidad son parte del trabajo no remunerado del hogar. Así lo cita el documento “Promoviendo el involucramiento de los hombres en el cuidado cariñoso y sensible para el desarrollo de la primera infancia”, desarrollado por el Centro de Masculinidades y Justicia Social, Equimundo, con sede en Washington, Estados Unidos.
La encuesta que contiene los datos de trabajo no remunerado en Ecuador, cuya información fue entregada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC) para la realización de este reportaje, revela que entre 2007 y 2017, por cada 100 horas de trabajo no remunerado en Ecuador, 77 horas fueron realizadas por mujeres. Si llevamos esto a una equivalencia más sencilla, podemos decir que por cada 24 horas de trabajo no remunerado, las mujeres realizaron 18.48.
Dentro de las estadísticas del INEC que fueron consideradas para esta investigación se encuentra también la categoría “jefes de hogar”, como Luis, que es uno de los 1.961.562 jefes de hogar con hijos que existen en Ecuador, según las cifras desagregadas del Censo de Población y Vivienda que se realizó a nivel nacional en el 2010.
Esta misma encuesta explica que hasta ese año, en Ecuador existían más de 3 millones 800 mil hogares, de los cuales el 71% tienen una jefatura masculina.
De acuerdo a uno de los manuales para encuestadores de la institución, el jefe de hogar es la persona reconocida como tal por sus miembros, por razones de dependencia, edad o autoridad.
Actualmente, el INEC trabaja en la fase de recolección de datos de un nuevo censo poblacional, que arrancó en octubre y se extenderá hasta mediados de diciembre y que tiene previsto presentar resultados preliminares en mayo de 2023.
El Asesor Nacional de Primera Infancia en Plan Internacional, Marco Rojas, sostiene que el hecho de que no existan datos estadísticos suficientes y actualizados en torno a la paternidad en Ecuador no solo es preocupante, sino que es el síntoma que deja claro que el tema no resulta relevante para los ciudadanos ni genera un mayor interés.
“No hay estadísticas de cuántos padres hay en Ecuador, cuántos están viviendo junto a sus parejas y sus hijos e hijas, cuántos están viviendo separados de sus hijas e hijos. En Ecuador no nos hemos sensibilizado sobre la importancia de la paternidad y por eso no requerimos estadísticas, no las demandamos”, afirma.
No obstante y pese a la insuficiencia de la data —no hay un desagregado del total de padres que existen en el país y los resultados de otras encuestas tienen al menos 5 años de antigüedad— hay varias estadísticas que permiten tener una idea general de lo que implica la paternidad en Ecuador y todas apuntan a lo mismo: las actividades de cuidado y de crianza recaen mayoritariamente en las mujeres, por lo que la existencia de una paternidad más participativa se vuelve urgente.
Por ejemplo, la encuesta del uso del tiempo, cuyos últimos datos son de 2012, también deja clara esa abismal diferencia entre el trabajo doméstico al interior de los hogares que realizan hombres y mujeres. Esta encuesta indica que, en el lapso de una semana, la mujer destinó 24:06 horas al trabajo doméstico, mientras los hombres ocuparon 6:00. Es decir, de lunes a domingo, dentro del hogar, la mujer trabajó 18:05 horas más que el hombre.
Los datos, además, muestran los resultados del cuidado y crianza de niños y niñas menores de 12 años, personas con enfermedades o discapacidades. A lo largo de una semana, la mujer dedicó 8:56 horas de su tiempo a estas actividades, mientras que los hombres destinaron 5:20 horas. Nuevamente, la desigualdad se manifiesta en este tema, pues la mujer trabajó más: un total de 3:35 horas más.
Los números de estas encuestas son duros y reales, pero tampoco son una gran sorpresa. Ecuador es parte de la tendencia que se refleja en países de la región como Brasil, Chile o México donde las cifras de participación de los hombres en sus hogares y en la crianza activa de sus hijos e hijas es igualmente baja.
Países de otros continentes como Líbano, Nigeria y Croacia también son parte de esta estadística.
El informe State Of The World’s Fathers – Structural Solutions to Achieve Equality in Care Work revela que el tiempo promedio dedicado a trabajo de cuidados no remunerado realizado por mujeres en todo el mundo excede tres veces el tiempo dedicado por los hombres.
El mismo estudio sitúa en 92 años el estimado de tiempo antes de llegar a la igualdad entre hombres y mujeres en el trabajo no remunerado en el hogar. Es decir, aún estamos lejos de la solución.
Así también, establece el número de países que han logrado la igualdad en el trabajo no remunerado entre hombres y mujeres y de países que tienen como parte de sus metas políticas futuras lograr la igualdad entre hombres y mujeres en el cuidado no remunerado. La respuesta es cero. Ningún país.
No obstante, el reporte elaborado por MenCare se muestra optimista al decir que, durante la pandemia, los hombres participaron más en trabajos no remunerados del hogar.
Las encuestas realizadas a hombres y mujeres de 47 países que fueron parte del análisis muestran que, como resultado de los confinamientos, muchos hombres empezaron a hacerse cargo de los trabajos de cuidado de manera más frecuente que en cualquier otro momento de la historia reciente.
Todo esto brinda la oportunidad de romper urgentemente el paradigma que dice que los hombres viven en un mundo ajeno a las labores domésticas y tareas de cuidado y puedan involucrarse de manera permanente, para que ese cambio de comportamiento registrado en la pandemia sea, de ahora en adelante, la regla.
Aprender a ser un padre comprometido, pero… ¿cómo?
A Luis, que nació en Balzar —otro cantón, más hacia el norte de la provincia—que no terminó el colegio, que aprendió ebanistería en sus años adolescentes y que trabajó y vivió solo desde muy joven, le brillan los ojos cuando cuenta todo lo que sintió cuando se convirtió en padre por primera vez, a los 24 años. La emoción no ha disminuido ahora, que está próximo a convertirse en padre por cuarta vez.
Hablar de eso le entrecorta la voz.
“Cuando la mamá está acostada yo me acerco y le hablo a la barriga, le converso, le canto. Ella me dice que no le haga eso porque el niño empieza a moverse bastante. A veces cojo un vaso y se lo pongo en la barriga y le hablo y se comienza a mover”, dice entre risas.
Él cree que es importante que los niños y niñas crezcan en ambientes amorosos, donde todos colaboren y puedan ver buenos ejemplos. “Si ve agresividad, lógicamente el niño se va a hacer agresivo y también lo contrario. Acá nosotros no discutimos. Acá todos tienen el mismo derecho y el mismo respeto, niños y niñas”, afirma.
Luis es parte de Papás que cuidan, un proyecto de Plan Internacional, organización presente en Ecuador desde hace 60 años y que promueve los derechos de la niñez y la igualdad de género. También fomenta el cambio de las normas sociales y políticas públicas a través de su gestión.
A través de talleres y charlas de sensibilización a las que asisten los padres, otros integrantes del círculo familiar y del entorno comunitario, “Papás que cuidan” busca fortalecer la práctica de la crianza activa y la participación masculina en labores de crianza y de cuidado al interior de los hogares ecuatorianos, algo qué, de acuerdo a lo evidenciado en las estadísticas, debe fomentarse de manera prioritaria.
Marco Rojas, quien impulsa este programa, dice que en la realización de su trabajo con diferentes sectores a los que atienden pudieron notar que existía un vacío en el enfoque hacía hombres y padres de familia. Entonces, en 2018, decidieron actuar y arrancar con la planificación de este programa, pero nunca fue una tarea sencilla.
“Sobre todo en el contexto rural, donde trabajamos con mayor énfasis, son pocos los que se involucran activamente en el cuidado y desarrollo de sus hijos. Vimos resistencia de los papás para asistir a los talleres, pensaban que qué iban a hacer ellos en una actividad donde están hablando sobre crianza y cuidados, cuando eso le corresponde a la mujer”, cuenta.
Rojas explica que el proyecto se empezó a implementar en las provincias de Manabí, Santa Elena y Loja, donde se realizaron las primeras sesiones de trabajo con los papás de las zonas rurales de cantones como Pedernales y Espíndola. Actualmente se encuentran también en varios cantones del Guayas como Santa Lucía, donde viven Luis y su familia.
En el último informe de gestión, la organización explica que hasta 2021 se han realizado un total de 674 talleres sobre crianza positiva y paternidad activa, que han beneficiado a 10 mil personas.
Isaac Moreira, facilitador de Plan Internacional en la zona de Santa Lucía y otros puntos de la provincia del Guayas, cuenta que los procesos con los padres de esos sectores, así como la sensibilización en temas de crianza son muy difíciles. “Ahora aquí trabajamos con tres padres, pero inicialmente no teníamos ni uno, se han ido sumando poco a poco”, recuerda.
Explica que voluntarias de Plan Internacional buscan a las familias que puedan ser parte del proyecto, con las que desarrollan el proceso de capacitación. Allí participan las madres, pero la metodología implica que los padres también sean parte, con lo que los van sumando paulatinamente.
“Comenzamos identificando a los padres que de a poco van dando más tiempo a sus hijos. Formamos un grupo de WhatsApp donde las mamás suben fotos de los papás involucrándose en las tareas, para que otros los vean. Finalmente les invitamos a talleres presenciales para reforzar los conocimientos”, dice el facilitador.
Moreira explica que también han capacitado a funcionarios del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) en crianza positiva y prevención de violencia de género. En su informe, Plan Internacional indica que, hasta 2021, llegaron a 293 funcionarios que luego replicaron estos talleres en varias comunidades.
Las cifras del INEC confirman que hay poca participación de los hombres en las áreas rurales con apenas un 23.1% de presencia, pero hay poca diferencia con las áreas urbanas, donde los porcentajes de cuidado son aún menores, con un 22.6% de participación.
Y, aunque siguen existiendo grandes diferencias y son las mujeres las que muestran una mayor participación en la producción del trabajo no remunerado respecto a los hombres, hay algunos casos en los que ellos aportan un poco más en esta categoría: a medida que su nivel de instrucción es más alto y también, cuando tienen mayores niveles de ingresos.
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Xavier López vive en una urbanización privada en la vía a Samborondón, una zona exclusiva en las periferias de Guayaquil. Es veterinario, tiene 25 años y es el papá de Luna Emilia, que cumplió un año antes de las fiestas de navidad.
Su paternidad fue una sorpresa inesperada que lo ha hecho sentir feliz, emocionado y también asustado.
“Al inicio fue un balde de agua fría porque yo vivía en mi casa y Valentina vivía con su familia. Mi estilo de vida era muy diferente al que tengo ahora. Antes pasaba el tiempo con mis perros y mi gato. Salía a andar en bicicleta a cualquier hora, a jugar fútbol. Ahora debo estar pendiente de mi hija. Valentina estudia aún y hay momentos en los que ella no está y yo me quedo a cargo”, dice.
Xavier cuenta que algunas vivencias son lindas y otras, frustrantes. La paternidad para él también ha sido una experiencia que lo ha hecho sentir muy solo: es el único en su grupo de amigos que ha sido papá a su edad y no tiene con quién conversar de todo lo que la crianza de Luna implica.
“Yo no tengo una relación cercana con mis padres, no les cuento mis cosas. Tampoco he sido de muchos amigos, entonces en un punto me tocaba solo reprimir lo que quería contar o cómo me sentía. Es diferente hablarlo con otra persona, como un amigo”.
Valentina Calderón, su pareja, le habló de Tribu Papás por recomendación de su psicóloga. Entonces, en octubre de 2021, antes de que Luna naciera y para estar un poco más preparado, los buscó y se inscribió.
Tribu Papás es una comunidad chilena de padres que, como dice en su página web, “busca contribuir a la visibilización y normalización de la paternidad mediante un rol activo y responsable”. Aunque se trata de una iniciativa de otro país, a Xavier le gustó la idea de sentirse acompañado en ese camino de novedades y sobresaltos. Además, no había y no ha escuchado hasta el momento, de iniciativas similares en Ecuador.
Tribu Papás nació en mayo de 2020, durante la pandemia, cuando Joaquín García creó un grupo de Whatsapp para fortalecer la co-crianza, apoyarse y escucharse. El confinamiento marcó un cambio en las dinámicas domésticas, pues muchos padres debieron quedarse a trabajar en casa y pudieron ser más partícipes del cuidado de sus hijos e hijas.
Así como le pasó a Marco Rojas de Plan Internacional, que notó que había una falencia en el enfoque hacía los hombres, el gestor de Tribu Papás descubrió “que no existían instancias para papás, todas las existentes estaban enfocadas netamente en las madres”, publica en su sitio web.
Al momento, la iniciativa tiene más de 5.581 seguidores en Instagram y más de 200 integrantes. “Sobre todo hay padres chilenos, pero también hay mexicanos, argentinos. Ecuatorianos creo que solo estoy yo y un par de papás más”, cuenta Xavier, sentado en el jardín de su casa.
En el grupo de Whatsapp, explica Xavier, cualquiera de ellos puede hacer una pregunta o soltar una inquietud y todos tratan de apoyar, responder o guiar. Aunque parece poco, es un apoyo que agradecen. Hay padres de entre 20 y 40 años, algunos con más de un hijo, que tienen experiencia en temas variados: pañales, irritaciones de la piel, rutinas de sueño, malestares estomacales, entre otros.
Xavier dice que, así como ocurre con la maternidad, también pasa con la paternidad: todo está envuelto en idealismos irreales y una romantización innecesaria de la situación que vuelve todo mucho más duro de lo que es, todos los días, porque cada día, cada semana y cada mes la niña crece y eso trae diferentes complejidades y desafíos.
“Solo uno de mis amigos es papá y tiene muchos años más que yo. Por ejemplo, él me decía que cuando Luna naciera, yo explotaría de amor y la verdad es que no siempre pasa eso”, reconoce.
Ese 22 de diciembre de 2021, Xavier miraba a su recién nacida y pensaba “bueno, esta es mi hija”, sin entender plenamente lo que le estaba pasando. Tres meses después, un día cualquiera, se sintió papá por primera vez, al reconocerse emocionalmente como el responsable de esa nueva vida.
“La primera vez que sonrió fue a mí. Yo la vi y fue… se me salieron las lágrimas. Vale me preguntaba por qué lloraba. Era porque me estaba sonriendo. Son cosas que te hacen sentir que en realidad esto está pasando, esta personita existe, está aquí, me necesita. Y es un proceso en el que vas familiarizándote con tu misma hija. Aunque no lo creas, pero es una persona nueva a la que no conoces para nada y una persona tan pequeña, tan vulnerable, que depende enteramente de ti”, dice.
Hoy, Xavier y Valentina tienen tareas y horarios asignados. Negocian entre ellos los tiempos que necesitan para actividades como trabajo, estudio, deporte, así como el tiempo para el que ambos deben estar presentes, como los baños de Luna o la hora de dormir, pues han pasado algunas semanas habituándola a nuevos ritmos de sueño, que les permitan descansar un poco más de corrido.
“La gente se sorprende de que un hombre sepa y se encargue de estas cosas. La vara está por el piso, la verdad. Que Xavier se levante por la mañana y le cambie el pañal es algo que a mí no me lo pueden creer y peor, que lo haga para que yo me vaya a hacer ejercicio, me dicen: ‘Wow, que suerte, que suertuda que él sepa hacer todo’. Tampoco me anda escribiendo mil mensajes cuando yo salgo porque no sabe qué hacer con la bebé, que es algo común también”, dice Valentina, quien cursa los últimos semestres de la carrera de Educación y su vida transcurre entre la maternidad y la universidad.
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En el corazón del Centro Histórico de Quito, sobre la calle Loja, se encuentra el Centro de Apoyo Integral Tres Manuelas que es parte es uno de los servicios del Patronato Municipal San José —la entidad pública que ejecuta las políticas sociales del Municipio de la capital— para erradicar la violencia basada en género.
Allí, en esa casona de piedra y cemento, con un amplio patio central desde donde se puede ver a la virgen del Panecillo, funciona el “Club de hombres por el buen trato”, liderado por Roberto Moncayo, quien lo dirige desde 2010.
“Se trata de una propuesta metodológica con la finalidad de generar un espacio de reflexión para hombres en el que puedan analizar su relación con la violencia y cómo están diferenciando el ser macho del ser hombres”, cuenta Roberto mientras Manuela, la perra mestiza color café que es la mascota del lugar, corre alegre por los alrededores del patio.
Hasta el momento, 670 hombres han pasado por estos talleres. Actualmente Moncayo trabaja con un grupo de 33 asistentes que verán un total 20 lecciones y talleres a lo largo de cinco meses, un día por semana.
Pero, ¿qué ocurre en las reuniones del club? Él explica que cada sesión tiene un tema particular y varios momentos divididos entre talleres vivenciales, trabajo físico —antes hacían yoga, ahora hacen ejercicios bioenergéticos—, una conversación entre todos de cómo les fue la semana, qué problemas tuvieron, qué hicieron al respecto, cómo lo manejaron y si están aplicando lo que van aprendiendo en los talleres. Lo primordial es el diálogo.
“Por ejemplo, trabajamos mucho sobre la familia de origen. Hablan acerca de sus familias, de cómo vivieron en sus familias, qué es lo que recuerdan de su papá, de su mamá, de sus hermanos, cómo era el trato y hacemos énfasis de la importancia que tiene esa vivencia en nuestra construcción como seres humanos y en cómo nos relacionamos ahora con nuestras esposas y nuestros hijos”, detalla.
Lo importante de estos ejercicios, de compartir y de contarse la vida entre todos, es llegar a las conclusiones de qué aspectos se deben trabajar de manera emocional y psicológica y qué heridas o resentimientos siguen frescos y son situaciones no resueltas que generan problemas en el presente.
“En este espacio de reflexión se hace un recorrido por sus vidas, de cómo han gestionado sus emociones hasta este punto y cómo evitar que la rabia, la frustración o el dolor los dominen. Para esto, les damos herramientas de autocontrol y les pedimos que, encaminándonos al final del curso, creen su proyecto de vida, es decir, un planteamiento de cómo se ven ellos mismos en el futuro”.
Pero llegar hasta el punto de disposición de los asistentes para que se abran y conversen es muy duro.
“Al principio hay bastante resistencia. Usualmente están como en negación, dicen que no han hecho nada, que no tienen culpa de nada, que son inocentes. Es un proceso paulatino en el que van cediendo poco a poco”, explica.
Se puede decir que un 90% de quienes llegan al “Club de hombres por el buen trato” han sido demandados por diferentes tipos de violencias, como violencia intrafamiliar o violencia basada en género a través de instancias como la Junta de Protección de Derechos en Quito. Con el tiempo, cuenta Roberto, han ido promocionando el servicio y también hay unos pocos que llegan de manera voluntaria.
“Algunos, pese a salir inocentes en sus procesos o denuncias, llegan acá por mandato judicial como una medida de prevención. Se hace mucho énfasis en eso. Sin embargo, hay otros casos en los que la ley determina culpabilidad y vienen al centro para rehabilitarse y no volver a caer en comportamientos violentos”.
Así es como Fernando Telpis —contador de 26 años y padre de Amy, de 6— llegó a los talleres.
Una noche de 2021, en un mes que Fernando no recuerda o quizá prefiere no recordar, recibió un golpe de parte de su pareja en medio de una discusión con ella. Esto detonó en él una reacción desproporcionada y la golpeó con fuerza de vuelta. “Tengo mucho tiempo sintiéndome culpable”, confiesa.
—Los cables se me cruzaron
—¿Enloqueciste?
—Sí y toda mi furia, mi rabia y todo lo que yo sentía en ese momento lo volqué en contra de ella.
Cuenta que en ese momento la llevó corriendo al hospital, tratando de remediar un poco lo que acababa de suceder, pero que eso no sería suficiente. “Cuando reaccioné, me pregunté qué estaba haciendo y por qué”.
Su conviviente colocó una denuncia por maltrato físico. En la audiencia, el dictámen indicó que en lugar de ir detenido, tenía que hacer terapia. Así llegó al Club.
“A mí no me gustaba que me ayuden, que me digan qué tengo que hacer. Siempre fui así y me valía por mí mismo. Cuando me uní a la mamá de mi hija siempre traté de ser la parte que daba el sustento y que solucione los problemas pero sin decirle a nadie. Así que yo lidiaba con los problemas del trabajo, del dinero, de la casa, eso era lo mío. Mi pareja que se preocupe de mi hija. Me tragaba mis emociones, mis sentimientos, todo ese peso, hasta que un día exploté”, cuenta Fernando.
Dice que desde pequeño siempre fue autosuficiente, que creció prácticamente solo, que prefería no depender de nadie ni molestar a nadie. Con el paso de los años comprendió, con dolor y a través de esta dura experiencia personal, que tragarse los malestares no hacía que estos desaparecieran. Todo lo contrario, intentar no mirarlos potenciaba el efecto negativo de todo lo que lo afectaba.
“Aunque al principio aquí yo decía tres o cuatro palabras nada más, ya luego me fui soltando. Durante las charlas escuchaba problemas peores que los míos. Eso me hizo entender que no soy el único que tiene problemas y que la diferencia la hace la forma de manejarlos. Estar aquí me ha ayudado mucho porque antes me quedaba callado y ahora si hay un conflicto, por ejemplo, con mi pareja, lo converso y le pregunto cómo lo solucionamos”, dice.
Su cambio y el aprendizaje que lo encamina a una masculinidad más saludable, ha generado bienestar en su relación de pareja, pero también en su nexo con Amy, su hija.
“Antes estaba completamente alejado de todo, solo me dedicaba a traer dinero. Ahora incluso con mi hija hablo más, estoy más pendiente de ella. Está en una edad en la que habla mucho y le gusta jugar, la llevo a la cancha, al parque. Estoy en un momento hermoso porque le estoy enseñando a leer. Me encanta. Le enseño las pronunciaciones, las letras. No quiero estar lejos de ellas, como mi padre estuvo lejos de mi mamá y de mí”.
Para él, la principal ganancia de ser parte del “Club de hombres por el buen trato” es que aprendió a comunicar mejor sus emociones, a compartirlas, además de obtener retroalimentación significativa de otros hombres como él.
Otras paternidades son posibles
Existe evidencia —tal como muestran las encuestas y diversos estudios sobre hombres y paternidades— que involucrar a los padres en el día a día de sus hijos trae únicamente beneficios.
Por ejemplo, el involucramiento afectivo, cariñoso y no violento, está asociado con mejor salud física y mental de los hijos e hijas, mejor desarrollo cognitivo, logros educativos, mayor capacidad de empatía y más apertura para cuestionar los roles tradicionales de género. Así lo señala el informe “Promoviendo el involucramiento de los hombres en el cuidado cariñoso y sensible para el desarrollo de la primera infancia”, de Equimundo.
En el futuro, representa tasas más bajas de depresión e inseguridad personal, así como bajos índices de criminalidad y de abuso de sustancias en los hijos de padres cercanos y participativos.
Así mismo, el documento “Paternidad activa: la participación de los hombres en la crianza y los cuidados”, realizado por del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), en el marco de la Iniciativa Spotlight, asegura que promover esta práctica es importante porque existe evidencia que muestra que la participación del padre tiene un impacto positivo en el desarrollo y bienestar de sus hijas e hijos, incluso si no viven juntos.
“Una paternidad corresponsable es también importante para avanzar en la igualdad de género y para el bienestar de la madre. Asimismo, la paternidad activa es importante porque incrementa la realización de los hombres con sus vidas y los lleva a cuidarse más”, dice el texto.
Es que el beneficio es en dos vías. Los hombres activamente involucrados en las tareas de cuidado tienen más probabilidades de sentirse satisfechos con su vida, adoptar comportamientos saludables, experimentar menos estrés e incluso, enfermarse menos. “La investigación cualitativa sobre los hombres ha encontrado que su involucramiento en la crianza puede aumentar su capacidad de conectarse emocionalmente con los demás, con hombres describiendo su papel como cuidador como algo emocionalmente satisfactorio”, dice el documento elaborado por Equimundo.
Joham Mejía, periodista y papá de Amelia, de 3 años de edad, sabe de eso. A él, su hija lo empuja a ser mejor.
“Si trato de ser mejor hombre y mejor persona es por Amelia. Ella merece tener el mejor papá posible y la mejor persona posible a su lado, porque el mundo está lleno de gente mala. Yo necesito ser mi mejor versión para que ella tenga una vida plena, tranquila y feliz”, dice.
Amelia —que le debe su nombre a la pionera de la aviación y a un personaje de Christopher Nolan— corre, se sube a los muebles, hace sonidos, sube y baja de sillas. Es inquieta, curiosa y cariñosa. Todo esto contradice un poco el diagnóstico de trastorno del espectro autista que le dieron hace aproximadamente un año y medio.
—¡Amelia! ¡No des vueltas, te vas a marear! Es que está emocionada por la visita.
La mamá de Amelia, María Laura Mieles, trabaja en Manta, una ciudad a cuatro horas de Guayaquil. Joham es prácticamente un padre a tiempo completo: todas las mañanas se levanta con ella, le prepara el desayuno y comen juntos. Espera a que Gioconda, la niñera, llegue para poder salir al canal digital donde tiene un programa que se transmite a diario.
De lunes a viernes procura llegar antes de las 17:00 para estar con Amelia apenas la niñera se vaya, darle de cenar, bañarla y finalmente, llevarla a dormir.
“Esto es una constante negociación de tiempos. A veces con Gioconda, a veces con mis empleadores. Procuro no trabajar los fines de semana porque esos son solo de Amelia. Ese día me encargo de ella 100%, de todas sus comidas, además del arreglo y limpieza de la casa, la saco al parque, la llevo a jugar”, cuenta.
El propósito máximo de Joham es estar presente, porque no quiere que Amelia sienta lo que él sintió cuando su padre se fue a vivir a España.
“Desde que me comencé a hacer la pregunta de si algún día quería tener hijos, lo único que deseaba era que esa persona no se sienta sola nunca. Entonces fue siempre mi gran meta”, asegura.
La crianza es dura, reconoce. Compaginar la vida profesional y la paternidad es complejo. La neurodiversidad de Amelia le coloca un nivel adicional de dificultad y necesidad de organización, pues a lo largo de estos años, su diagnóstico no solo ha demandado presencia física y emocional, sino también terapias y consultas médicas con especialistas.
“Yo no le recomendaría a nadie hacer esto sin ayuda. Es muy demandante y todo esto te lleva a unos límites en los que hay mucha frustración que solo se conoce en la paternidad”, dice Joham.
Pese a los desafíos, ser el principal responsable y cuidador de Amelia le ha enseñado sobre el amor y la paciencia.
“A veces he llegado a momentos en los que he elevado demasiado la voz y me doy cuenta, trato de calmarme enseguida, porque cuando la gente grita Amelia se asusta. Creo que todo es cuestión de control, de conocer muy bien a tu hija y saber la mejor forma de llegar a ella”.
Joham enfatiza también que esta vivencia le ha dado una perspectiva nueva a todo, una nueva luz. Cuenta que todo lo golpea de una manera diferente: las noticias, las series de televisión, las películas. Reconoce que antes, cuando leía historias sobre muerte y pérdidas, era distinto. Ahora solo piensa en Amelia y en el agujero en el que se hundiría si alguna vez algo le pasara.
Quizá es por todo esto que muchos le dicen que es un buen papá. “Es el comentario más común, como si lo que hiciera —cuidarla, bañarla, alimentarla— fuera algo extraordinario”, dice.
Sin embargo, para bastantes personas lo es. Incluso para integrantes del círculo interno de su familia, quienes llegaron a cuestionar por qué él, siendo hombre, se dedicaba a tareas que con frecuencia son destinadas a las mujeres.
Y esto es porque socialmente existe la creencia de que la madre es la que cuida y el padre es quien provee. Pero ese estereotipo dañino mantenido a través del tiempo ha aislado a los hombres de la labor de paternar desde la sensibilidad y la crianza responsable, relegándolo únicamente a ser una figura de provisión y sostenimiento económico.
Sin embargo, un artículo científico publicado en la revista Science Advances en 2020 contradice la suposición predominante de que en la prehistoria los hombres eran cazadores y las mujeres estaban relegadas al rol pasivo de la recolección.
Un descubrimiento arqueológico permitió determinar que entre el 30% y el 50% de cazadores en América durante este periodo de tiempo eran, posiblemente, mujeres.
Si los mismos expertos de la historia se animan a revisar y corregir suposiciones que todos dábamos por sentadas, quizá también es válido llevar esas inquietudes a otros escenarios para resignificar el papel de los hombres que —como Luis, como Xavier, como Fernando, como Joham— ejercen la paternidad desde otra perspectiva.
Hoy, en un mundo caotizado, turbulento e insensible, paternar desde la ternura es más necesario y revolucionario que nunca.
Este reportaje fue realizado gracias al apoyo del Early Childhood Reporting Latin America Fellowship del Dart Center for Journalism and Trauma, un proyecto de Columbia Journalism School.