Ser mujer, periodista y vivir en una aldea

¿Cómo es ser mujer y ejercer el periodismo? ¿Estamos más expuestas a la violencia las mujeres en este oficio? La periodista Alondra Santiago explica por qué sí y asegura que «hablar es nuestra revolución». 

Todos los caminos conducen a nuestra aldea. No hay cómo perderse: entre las calles misoginia y discriminación, pasando la avenida de los comportamientos patriarcales. Ser periodista, mujer y vivir en lo que el gran visionario de la sociedad de la información, Marshall Mcluhan denominó como aldea global, es jodidamente duro.

Sí, somos una aldea. Vivimos las consecuencias de la interconectividad y de la información que nos golpea todos los días y a toda hora. No hay descanso. Somos una aldea porque pensamos que todo lo que sucede en nuestro metro cuadrado es lo que sucede en el mundo. Vemos a la sociedad, al país que habitamos, y a las personas que intervienen y se interrelacionan en él, dependiendo de la información que nos llegue y desde la mirada del medio y del emisor que la suelte, así, sin filtros, sin contextos, sin estilos. 

En nuestra aldea, se piensa que las mujeres feministas deben ir a Afganistán para ratatatatata (onomatopeya de una ametralladora), sí, para que nos maten, más claro. En nuestra aldea se piensa que interpelar a los medios de comunicación y a sus periodistas cuando estos cometen errores y horrores que recaen en lo discriminatorio, racista y misógino, se trata de sensibilidades y debilidades. En nuestra aldea se piensa que hablar de violencia es ser radical, que eso no existe tal y como la vemos. Los habitantes de nuestra aldea piensan que la violencia política es otro invento y que la violencia digital contra las mujeres es un mecanismo que usamos para victimizarnos (porque nos encanta ser víctimas del patriarcado) y por eso, se burlan, por ejemplo, cuando hablamos de la violencia digital contra mujeres periodistas. 

“Lo que no se nombra no existe” dijo George Steiner, así que hoy llego a su aldea con la siguiente información. Según la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “la violencia digital o en línea contra la mujer es otra forma de violencia de género que se da en el ámbito o en el marco de uso de las Tecnologías  de la Información y Comunicación o TICs. Esta violencia contra la mujer es dirigida hacia ellas precisamente  por su condición de mujer o afecta a las mujeres desproporcionadamente”.

Hace unos días Lidia Cacho, periodista mexicana escritora y defensora de los derechos humanos quien fue detenida y torturada por destapar una red de trata infantil en las que estaban involucrados empresarios y políticos mexicanos, publicó en su cuenta de Twitter las estadísticas del más reciente informe de la Unesco y la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (IWMF, por sus siglas en inglés). 

Se encuestaron, para este informe, a más de 900 participantes de 125 países. Como conclusión, entre otros resultados, se determinó que el 73 % de las mujeres periodistas sufrió violencia en línea y que esta se ha convertido en un nuevo frente de la seguridad periodística. Los efectos de esta violencia van más allá de bloquear a unos cuantos trolls, como se denomina a ciertos miembros de nuestra aldea. Reconocerla nos permite identificar las consecuencias que atacan directamente a todos los niveles personales y sociales de una persona: físico, psicológico, social, político y económico. La violencia en línea retrasa, además, la posibilidad de las mujeres de involucrarse en el constante devenir de la sociedad por los miedos que esta causa en ellas. 

Alejarse de las redes sociales es un factor que permite que aquellas activas en las tecnologías de comunicación no reciban estas manifestaciones de carácter violento por ende la censura y la autocensura han sido una de las principales consecuencias de estos actos.

Según la Unesco, las mujeres periodistas suelen decidir luego de un ataque en línea no tener contacto con las redes sociales, no interactuar, evitar la participación del público en sus publicaciones y evitar cubrir ciertas historias que hayan generado en el pasado controversia o ataques masivos en las redes sociales.

Esta tendencia al acoso o el abuso en línea, especialmente peligrosa para las periodistas, se da, según la Unesco a través de amenazas de violencia física o sexual y campañas de desinformación coordinadas que recurren a la misoginia y otras formas de discurso de odio. En los últimos años, se han registrado un aumento de los asesinatos de mujeres periodistas en todo el mundo. Según datos revelados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) , entre 2012 y 2016, al menos 38 periodistas fueron asesinadas en razón de su oficio, lo que representa el 7% de todos los homicidios de periodistas ocurridos en ese período.

Es que nuestra voz les molesta.

Estaban tan acostumbrados a la comodidad de nuestro silencio que ahora les hacemos ruido. Interpelamos al poder, a veces con miedo, sí, pero lo hacemos y hablamos de aquello que otros prefieren omitir o censurar. Estefanía Avella, periodista colombiana dice que “ser periodista y mujer en América Latina es ir en contra de la corriente”, porque aún hoy tenemos que seguir defendiéndonos para intentar poner sobre la mesa temas sobre igualdad, género, discriminaciones y abusos de poder.

Natalia Rojas, periodista argentina, está segura de que nuestra profesión no escapa a la violencia. Dice que en su país la profesión está precarizada y que son las mujeres las que más padecen las consecuencias. Según la CIDH y la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, los actos más usuales de violencia basada en género reportados por las periodistas incluyen el maltrato verbal (63%), el maltrato psicológico (41%), la explotación económica (21%) y la violencia física (11%).

“La libertad de expresión siempre está bajo condena del poder político” dice Lydia Cacho. En esta aldea se sufre y mucho. Sufrimos nosotras por hablar y sufren ellos por su necesidad de callarnos y controlarnos. Les resulta complicado y poco creíble que una mujer hable de política, que pregunte, que cuestione y que tenga una postura propia sobre determinados temas.

Sol Borja, periodista y editora de GK, ha dicho que a los políticos hombres les cuesta ser abordados por mujeres. “Muchas veces me han considerado ‘grosera’, ‘insistente’, ‘agresiva’ o ‘mandona’ por hacer el mismo trabajo de cualquier periodista hombre” dijo en 2018. Es que, Sol, cuando no nos dejamos pisotear, nos dicen que nuestro carácter es de mierda. 

Ya me imagino a algunos miembros de esta aldea global leyendo este artículo. Sus caras incrédulas, sus comentarios, sus reacciones. Es absurdo, dirán. Exageran, se victimizan, están locas, paranoicas. Esa es su realidad. Su parcela está controlada por la violencia y la dominación; la nuestra, por la defensa, la voz y la lucha por el respeto de nuestros derechos.

Mientras ellos discuten la legitimidad de nuestras letras y nos van catalogando de putas, locas, mozas, y sensibles, nosotras seguimos escribiendo, investigando, hablando. Siempre lo diré, hablar es nuestra revolución.  

“El medio es el mensaje” dijo Mcluhan y para comprender bien esa frase se necesita adentrarse a una serie de conceptos y contextos comunicacionales e históricos. Solo les puedo decir que nuestra voz es nuestro medio y no nos limitamos a los contenidos y a la información, ponemos ahí, justo donde incomoda, nuestras experiencias, nuestras demandas y una visión más crítica de las situaciones, vivencias y expresiones que van y vienen en nuestra aldea. 

Espero haber sido clara, y espero que mis palabras no se hayan dispersado en el complejo sistema interpretativo de los miembros de la aldea global. “La libertad de expresión no consiste en subir tuits a la red para descalificar a personas, de forma encubierta. Requiere la búsqueda de la verdad, y una labor concienzuda de investigación, documentación y contraste de fuentes”, dice Lydia Cacho. Eso, queridos miembros de esta comunidad, es lo que procuramos hacer, a pesar de la violencia, los insultos y los intentos de invalidación profesional, desde nuestros espacios. Eso hacemos nosotras, las mujeres, y sobre todo aquellas que podemos llamarnos periodistas.

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    Sí, somos una aldea. Vivimos las consecuencias de la interconectividad y de la información que nos golpea todos los días y a toda hora. No hay descanso. Somos una aldea porque pensamos que todo lo que sucede en nuestro metro cuadrado es lo que sucede en el mundo. Vemos a la sociedad, al país que habitamos, y a las personas que intervienen y se interrelacionan en él, dependiendo de la información que nos llegue y desde la mirada del medio y del emisor que la suelte, así, sin filtros, sin contextos, sin estilos. 

    En nuestra aldea, se piensa que las mujeres feministas deben ir a Afganistán para ratatatatata (onomatopeya de una ametralladora), sí, para que nos maten, más claro. En nuestra aldea se piensa que interpelar a los medios de comunicación y a sus periodistas cuando estos cometen errores y horrores que recaen en lo discriminatorio, racista y misógino, se trata de sensibilidades y debilidades. En nuestra aldea se piensa que hablar de violencia es ser radical, que eso no existe tal y como la vemos. Los habitantes de nuestra aldea piensan que la violencia política es otro invento y que la violencia digital contra las mujeres es un mecanismo que usamos para victimizarnos (porque nos encanta ser víctimas del patriarcado) y por eso, se burlan, por ejemplo, cuando hablamos de la violencia digital contra mujeres periodistas. 

    “Lo que no se nombra no existe” dijo George Steiner, así que hoy llego a su aldea con la siguiente información. Según la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, “la violencia digital o en línea contra la mujer es otra forma de violencia de género que se da en el ámbito o en el marco de uso de las Tecnologías  de la Información y Comunicación o TICs. Esta violencia contra la mujer es dirigida hacia ellas precisamente  por su condición de mujer o afecta a las mujeres desproporcionadamente”.

    Hace unos días Lidia Cacho, periodista mexicana escritora y defensora de los derechos humanos quien fue detenida y torturada por destapar una red de trata infantil en las que estaban involucrados empresarios y políticos mexicanos, publicó en su cuenta de Twitter las estadísticas del más reciente informe de la Unesco y la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (IWMF, por sus siglas en inglés). 

    Se encuestaron, para este informe, a más de 900 participantes de 125 países. Como conclusión, entre otros resultados, se determinó que el 73 % de las mujeres periodistas sufrió violencia en línea y que esta se ha convertido en un nuevo frente de la seguridad periodística. Los efectos de esta violencia van más allá de bloquear a unos cuantos trolls, como se denomina a ciertos miembros de nuestra aldea. Reconocerla nos permite identificar las consecuencias que atacan directamente a todos los niveles personales y sociales de una persona: físico, psicológico, social, político y económico. La violencia en línea retrasa, además, la posibilidad de las mujeres de involucrarse en el constante devenir de la sociedad por los miedos que esta causa en ellas. 

    Alejarse de las redes sociales es un factor que permite que aquellas activas en las tecnologías de comunicación no reciban estas manifestaciones de carácter violento por ende la censura y la autocensura han sido una de las principales consecuencias de estos actos.

    Según la Unesco, las mujeres periodistas suelen decidir luego de un ataque en línea no tener contacto con las redes sociales, no interactuar, evitar la participación del público en sus publicaciones y evitar cubrir ciertas historias que hayan generado en el pasado controversia o ataques masivos en las redes sociales.

    Esta tendencia al acoso o el abuso en línea, especialmente peligrosa para las periodistas, se da, según la Unesco a través de amenazas de violencia física o sexual y campañas de desinformación coordinadas que recurren a la misoginia y otras formas de discurso de odio. En los últimos años, se han registrado un aumento de los asesinatos de mujeres periodistas en todo el mundo. Según datos revelados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) , entre 2012 y 2016, al menos 38 periodistas fueron asesinadas en razón de su oficio, lo que representa el 7% de todos los homicidios de periodistas ocurridos en ese período.

    Es que nuestra voz les molesta.

    Estaban tan acostumbrados a la comodidad de nuestro silencio que ahora les hacemos ruido. Interpelamos al poder, a veces con miedo, sí, pero lo hacemos y hablamos de aquello que otros prefieren omitir o censurar. Estefanía Avella, periodista colombiana dice que “ser periodista y mujer en América Latina es ir en contra de la corriente”, porque aún hoy tenemos que seguir defendiéndonos para intentar poner sobre la mesa temas sobre igualdad, género, discriminaciones y abusos de poder.

    Natalia Rojas, periodista argentina, está segura de que nuestra profesión no escapa a la violencia. Dice que en su país la profesión está precarizada y que son las mujeres las que más padecen las consecuencias. Según la CIDH y la Relatoría Especial para la Libertad de Expresión, los actos más usuales de violencia basada en género reportados por las periodistas incluyen el maltrato verbal (63%), el maltrato psicológico (41%), la explotación económica (21%) y la violencia física (11%).

    “La libertad de expresión siempre está bajo condena del poder político” dice Lydia Cacho. En esta aldea se sufre y mucho. Sufrimos nosotras por hablar y sufren ellos por su necesidad de callarnos y controlarnos. Les resulta complicado y poco creíble que una mujer hable de política, que pregunte, que cuestione y que tenga una postura propia sobre determinados temas.

    Sol Borja, periodista y editora de GK, ha dicho que a los políticos hombres les cuesta ser abordados por mujeres. “Muchas veces me han considerado ‘grosera’, ‘insistente’, ‘agresiva’ o ‘mandona’ por hacer el mismo trabajo de cualquier periodista hombre” dijo en 2018. Es que, Sol, cuando no nos dejamos pisotear, nos dicen que nuestro carácter es de mierda. 

    Ya me imagino a algunos miembros de esta aldea global leyendo este artículo. Sus caras incrédulas, sus comentarios, sus reacciones. Es absurdo, dirán. Exageran, se victimizan, están locas, paranoicas. Esa es su realidad. Su parcela está controlada por la violencia y la dominación; la nuestra, por la defensa, la voz y la lucha por el respeto de nuestros derechos.

    Mientras ellos discuten la legitimidad de nuestras letras y nos van catalogando de putas, locas, mozas, y sensibles, nosotras seguimos escribiendo, investigando, hablando. Siempre lo diré, hablar es nuestra revolución.  

    “El medio es el mensaje” dijo Mcluhan y para comprender bien esa frase se necesita adentrarse a una serie de conceptos y contextos comunicacionales e históricos. Solo les puedo decir que nuestra voz es nuestro medio y no nos limitamos a los contenidos y a la información, ponemos ahí, justo donde incomoda, nuestras experiencias, nuestras demandas y una visión más crítica de las situaciones, vivencias y expresiones que van y vienen en nuestra aldea. 

    Espero haber sido clara, y espero que mis palabras no se hayan dispersado en el complejo sistema interpretativo de los miembros de la aldea global. “La libertad de expresión no consiste en subir tuits a la red para descalificar a personas, de forma encubierta. Requiere la búsqueda de la verdad, y una labor concienzuda de investigación, documentación y contraste de fuentes”, dice Lydia Cacho. Eso, queridos miembros de esta comunidad, es lo que procuramos hacer, a pesar de la violencia, los insultos y los intentos de invalidación profesional, desde nuestros espacios. Eso hacemos nosotras, las mujeres, y sobre todo aquellas que podemos llamarnos periodistas.

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