¿Por qué las rejas del Malecón son removibles?

Aquiles Álvarez, alcalde electo de Guayaquil, dice que uno de sus sueños es sacar las rejas del Malecón 2000. ¿Es esta la posibilidad de ver desde otra perspectiva nuestra ciudad después de 31 años de gobernanza del Partido Social Cristiano? ¿Somos sujetos regenerados? 

JÉSSICA ZAMBRANO

“Graben el derrumbe de las rejas 

del Malecón como si fuera nuestro muro de Berlín”.

Un usuario de Twitter

Las rejas del Malecón 2000 están empernadas. Es decir, son fácilmente removibles. Para el arquitecto Carlos Alberto Fernández —quien entre 1995 y 2004 trabajó como vocero técnico de los proyectos de regeneración urbana Malecón 2000 y Malecón del Estero Salado— esa facilidad de remoción fue intencional: darles una temporalidad.

Parece haber llegado el momento. Aquiles Álvarez, alcalde electo de Guayaquil, quien por primera vez en 31 años no integra las filas del Partido Social Cristiano como sus tres antecesores, ha propuesto sacar las rejas, al menos de manera progresiva. Dijo, además, que creará mesas técnicas para este y otros proyectos de planificación de agendas urbanas.

Frente a la posibilidad de que esta propuesta se haga realidad, en medio de una ola de violencia que ha convertido a Guayaquil en una de las 50 ciudades más peligrosas del mundo, hay dos posturas: quienes consideran que hacerlo sería un atentado a la seguridad y los otros, quienes apelan a esa proximidad con el borde, el Río Guayas, el origen de la ciudad.

Cuando Fernández asumió la vocería técnica del proyecto Malecón 2000, su equipo y él tenían la consigna de darle energía al centro que estaba en un rápido deterioro. Propusieron recuperar el borde de la ciudad, a partir del estudio de casos de éxito como la recuperación de los Muelles Reales, en Londres; la Barceloneta y la vía Olímpica, proyectos que tras las Olimpiadas del 92 en Barcelona permitieron que la ciudad recupere su conexión con el Meditarráneo; el otro ejemplo fue Puerto Madero, en Buenos Aires, un proyecto del ingeniero Eduardo Madero para recuperar el antiguo puerto.

Recuperar el borde es una noción arquitectónica que identifica un límite geográfico como el río o las playas, fronteras visibles y abiertas, que le otorgan identidad y sentido a un lugar. Recuperarlo significa construir modelos para habitarlo.

“El Malecón fue un medio para recuperar el borde, no el fin”, dice Fernández en una entrevista con INDÓMITA, desde su estudio en Lima, Perú, donde la ciudad tiene una relación próxima con el mar y un Malecón que permite verlo de cerca.

En el proyecto Malecón 2000 hay una serie de estrategias que pretenden recuperar formas de aproximarse al borde: una de ellas son los miradores para ver desde lo alto al Río y que hacerlo no sea un privilegio de quienes habitan los edificios frente a él.

Las piletas de colores replican el primer recuerdo que tenían las personas del antiguo Malecón, llamado Paseo de las Colonias, de acuerdo con la  investigación previa a la propuesta y construcción del Malecón realizada por Fernández.

Las piletas en la entrada de la 9 de octubre, donde se supone entraría un 80% de la gente caminando, marcan una división entre la calle y el borde. Según cuenta Fernández, el Malecón 2000 tuvo un plan para mediar entre la ciudad y su río, entre los habitantes y la historia del lugar en el que viven.

“Muchas veces las ciudades pierden su razón de ser y eso es muy grave. Los ciudadanos tienen que saber qué es su ciudad, los niños tienen que saber que su ciudad es vital, por qué queda aquí y no en otro lugar. Cuando eso no se entiende se llama el principio del fin. Como diría Mafalda es el empezóse del acabóse. Todas las ciudades que han sufrido eso enfrentan la obsolescencia y eso trae la degradación social. No es un tema de estética, sino un tema profundamente social”, dice Fernández.

Tira cómica de Mafalda

§

En un grabado de 1837, del francés Barthelemy Lauvergne, vemos a otro Guayaquil, al naciente, donde unas mujeres se bañan desnudas en uno de los esteros que colindaban con el río y luchan con unos lagartos. La ciudad tiene unas cuantas casas pequeñas, la iglesia es la más alta de ellas y el borde está cerca de la gente. Las personas conviven con el agua.

Grabado de Barthelemy Lauvergne
Grabado de Barthelemy Lauvergne

En los 80, en unas fotografías de Marina Paolinelli, una de las primeras fotoperiodistas de Guayaquil, se ve a un ciudadano pedaleando cerca de la Torre Morisca.

La Torre Morisca y un ciudadano en bicicleta. Marina Paolinelli

Desde que el Malecón tiene rejas y horarios, las personas no dejan de caminar alrededor de él. Cuando está cerrado caminan afuera. Caminar afuera de un espacio que se supone público se siente como ser expulsado, como si el gobierno local nos expusiera a aquello que dice querer proteger: la seguridad de las cosas, por la seguridad de los ciudadanos.

Un parque con rejas es un parque en el que alguien más tiene la llave. La pregunta es quién, por qué y cuándo lo va a abrir. El Malecón es algo más grande que un parque. Tiene 2.5 km paralelos al río Guayas, al que le impusieron horarios para ser visto. Un borde que sigue siendo de pocos.

Cuando somos niños nos enseñan a caminar en andador o tomándonos de los brazos hasta que podemos hacerlo solos. La temporalidad con la que se pusieron las rejas del Malecón debería hacernos pensar en los 31 años que tuvimos para recuperar el centro y en la apropiación del espacio público desde los ciudadanos, el Malecón como un medio y no como un fin. Si después de todo este tiempo los ciudadanos no podemos hacernos cargo ¿funcionan las rejas? ¿Esa es la ciudad en la que queremos vivir?

§

Cada vez que la arquitecta Ana María León regresa a su ciudad natal, Guayaquil, desde su residencia en Cambridge, camina. Camina por el centro, aunque muchos de sus familiares y amigos lo consideran peligroso. “Uno termina creyendo que caminar en el espacio público es exponerse a que te hagan daño y esa sensación se refuerza. La seguridad como argumento para mantener las rejas es una forma de decirte que el espacio no es tuyo”, dice León.

En su artículo La domesticación de los urbanitas en el Guayaquil contemporáneo, el antropólogo X. Andrade sostiene que hay un “sujeto regenerado”, un correlato de la guayaquileñidad que se ha ido construyendo desde la administración socialcristiana a partir de una fe ciega en sus políticas y de ciertos discursos que se expanden en programas como Aprendamos. Ambos se apoyan en una limpieza social.

De esta última devienen principalmente la eliminación de kioscos tradicionales del centro, al que el mismo discurso llamaría “emprendimientos” si se tratara de grandes cadenas de negocios; así como la exclusión de vendedores informales que día a día saltan la reja para esconderse de los guardias y vender sus mercancías dentro del Malecón 2000. Pero también, dentro de esta limpieza se encuentran las manifestaciones sociales con discursos como “que los indígenas se queden en el páramo”, una declaración de Nebot cuando ya no era alcalde de la ciudad, a propósito de las protestas sociales de 2019.

“El espacio público continúa atestiguando procesos de contestación a la exclusión sistemática de ciertos sujetos”, dice Andrade.

La exclusión llega también para quienes han querido tomar ese espacio próximo al río —al borde— para protestar. Hace poco, los guardias del lugar agredieron a un grupo de manifestantes, la mayoría de ellas mujeres, por querer caminar por el malecón cantando consignas con tambores de una batucada feminista. Además de una configuración sobre la seguridad, hay una configuración sobre los discursos que se pueden introducir en él. El silencio es una constante.

En las rejas que se levantan en el Malecón 2000, que son parte del proceso que la administración socialcristiana llamó Regeneración urbana —que parodia X. Andrade—, hay un discurso más grande que la seguridad.

Después de la victoria de León Febres-Cordero, el primero de los tres alcaldes del PSC que han gobernado la ciudad (le siguen Jaime Nebot y Cynthia Viteri), el Municipio se cerró para implantar una limpieza. La inestabilidad de las anteriores administraciones reforzó un discurso sobre la transformación de Guayaquil y aquella fe ciega en la administración que llegó para cambiar y establecer un supuesto orden de todo.

Se fijaron nuevos objetivos de remodelación que plantearon, entre otras cosas, recuperar el centro, como dice Fernández.

Sin embargo, para urbanistas como Marcela Blacio, “el abandono residencial del área céntrica se agravó con un Malecón que le da la espalda al río y que a la vez, con las rejas, crea una barrera que impide su integración con el centro. No se ha vuelto a generar valor en el casco urbano central. Las expectativas abiertas para la inversión inmobiliaria con el Malecón 2000 mantienen algunos terrenos ocupados como playas de estacionamientos en espera de la anhelada rehabilitación del área céntrica».

Agrega que «el Malecón constituye un espacio público privilegiado por ser puerto, sitio fundacional de la ciudad, de gran accesibilidad y centralidad y dotado de infraestructura y de equipamiento urbano. Su condición de propiedad pública debiera garantizar el acceso libre de toda la población”.

Las rejas no logran darle acceso a toda la población. Con el discurso de que “la gente daña” o “no habrá seguridad” hay también un prejuicio de los otros. ¿Quiénes son los que acceden al espacio y no dañan? ¿Con quiénes nos sentimos seguros transitando el espacio público? La ciudad nos sigue siendo distante, cuando debería propiciar espacios en el que nos encontremos todos, según plantea León.

Recuperar el borde, el río, parte de experiencias comprobadas en ciudades como Buenos Aires, Barcelona, Londres. En experiencias más cercanas está la vida próxima al río Tomebamba que recorre Cuenca, o el parque El Ejido, en Quito. De manera más radical en nuestra ruta costera están las playas. Nadie levanta unas rejas camino al borde.

Última guardia. Fotografía de Ricardo Bohórquez

Para el arquitecto y fotógrafo Ricardo Bohórquez sacar las rejas es un gesto simbólico. «pero me parece que … es solo un truco. Puede ser que sea necesario, pero hay que analizar muchos factores».

Con Bohórquez coinciden León y Fernández. El trabajo de recuperar el centro y aproximarnos al río se debe construir entre todos. Si las rejas han sido un mecanismo de contención y sacarlas nos regresa 20 años atrás, donde se cree que la infraestructura pública va a ser destruida por sus propios ciudadanos, significa que hay otros problemas que han crecido alrededor de ellas.

“Aquí debería empezar un nuevo proceso en el que eliminamos las rejas para construir una apropiación de la ciudad entre todos”, dice León.

Guayaquil debería desmontar sus rejas para desbaratar aquello que el modelo de regeneración urbana ha fortalecido: la exclusión de unos por la seguridad de unos pocos.

Esta es una posibilidad de probar que las rejas no nos han transformado como ciudadanos, es más, fracasaron y profundizaron las desigualdades y los prejuicios que tenemos sobre quiénes somos y la forma en la que convivimos en la ciudad. Es hora de transitar y mirarnos a los ojos.

 

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    Aquiles Álvarez, alcalde electo de Guayaquil, dice que uno de sus sueños es sacar las rejas del Malecón 2000. ¿Es esta la posibilidad de ver desde otra perspectiva nuestra ciudad después de 31 años de gobernanza del Partido Social Cristiano? ¿Somos sujetos regenerados? 

    JÉSSICA ZAMBRANO

    “Graben el derrumbe de las rejas 

    del Malecón como si fuera nuestro muro de Berlín”.

    Un usuario de Twitter

    Las rejas del Malecón 2000 están empernadas. Es decir, son fácilmente removibles. Para el arquitecto Carlos Alberto Fernández —quien entre 1995 y 2004 trabajó como vocero técnico de los proyectos de regeneración urbana Malecón 2000 y Malecón del Estero Salado— esa facilidad de remoción fue intencional: darles una temporalidad.

    Parece haber llegado el momento. Aquiles Álvarez, alcalde electo de Guayaquil, quien por primera vez en 31 años no integra las filas del Partido Social Cristiano como sus tres antecesores, ha propuesto sacar las rejas, al menos de manera progresiva. Dijo, además, que creará mesas técnicas para este y otros proyectos de planificación de agendas urbanas.

    Frente a la posibilidad de que esta propuesta se haga realidad, en medio de una ola de violencia que ha convertido a Guayaquil en una de las 50 ciudades más peligrosas del mundo, hay dos posturas: quienes consideran que hacerlo sería un atentado a la seguridad y los otros, quienes apelan a esa proximidad con el borde, el Río Guayas, el origen de la ciudad.

    Cuando Fernández asumió la vocería técnica del proyecto Malecón 2000, su equipo y él tenían la consigna de darle energía al centro que estaba en un rápido deterioro. Propusieron recuperar el borde de la ciudad, a partir del estudio de casos de éxito como la recuperación de los Muelles Reales, en Londres; la Barceloneta y la vía Olímpica, proyectos que tras las Olimpiadas del 92 en Barcelona permitieron que la ciudad recupere su conexión con el Meditarráneo; el otro ejemplo fue Puerto Madero, en Buenos Aires, un proyecto del ingeniero Eduardo Madero para recuperar el antiguo puerto.

    Recuperar el borde es una noción arquitectónica que identifica un límite geográfico como el río o las playas, fronteras visibles y abiertas, que le otorgan identidad y sentido a un lugar. Recuperarlo significa construir modelos para habitarlo.

    “El Malecón fue un medio para recuperar el borde, no el fin”, dice Fernández en una entrevista con INDÓMITA, desde su estudio en Lima, Perú, donde la ciudad tiene una relación próxima con el mar y un Malecón que permite verlo de cerca.

    En el proyecto Malecón 2000 hay una serie de estrategias que pretenden recuperar formas de aproximarse al borde: una de ellas son los miradores para ver desde lo alto al Río y que hacerlo no sea un privilegio de quienes habitan los edificios frente a él.

    Las piletas de colores replican el primer recuerdo que tenían las personas del antiguo Malecón, llamado Paseo de las Colonias, de acuerdo con la  investigación previa a la propuesta y construcción del Malecón realizada por Fernández.

    Las piletas en la entrada de la 9 de octubre, donde se supone entraría un 80% de la gente caminando, marcan una división entre la calle y el borde. Según cuenta Fernández, el Malecón 2000 tuvo un plan para mediar entre la ciudad y su río, entre los habitantes y la historia del lugar en el que viven.

    “Muchas veces las ciudades pierden su razón de ser y eso es muy grave. Los ciudadanos tienen que saber qué es su ciudad, los niños tienen que saber que su ciudad es vital, por qué queda aquí y no en otro lugar. Cuando eso no se entiende se llama el principio del fin. Como diría Mafalda es el empezóse del acabóse. Todas las ciudades que han sufrido eso enfrentan la obsolescencia y eso trae la degradación social. No es un tema de estética, sino un tema profundamente social”, dice Fernández.

    Tira cómica de Mafalda

    §

    En un grabado de 1837, del francés Barthelemy Lauvergne, vemos a otro Guayaquil, al naciente, donde unas mujeres se bañan desnudas en uno de los esteros que colindaban con el río y luchan con unos lagartos. La ciudad tiene unas cuantas casas pequeñas, la iglesia es la más alta de ellas y el borde está cerca de la gente. Las personas conviven con el agua.

    Grabado de Barthelemy Lauvergne
    Grabado de Barthelemy Lauvergne

    En los 80, en unas fotografías de Marina Paolinelli, una de las primeras fotoperiodistas de Guayaquil, se ve a un ciudadano pedaleando cerca de la Torre Morisca.

    La Torre Morisca y un ciudadano en bicicleta. Marina Paolinelli

    Desde que el Malecón tiene rejas y horarios, las personas no dejan de caminar alrededor de él. Cuando está cerrado caminan afuera. Caminar afuera de un espacio que se supone público se siente como ser expulsado, como si el gobierno local nos expusiera a aquello que dice querer proteger: la seguridad de las cosas, por la seguridad de los ciudadanos.

    Un parque con rejas es un parque en el que alguien más tiene la llave. La pregunta es quién, por qué y cuándo lo va a abrir. El Malecón es algo más grande que un parque. Tiene 2.5 km paralelos al río Guayas, al que le impusieron horarios para ser visto. Un borde que sigue siendo de pocos.

    Cuando somos niños nos enseñan a caminar en andador o tomándonos de los brazos hasta que podemos hacerlo solos. La temporalidad con la que se pusieron las rejas del Malecón debería hacernos pensar en los 31 años que tuvimos para recuperar el centro y en la apropiación del espacio público desde los ciudadanos, el Malecón como un medio y no como un fin. Si después de todo este tiempo los ciudadanos no podemos hacernos cargo ¿funcionan las rejas? ¿Esa es la ciudad en la que queremos vivir?

    §

    Cada vez que la arquitecta Ana María León regresa a su ciudad natal, Guayaquil, desde su residencia en Cambridge, camina. Camina por el centro, aunque muchos de sus familiares y amigos lo consideran peligroso. “Uno termina creyendo que caminar en el espacio público es exponerse a que te hagan daño y esa sensación se refuerza. La seguridad como argumento para mantener las rejas es una forma de decirte que el espacio no es tuyo”, dice León.

    En su artículo La domesticación de los urbanitas en el Guayaquil contemporáneo, el antropólogo X. Andrade sostiene que hay un “sujeto regenerado”, un correlato de la guayaquileñidad que se ha ido construyendo desde la administración socialcristiana a partir de una fe ciega en sus políticas y de ciertos discursos que se expanden en programas como Aprendamos. Ambos se apoyan en una limpieza social.

    De esta última devienen principalmente la eliminación de kioscos tradicionales del centro, al que el mismo discurso llamaría “emprendimientos” si se tratara de grandes cadenas de negocios; así como la exclusión de vendedores informales que día a día saltan la reja para esconderse de los guardias y vender sus mercancías dentro del Malecón 2000. Pero también, dentro de esta limpieza se encuentran las manifestaciones sociales con discursos como “que los indígenas se queden en el páramo”, una declaración de Nebot cuando ya no era alcalde de la ciudad, a propósito de las protestas sociales de 2019.

    “El espacio público continúa atestiguando procesos de contestación a la exclusión sistemática de ciertos sujetos”, dice Andrade.

    La exclusión llega también para quienes han querido tomar ese espacio próximo al río —al borde— para protestar. Hace poco, los guardias del lugar agredieron a un grupo de manifestantes, la mayoría de ellas mujeres, por querer caminar por el malecón cantando consignas con tambores de una batucada feminista. Además de una configuración sobre la seguridad, hay una configuración sobre los discursos que se pueden introducir en él. El silencio es una constante.

    En las rejas que se levantan en el Malecón 2000, que son parte del proceso que la administración socialcristiana llamó Regeneración urbana —que parodia X. Andrade—, hay un discurso más grande que la seguridad.

    Después de la victoria de León Febres-Cordero, el primero de los tres alcaldes del PSC que han gobernado la ciudad (le siguen Jaime Nebot y Cynthia Viteri), el Municipio se cerró para implantar una limpieza. La inestabilidad de las anteriores administraciones reforzó un discurso sobre la transformación de Guayaquil y aquella fe ciega en la administración que llegó para cambiar y establecer un supuesto orden de todo.

    Se fijaron nuevos objetivos de remodelación que plantearon, entre otras cosas, recuperar el centro, como dice Fernández.

    Sin embargo, para urbanistas como Marcela Blacio, “el abandono residencial del área céntrica se agravó con un Malecón que le da la espalda al río y que a la vez, con las rejas, crea una barrera que impide su integración con el centro. No se ha vuelto a generar valor en el casco urbano central. Las expectativas abiertas para la inversión inmobiliaria con el Malecón 2000 mantienen algunos terrenos ocupados como playas de estacionamientos en espera de la anhelada rehabilitación del área céntrica».

    Agrega que «el Malecón constituye un espacio público privilegiado por ser puerto, sitio fundacional de la ciudad, de gran accesibilidad y centralidad y dotado de infraestructura y de equipamiento urbano. Su condición de propiedad pública debiera garantizar el acceso libre de toda la población”.

    Las rejas no logran darle acceso a toda la población. Con el discurso de que “la gente daña” o “no habrá seguridad” hay también un prejuicio de los otros. ¿Quiénes son los que acceden al espacio y no dañan? ¿Con quiénes nos sentimos seguros transitando el espacio público? La ciudad nos sigue siendo distante, cuando debería propiciar espacios en el que nos encontremos todos, según plantea León.

    Recuperar el borde, el río, parte de experiencias comprobadas en ciudades como Buenos Aires, Barcelona, Londres. En experiencias más cercanas está la vida próxima al río Tomebamba que recorre Cuenca, o el parque El Ejido, en Quito. De manera más radical en nuestra ruta costera están las playas. Nadie levanta unas rejas camino al borde.

    Última guardia. Fotografía de Ricardo Bohórquez

    Para el arquitecto y fotógrafo Ricardo Bohórquez sacar las rejas es un gesto simbólico. «pero me parece que … es solo un truco. Puede ser que sea necesario, pero hay que analizar muchos factores».

    Con Bohórquez coinciden León y Fernández. El trabajo de recuperar el centro y aproximarnos al río se debe construir entre todos. Si las rejas han sido un mecanismo de contención y sacarlas nos regresa 20 años atrás, donde se cree que la infraestructura pública va a ser destruida por sus propios ciudadanos, significa que hay otros problemas que han crecido alrededor de ellas.

    “Aquí debería empezar un nuevo proceso en el que eliminamos las rejas para construir una apropiación de la ciudad entre todos”, dice León.

    Guayaquil debería desmontar sus rejas para desbaratar aquello que el modelo de regeneración urbana ha fortalecido: la exclusión de unos por la seguridad de unos pocos.

    Esta es una posibilidad de probar que las rejas no nos han transformado como ciudadanos, es más, fracasaron y profundizaron las desigualdades y los prejuicios que tenemos sobre quiénes somos y la forma en la que convivimos en la ciudad. Es hora de transitar y mirarnos a los ojos.

     

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