Las mujeres de Fiebre de Carnaval nos hablan de sororidad

Para la escritora Yuliana Ortiz Ruano la sororidad, además de ser un término del feminismo, es un rasgo de las comunidades afrodescendientes que nos enseña a practicar la horizontalidad. 

JÉSSICA ZAMBRANO

En Fiebre de Carnaval, la primera novela de la escritora esmeraldeña Yuliana Ortiz Ruano, todas las mujeres han sido paridas por una diosa negra: Mamá Doma.

Ella es el sacrificio y la fortaleza, quien, a pesar de haber muerto, las mira a todas desde un rincón de la casa de la abuela. «La mirada de una diosa negra, negrísima, sobre todas las cosas», dice la voz de la protagonista de esta historia, Ainhoa.

Mamá Doma es la diosa a quien quiere rezarle Ainhoa y no a un dios que quiere que le levanten plegarias a las cuatro de la mañana. Es Mamá Doma quien les enseñó a protegerse, acompañarse y salvarse con brebajes extraños del  dolor que suda las sábanas por las noches en la cama de Ainhoa, quien crece y cree que la vida puede ser el goce de la fiesta que se baila; y quien no entiende demasiado el amor doloroso de los hombres que la rodean ni el despojo de la casa en la que están todas sus ñañas.

En Fiebre de Carnaval hay madres, tías y hermanas, pero todas son ñañas. Está Rita, la flaca, a quien por bonita no la dejan de salir de casa; la ñaña Antonia, la hija inteligente que recita poemas como mecanismo para escapar del amor terrible de los hombres; la ñaña Teresa que viene de Quito de vez en cuando; Noris, que ha traspasado el umbral de la limpieza y es casi de la familia; la Mami Checho que es de agua y es posible ver sus olas a través de la piel y la mami Nela que teje los fines de semana y conserva una casa grande y extraña.

Más que un matriarcado, Yuliana Ortiz prefiere llamarla una comunidad mujerista, un término que plantea la escritora afroamericana Alice Walker en su libro El color púrpura.

El color púrpura, Alice Walker

Para Yuliana Ortiz, la sororidad es muy africana, y como otros rituales y tradiciones que conectan a Esmeraldas —el lugar del cual escribe y configura en su novela— con África, es una práctica que se extiende en la familia.

“Las mujeres esmeraldeñas tienen una presencia muy fuerte, todo el mundo tiene su abuela que manda, su tía, su madre que sabe las recetas. Para bien o para mal, las mujeres son lo que quieren ser, son una voz potente”, dijo Yuliana en un diálogo que tuvimos sobre su novela.

Yuliana cree que por esas mujeres que son parte de su familia, hoy escribe. “Yo siempre dije que quería ser escritora y la rebeldía por serlo es porque soy igual a ellas: desde mi lugar he hecho lo que he querido. Las mujeres de mi familia hacen lo que quieren”.

El ñañerío de Fiebre de Carnaval viene de mujeres que fueron madres  jóvenes y que no querían que las llamen tías. “Decirle ñaña a alguien es reclamar una juventud, es una cuestión de cuidado. Todas maternan, se protegen, me gusta la idea de la ñaña porque no solo es una maternidad extendida, sino una hermandad, una horizontalidad entre la cuidadora y el cuidado, la compañera”, cuenta Yuliana.

Angela Davis propone una familia extensa.

El cuidado en las familias afro surge de una noción que se llama familia extendida, en lugar de la familia tradicional y nuclear. Aparece en la literatura de Alice Walker cuando la protagonista de El color púrpura dice “a las mujeres sí las miro, porque a ellas no les tengo miedo”. Surge en el activismo de Angela Davis —otra afroamericana que se convirtió en un símbolo de la lucha antiracista y socialista— cuando, como parte del grupo Pantera Negra, puso la lucha por los derechos femeninos al mismo nivel de la lucha de clases y racial; y promovió, dentro de su discurso, el modelo africano de familia extensa. Esta noción surge en coherencia con el despojo del lugar de origen, ante la posibilidad de volver a encontrarse en nuevos espacios después de la diáspora.

La noción de familia extendida va junto con la del clan. “Es una entidad que reagrupa a todas las personas que creen tener un mismo ancestro mítico en común”. 

Yuliana Ortiz recuerda el relato de un grupo de mujeres de una isla esmeraldeña que viajaron a cedularse juntas y prepararon su regreso para defenderse porque sus maridos iban a pegarles por sacar un documento de identidad, del cual pudieran reconocer un origen y un derecho. El poder de las mujeres afro hoy se expande sororamente por el mundo ante la necesidad de protestar por las que ya no están, ante los despojos, ante la inequidad, ante la necesidad de compartir el camino para protegernos de lo que nos enseñaron y callamos aunque nos hacía mal.

Las mujeres de Fiebre de Carnaval nos cuentan que todas tenemos una Mamá Doma que nos mira.

 

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    JÉSSICA ZAMBRANO

    En Fiebre de Carnaval, la primera novela de la escritora esmeraldeña Yuliana Ortiz Ruano, todas las mujeres han sido paridas por una diosa negra: Mamá Doma.

    Ella es el sacrificio y la fortaleza, quien, a pesar de haber muerto, las mira a todas desde un rincón de la casa de la abuela. «La mirada de una diosa negra, negrísima, sobre todas las cosas», dice la voz de la protagonista de esta historia, Ainhoa.

    Mamá Doma es la diosa a quien quiere rezarle Ainhoa y no a un dios que quiere que le levanten plegarias a las cuatro de la mañana. Es Mamá Doma quien les enseñó a protegerse, acompañarse y salvarse con brebajes extraños del  dolor que suda las sábanas por las noches en la cama de Ainhoa, quien crece y cree que la vida puede ser el goce de la fiesta que se baila; y quien no entiende demasiado el amor doloroso de los hombres que la rodean ni el despojo de la casa en la que están todas sus ñañas.

    En Fiebre de Carnaval hay madres, tías y hermanas, pero todas son ñañas. Está Rita, la flaca, a quien por bonita no la dejan de salir de casa; la ñaña Antonia, la hija inteligente que recita poemas como mecanismo para escapar del amor terrible de los hombres; la ñaña Teresa que viene de Quito de vez en cuando; Noris, que ha traspasado el umbral de la limpieza y es casi de la familia; la Mami Checho que es de agua y es posible ver sus olas a través de la piel y la mami Nela que teje los fines de semana y conserva una casa grande y extraña.

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    El color púrpura, Alice Walker

    Para Yuliana Ortiz, la sororidad es muy africana, y como otros rituales y tradiciones que conectan a Esmeraldas —el lugar del cual escribe y configura en su novela— con África, es una práctica que se extiende en la familia.

    “Las mujeres esmeraldeñas tienen una presencia muy fuerte, todo el mundo tiene su abuela que manda, su tía, su madre que sabe las recetas. Para bien o para mal, las mujeres son lo que quieren ser, son una voz potente”, dijo Yuliana en un diálogo que tuvimos sobre su novela.

    Yuliana cree que por esas mujeres que son parte de su familia, hoy escribe. “Yo siempre dije que quería ser escritora y la rebeldía por serlo es porque soy igual a ellas: desde mi lugar he hecho lo que he querido. Las mujeres de mi familia hacen lo que quieren”.

    El ñañerío de Fiebre de Carnaval viene de mujeres que fueron madres  jóvenes y que no querían que las llamen tías. “Decirle ñaña a alguien es reclamar una juventud, es una cuestión de cuidado. Todas maternan, se protegen, me gusta la idea de la ñaña porque no solo es una maternidad extendida, sino una hermandad, una horizontalidad entre la cuidadora y el cuidado, la compañera”, cuenta Yuliana.

    Angela Davis propone una familia extensa.

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