En su búsqueda por la palabra ánima, alma, vida, la artista Lisbeth Carvajal se detiene a pensar en aquella definición en la que el tiempo puede retenerse. En una entrevista con INDÓMITA, la artista dice que buscó «trabajar el traspaso del tiempo».
Lisbeth Carvajal reconstruye el paisaje de sus viajes a la playa esmeraldeña de Súa con su familia, cuando era una adolescente. Lo hace desde la nostalgia. A través del dibujo, la instalación y la escultura crea un ocaso sin tiempo definido, una playa sin playa, las formas de la vida sin vida.
En El Ánimo de lo Inefable, su más reciente muestra individual, exhibida en Casa del Barrio hasta el 6 de agosto de 2022, Carvajal prescinde de la abundancia del grafito, material que tradicionalmente ha usado en gran parte de su obra, convirtiéndola en el tono de su trabajo.
Esta vez su muestra tiene una dualidad, que más que definirse por los colores del paisaje, tiene la intención de usar el atardecer para tratar de replicar el paso del tiempo, el alargamiento de las sombras, la caída de la luz y la entrada de la noche, un período en el que la vida acaba, se guarda y quedan sus rastros.
Un recuerdo particular hila la muestra y es el encuentro fortuito de la artista con un barco debajo de la arena en esta playa esmeraldeña a la que iba con su familia en la adolescencia, cuando también vivía en esa provincia y Guayaquil era una ciudad a la que solo llegaba de visita, a la que sus padres volvían para reencontrarse con sus familiares o resolver los trámites que no podían en la ruralidad de Esmeraldas.
Carvajal cuenta en un recorrido por la muestra, que si bien esta no es la primera exhibición individual que presenta, sí es la primera vez en la que cada pieza está pensada para contar una historia. En ello se encuentra la posibilidad de integrarse al espacio, como si esta casa cincuentera también fuera parte de las palmeras que gravitan con el viento, o del barco carcomido por el tiempo al que merodean algunos cangrejos de orilla y que se convierte en nada en esta playa desierta.
La artista se cuestiona a partir de la nostalgia la pérdida del hábitat. Lo hace desde Guayaquil, una ciudad en la que hay palmeras como el paisaje que recrea, pero están fuera de su entorno natural, lo hace desde una ciudad de ríos caudalosos que no pueden ser habitados. Piensa en el fin de los ecosistemas naturales en todo el mundo y cómo desde sus recuerdos puede aproximarse a ellos a través de esta muestra.
En esta muestra posiblemente el rastro más claro de que hubo vida sea la mandíbula de un pez, que en lugar de estar cerca del mar que se ausenta en cada pieza de esta muestra, aparece dentro de una cisterna. “Es un lugar donde hay agua pero es un agua estancada. El pez es lo más vivo de esta muestra”.
De allí el ánimo de lo inefable, el afán por encontrar la esencia de la vida, “aquella energía de lo que no podemos poner en palabras, que podría ser el alma”, dice Carvajal.