Por más mujeres y menos ‘girl bosses’ en la historia

A las mujeres de nuestra historia hay que entenderlas dentro de un contexto complejo antes que esperar que cumplan un estándar imposible e injusto, incluso para parámetros modernos.

CARLA V. PATIÑO

En los últimos años, a partir de la popularización del feminismo liberal, se acuñó un término que se ha masificado hasta el cansancio: girl boss. Se usa para hablar de una mujer empoderada que lanza soliloquios que suenan vagamente feministas en alguna campaña publicitaria y que disimula muy bien que intenta vender algo. Al final, terminamos frente a una caricatura del feminismo: digerible para el consumidor promedio y, aunque finge hacerlo, no intenta derribar ninguna estructura de poder.

El término fue acuñado por la empresaria estadounidense Sophia Amoruso en un libro homónimo, publicado en 2014. Parecería que desde su inserción en el vocabulario pop, el término se ha esparcido sin piedad a todos los ámbitos posibles. Sin embargo, recientemente ha ganado connotación negativa, dado que se lo asocia a una comodificación del feminismo para efectos de marketing. Un feminismo que se presenta con una solución sencilla y nos dice que, trabajando lo suficiente, nosotras también podemos llegar a ser girlbosses, ignorando factores interseccionales como raza, posición económica, sexualidad entre muchas otras. Y esa misma girlbossificación (convertir en ‘girl boss’ a nuestras referentes) la hemos empezado a usar en mujeres históricas.

El 21 de noviembre de 2019, Google dedicó un doodle como homenaje a Matilde Hidalgo de Prócel, a propósito de su natalicio 132. Matilde (Loja, 1889–Guayaquil, 1974) fue la primera sufragista de Latinoamérica y es un hito de la lucha continua por la igualdad de las mujeres en la región. Sin embargo, a propósito del doodle, surgieron críticas válidas cuestionando por qué la llamamos con su apellido de casada. 

Matilde Hidalgo de Prócel. Esa costumbre, que aún muchas mujeres adoptan, en donde se adopta el apellido del marido como un accesorio del propio. Carla Patiño de Fulano. Diferenciar el apellido de soltera y de casada me es muy ajeno, como a la mayoría de mujeres de mi generación. En mi caso, por haber sido criada en un ambiente en donde todas las figuras de autoridad eran mujeres, cualquier vestigio masculino era nada más fantasmal. 

Hay una tendencia particular, que ha surgido junto con el feminismo liberal, en donde convertimos a mujeres de la historia en figurillas perfectas incapaces de errar. La infantilización y el girlbossification de las mujeres en la historia es crónica, olvidando que, si bien es cierto fueron precursoras en su tiempo, también sufrieron de sus propias contradicciones. Así como cualquiera de nosotras hoy en día.

Matilde logró el derecho al voto, aunque fuese opcional y rigiese sólo para mujeres letradas. En un país con desigualdades sistemáticas en contra de mujeres, especialmente de la clase obrera, campesinas e indígenas, es entendible por qué muy pocas de ellas ejercían este derecho. Esta participación no aumentó sino hasta 1978, cuando el derecho al voto se declaró obligatorio. No sé si es relevante pensar si Matilde hoy en día habría usado su apellido de casada o no. Pero me parece que frente a todo lo logrado, y lo que aún falta por lograr, eso es irrelevante.

Olvidamos que los procesos históricos nunca son lineales y que, si bien es cierto, la propia Matilde ocupó cargos públicos durante su vida, las mujeres al día de hoy tienen menos de una quinta parte de los cargos a nivel ministerial. Y, a pesar de representar el 51% de la población de acuerdo con el último censo de población de Ecuador, la presencia de mujeres en diferentes niveles del gobierno está en menos del 6%.

Sospecho que parte del porqué ha resultado fácil esta comodificación y proceso de girlbossification a mujeres históricas, nace de nuestra propia necesidad de reflejarnos en el otro. Es imposible evitarla porque nuestra empatía es limitada y la historia, tal como la conocemos, es muchas veces contada en los colegios como hechos aislados y no como parte de un contexto político, cultural y temporal que con el pasar de los años y los cambios que ocurren se convierten en ajenos. 

Esto, sumado a los brevísimos espacios que han tenido las mujeres en los libros de historia escritos por hombres a lo largo de los siglos que logran deshumanizarlas, dejan de ser personas con aciertos y errores para pasar a ser una mención decorativa dentro de un libro. Y creo que hay mucho más mérito en abrazar y entender esas imperfecciones dentro de un contexto más complejo, que esperar que cumplan un estándar imposible incluso para parámetros modernos.

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    CARLA V. PATIÑO

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    El término fue acuñado por la empresaria estadounidense Sophia Amoruso en un libro homónimo, publicado en 2014. Parecería que desde su inserción en el vocabulario pop, el término se ha esparcido sin piedad a todos los ámbitos posibles. Sin embargo, recientemente ha ganado connotación negativa, dado que se lo asocia a una comodificación del feminismo para efectos de marketing. Un feminismo que se presenta con una solución sencilla y nos dice que, trabajando lo suficiente, nosotras también podemos llegar a ser girlbosses, ignorando factores interseccionales como raza, posición económica, sexualidad entre muchas otras. Y esa misma girlbossificación (convertir en ‘girl boss’ a nuestras referentes) la hemos empezado a usar en mujeres históricas.

    El 21 de noviembre de 2019, Google dedicó un doodle como homenaje a Matilde Hidalgo de Prócel, a propósito de su natalicio 132. Matilde (Loja, 1889–Guayaquil, 1974) fue la primera sufragista de Latinoamérica y es un hito de la lucha continua por la igualdad de las mujeres en la región. Sin embargo, a propósito del doodle, surgieron críticas válidas cuestionando por qué la llamamos con su apellido de casada. 

    Matilde Hidalgo de Prócel. Esa costumbre, que aún muchas mujeres adoptan, en donde se adopta el apellido del marido como un accesorio del propio. Carla Patiño de Fulano. Diferenciar el apellido de soltera y de casada me es muy ajeno, como a la mayoría de mujeres de mi generación. En mi caso, por haber sido criada en un ambiente en donde todas las figuras de autoridad eran mujeres, cualquier vestigio masculino era nada más fantasmal. 

    Hay una tendencia particular, que ha surgido junto con el feminismo liberal, en donde convertimos a mujeres de la historia en figurillas perfectas incapaces de errar. La infantilización y el girlbossification de las mujeres en la historia es crónica, olvidando que, si bien es cierto fueron precursoras en su tiempo, también sufrieron de sus propias contradicciones. Así como cualquiera de nosotras hoy en día.

    Matilde logró el derecho al voto, aunque fuese opcional y rigiese sólo para mujeres letradas. En un país con desigualdades sistemáticas en contra de mujeres, especialmente de la clase obrera, campesinas e indígenas, es entendible por qué muy pocas de ellas ejercían este derecho. Esta participación no aumentó sino hasta 1978, cuando el derecho al voto se declaró obligatorio. No sé si es relevante pensar si Matilde hoy en día habría usado su apellido de casada o no. Pero me parece que frente a todo lo logrado, y lo que aún falta por lograr, eso es irrelevante.

    Olvidamos que los procesos históricos nunca son lineales y que, si bien es cierto, la propia Matilde ocupó cargos públicos durante su vida, las mujeres al día de hoy tienen menos de una quinta parte de los cargos a nivel ministerial. Y, a pesar de representar el 51% de la población de acuerdo con el último censo de población de Ecuador, la presencia de mujeres en diferentes niveles del gobierno está en menos del 6%.

    Sospecho que parte del porqué ha resultado fácil esta comodificación y proceso de girlbossification a mujeres históricas, nace de nuestra propia necesidad de reflejarnos en el otro. Es imposible evitarla porque nuestra empatía es limitada y la historia, tal como la conocemos, es muchas veces contada en los colegios como hechos aislados y no como parte de un contexto político, cultural y temporal que con el pasar de los años y los cambios que ocurren se convierten en ajenos. 

    Esto, sumado a los brevísimos espacios que han tenido las mujeres en los libros de historia escritos por hombres a lo largo de los siglos que logran deshumanizarlas, dejan de ser personas con aciertos y errores para pasar a ser una mención decorativa dentro de un libro. Y creo que hay mucho más mérito en abrazar y entender esas imperfecciones dentro de un contexto más complejo, que esperar que cumplan un estándar imposible incluso para parámetros modernos.

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